Marcelo Curbelo no prestaba atención a ningún otro género que no fuera el rock, hasta que Joaquín Sabina apareció en su vida, y trastocó todo. Allá por 1990, un compañero del IPA le prestó un casete que, de un lado, tenía El hombre del traje gris y, del otro, Mentiras piadosas. "Me voló la cabeza", recuerda. "Para mí, todo lo que no era rock no servía para nada, hasta que lo escuché a él", asegura este admirador en diálogo con El País.
Lo que vino después fue mágico e inolvidable: un vínculo inesperado y fugaz con quien considera "el mejor letrista del mundo". Un libro de poemas dejado en la recepción de un hotel, una llamada en plena noche, una invitación del ídolo a irse de copas, largas charlas telefónicas en la era del teléfono fijo y un proyecto compartido que nunca llegó a concretarse. Si bien la historia terminó antes de lo deseado, el eco de aquellos momentos juntos aún resuena en la memoria de este fanático.
Mañana, Sabina saldrá al escenario del Estadio Centenario para cantar por última vez en Uruguay, en el marco de su gira despedida "Hola y adiós". A pesar de la admiración que siente por el artista español, Marcelo no compró entradas esta vez (hay disponibles a partir de $ 5.000 en AccesoYa).
"La primera vez que lo vi en vivo contaba los días para el recital", confiesa. La siguiente vez no solo fue al show, sino que logró conocerlo. Se hicieron amigos y Sabina lo invitó a dos conciertos más. Con el tiempo, el vínculo se diluyó, las invitaciones dejaron de llegar y Marcelo solo volvió a verlo en una ocasión en el Charrúa.
"Me gustan más sus discos, las letras. No extraño tanto verlo en recitales… Aunque si me invitara, iría", admite con una sonrisa.
Pensar en aquel libro de poemas que Sabina se comprometió a prologar y publicar en España le deja una sensación agridulce. "Me da lástima que haya quedado en nada. Yo lo seguí llamando y él me atendía, pero se dio en un momento en que no tenía que ser", dice, en referencia a los problemas de salud que aquejaron al músico a principios de los 2000 y frenaron todo.
Cuando se lo anima a acercarse al hotel, porque es probable que sea la última chance de reencontrarse con su ídolo, Marcelo admite que teme no ser recordado. "Es un lindo recuerdo, y mejor que quede en eso", se sincera. Aunque, en el fondo, no pierde la esperanza de que Sabina lea esta nota y quiera darle un abrazo a quien, en su honor, nombró a su hijo mayor Joaquín, un gesto que el español le devolvió dedicándole un soneto al niño.
La memorable noche en Azabache con Sabina

En el año 2000, Marcelo se enteró de que su compositor favorito se alojaba en el Victoria Plaza y decidió dejarle en la recepción un ejemplar de su libro Poesías sin corbata, con su número de teléfono anotado. Jamás imaginó que esa misma noche recibiría una llamada suya. "Yo estaba en un bar con amigos cuando mi mujer vino a buscarme: ‘Te llamó Sabina’", recuerda.
Corrió a su casa y, minutos después, el teléfono volvió a sonar. Del otro lado de la línea, la voz inconfundible del español le decía: "Me mandan mil libros por día y solo a vos te estoy llamando porque te admiro mucho como poeta y te quiero invitar a mi concierto". Marcelo le dijo que ya tenía su entrada, pero Sabina insistió: "Bueno, te espero después en el camarín".
Apenas salió al escenario del Teatro de Verano, Sabina mencionó a su nuevo amigo sin nombrarlo: "Nosotros somos gente sin corbata y estamos ahí en el camarín". Luego le dedicó "Donde habita el olvido". Sin embargo, Marcelo tuvo que sortear obstáculos para entrar al backstage. "No me dejaban pasar y les dije: ‘Me llamo Marcelo Curbelo, Sabina me está esperando’. Fueron a averiguar y me dejaron entrar", cuenta.
En el camarín, Marcelo sacó Inventario con la intención de mostrarle que había conseguido un disco difícil de encontrar en Uruguay. La reacción de Sabina lo dejó perplejo: "Le saltó arriba y lo rompió en mil pedazos", recuerda entre risas. "Esto es una mierda", sentenció el español antes de darle 20 dólares para que se comprara otro disco. Pero Marcelo los usó para volver a adquirir su preciado álbum.
La noche continuó en Azabache, junto a sus esposas, los músicos de la banda y Daniel Viglietti. En ese bar, Sabina dio un concierto más íntimo y acústico: tocó canciones de Silvio Rodríguez y luego pidió escuchar a Alfredo Zitarrosa. Lo increíble es que en el boliche no tenían discos del uruguayo.
"Si no ponen a Zitarrosa, en media hora me voy", advirtió. De inmediato, salieron a conseguir un disco. Marcelo recuerda aquellas escenas y diálogos como si hubieran sucedido ayer. Nunca imaginó que ese recital terminaría siendo una de las mejores noches de su vida.
Un sueño que no fue y el amor intacto

El vínculo entre ambos se mantuvo durante algunos años. En sus dos visitas siguientes a Montevideo, el español volvió a invitarlo a sus conciertos, y Marcelo le regaló una camiseta de Peñarol. Con el tiempo, surgió la idea de un proyecto en común: un libro de poemas que Sabina prometió prologar y presentar en España. "Me dijo que estaba muy bueno, que lo quería editar allá", recuerda Marcelo.
El título, Yo rimé contigo, era un juego de palabras inspirado en el disco Yo, mi, me, contigo, y a Sabina le pareció ingenioso. Sin embargo, la isquemia cerebral que sufrió no solo lo alejó de los escenarios, sino que también truncó el plan con el uruguayo.
"Hablamos muchas veces, incluso me escribía con su mujer por mail. Me contó que él había tenido un ictus y que lo del libro estaba quieto por eso", cuenta. La comunicación se fue apagando y el proyecto quedó en el aire. "Fue una ilusión que quedó en nada", admite con nostalgia.
Sin embargo, hay un gesto que Marcelo atesora. En 2001, Sabina publicó Siento volando de catorce y le dedicó el poema "Sotanas y coturnos" a su hijo mayor: "Para Joaquinito Curbelo, con caballitos de cartón", se lee debajo del título. "Me pidió la dirección y me mandó el libro autografiado. Para mí, fue un sueño cumplido", expresa. "Si mi otro hijo hubiera sido nena, se iba a llamar Sabina. Mi nieto que está por llegar también, pero al final todos fueron varones".
Aunque el contacto se haya perdido, la admiración sigue intacta. "No me parece perfecto, pero es el mejor letrista del mundo. Quien quiera escribir una canción, tiene que escuchar a Sabina primero", afirma, quien considera que "¿policía?, ni en broma", de la canción "La del pirata cojo", es la mejor frase que escribió el compositor español.
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