* Por Manuella Sampaio
"La mayor invención humana es la tecnología del afecto”, dice Lenine, parafraseando a su padre, cuando intenta explicar el actual momento en que se encuentra. Desde su casa en Río de Janeiro, el cantante charló con El País vía Zoom y contó sobre el proceso de producción de su próximo disco, un instrumento especial que ahora utiliza en sus shows, el nuevo momento político de Brasil, y la relación con su hijo Bruno Giorgi, con quien divide escenario en Rizoma, espectáculo que presentará el próximo sábado a las 22.00 en el Enjoy Punta del Este. Entradas en Redtickets, desde 1.750 pesos.
— Este año se cumplen 40 años de Baque Solto, tu primer trabajo, y 30 años de Olho de Peixe, que fue cuando empezaste a producir discos con regularidad y hoy ya son 14 álbumes grabados. En Rizoma hacés un popurrí con canciones de varios de estos discos. ¿Cómo fue la selección de los temas que entrarían en este espectáculo?
— El principal filtro fue la adecuación del discurso de las canciones, quería que fuera un discurso coherente con lo que pienso hoy. Ese fue el criterio y en ese sentido pinzamos canciones de cada disco que ya hice, hay un poco de cada uno de ellos.
—La última vez que hablaste con El País, en octubre, estabas preparando tu nuevo disco. ¿En qué etapa se encuentra este trabajo? ¿Podés adelantar algo?
— Adelantar es difícil en ese momento. El único momento que tengo un apego muy grande a lo que es mío, a lo que hago, es en el momento de estar haciendo. Es un momento de mí conmigo mismo y con los míos, me genera el sentimiento de “está en formación”, entonces cualquier cosa que vaya a decir no sería honesta con un trabajo en progreso. Porque yo mismo, quizás livianamente, todo el tiempo estoy: “sacá eso, poné eso”, mientras estoy haciendo. Lo que puedo decir es que el proceso está siendo muy divertido, como siempre; tiene que ver con artesanía, produzco y construyo las cosas que hago de una manera mía. Yo no estudié, a lo mejor la vida fue un gran estudio y tirarme al hacer fue la gran experiencia, por eso siempre estuve involucrado en la producción de mis discos. Tiene que ver con la búsqueda sonora mía; quiero involucrarme con los equipos, siempre fui atrás de tener todas las herramientas, y si pudiera me gustaría tenerlas todas a disposición.
— Hablando de herramientas, hace poco te encontraste con un instrumento nuevo y ahora lo usás en tus shows. ¿Cómo llegó hasta ti?
— Sí, se llama Lírio y lo inventó un luthier de Minas Gerais, un artesano muy especial y perfeccionista que trabaja con la madera, y quien trabaja con ese material ya tiene otro sentido de las cosas. Empezó a idealizar un prototipo de un instrumento eléctrico con un sistema osado, no solo de captación, sino también de simulación de algunos parámetros de ondas. O sea, genera dentro de sí una especie de octavador que podés tirar en las cuerdas, entonces el bajo va a sonar más bajo, tiene un grave que no es real, pero que él produce. Él hizo ese prototipo y empezó a cercarme por medio de varias personas. Conseguimos entrar en contacto y me dijo: “Mirá, hice un instrumento que sos vos quien tiene que comprar”; ya llegó así y me pareció maravilloso eso (se ríe). Le dije que sí, lógico, pero que necesitaba verlo y él me dijo que no, que él me iba a mostrar, y efectivamente vino hasta Río para mostrarme, y solo eso ya me pareció un mimo. En ese proceso yo ya estaba pensando en Rizoma y estaba también llegando cerca de un sonido que yo quería con los instrumentos que tenía. Parecía que él había descubierto el proceso que yo estaba pasando. Cuando prendí el instrumento me apasioné, pero él me dijo que era sólo el prototipo, que necesitaba tres meses aún, y yo le dije: “ese instrumento no sale de acá” (se ríe). Fue muy especial, porque él pensó todo e hizo grandes descubrimientos, llegó justo a donde me gusta el sonido acústico. Digo por ahí que el Lírio es realmente una cosa especialísima. Es muy ingenioso.
— El último período político de Brasil y la pandemia te afectaron al punto de perder el interés por la música ¿Cómo estás viviendo este nuevo momento del país?
— Mudó completamente. Yo tuve momentos de repensar lo que estaba haciendo, porque había una realidad tan distópica. Para mí está siendo un momento de recomienzo: volví a sonreír, estoy menos gris, cambió el afecto como hilo conductor de mi vida, volvió a ser lo que guía mis cosas. Es fundamental que propaguemos eso, no hay otro camino; las personas se aislaron de una manera violenta... Lo que tenemos para exportar al mundo es la tecnología del afecto, creo que esa es la gran historia. Mi padre hablaba de eso, de que la mayor invención humana es la tecnología del afecto, que levanta todo, que aproxima todo, que te tira a la colectividad. Realmente fue muy difícil el último período. Reempecé, y Rizoma es fruto de ese recomienzo. Al punto de estimularme a hacer un proceso nuevo como estoy haciendo, y divertirme con eso que llegué a pensar que era imposible sentir, ese placer juvenil de estar creando y construyendo. Y hacer eso para mí es algo muy artesanal. Grabar es un trampolín de aproximación con buena gente, y Brasil tiene mucha gente que admiro, que me estimula. Es un placer que llegué a pensar que no quería más; no deseaba más hacer en el medio de la pandemia, pensaba “¿hacer para que?”, y qué ironía, porque en el primer show de Rizoma que hice con Bruno (Giorgi, su hijo), me di cuenta de que no podría vivir sin eso. La música me levantó.
— Con Bruno ya trabajás hace varios años, pero en algún momento contaste que te emocionabas mucho al princípio. ¿Cómo es compartir escenario con tu hijo?
— Fui adaptándome de a poco al hecho de tenerlo allí junto de mí. Logré apaciguar la emoción que sentía cada vez que miraba para el lado y estaba él tocando y divirtiéndose conmigo. Muchas veces erré la letra (se ríe) porque me distraía pensando “es mi hijo y está acá donde estoy yo”. Eso va de la mano con que el escenario es mi lugar de la práctica del divino, preservo mucho eso que es casi un ritual dónde todo se encaja de una manera que te desprendés de la realidad, entrás en una otra sintonía, no pasa siempre, pero ya ha pasado y persigo esa sensación a todo el momento, porque es muy buena, estás fluctuando a través de la música y ahí no pensás mucho, la musicalidad guía lo que está pasando, improviso, pongo y saco cosas como si fuera mi misa, por eso siempre que es algo divino. En Rizoma eso es más fuerte aún porque somos solo yo y Bruno, que tiene una musicalidad muy grande, que le permite experimentar con varios instrumentos, y ahí, en este espacio y momento, no hay ningún problema, si erro la letra, hago otra, es mía mismo (se ríe).
— ¿Qué estás escuchando últimamente?
— Acabo de escuchar un trabajo que aún no fue lanzado, del Ian Ramil, hijo de Victor Ramil, y me quedé encantado. Pero cuando estoy haciendo discos escucho pocas cosas. Hacer un disco para mí es un exorcismo, y cuando queda listo, lo largás y no lo escuchás más, porque buceaste muy hondo y te entregaste mucho.