Leo Maslíah: los discos preferidos de su obra, su concierto de piano y la vigencia de "Democracia en el bar"

Este sábado, el músico se presentará en la sala Hugo Balzo con un concierto de piano solo que incluirá canciones de "Segundo jazz", su nuevo disco. Antes respondió, vía mail, las preguntas de El País.

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Leo Maslíah.
Foto: Francisco Flores.

Leo Maslíah cierra un año prolífico y lleno de reconocimientos. En mayo, celebró 50 años de trayectoria con un Teatro Solís colmado, y en agosto protagonizó una serie de conciertos junto a la Banda Sinfónica de la Ciudad de Buenos Aires. También publicó Segundo Jazz, un disco que explora nuevas vertientes del jazz, y fue homenajeado con Only Fans, un proyecto liderado por el productor argentino Andrés Mayo que reunió a 40 artistas de ambos márgenes del Río de la Plata.

Además, Maslíah revivió su faceta como dramaturgo con el regreso de Democracia en el bar, pieza emblemática de 1986, y vio cómo Criatura Editora rescató El oráculo, un libro con ilustraciones de Sanopi que recopila las columnas que el artista escribió durante nueve años para el semanario Brecha.

Maslíah le cuenta vía mail a El País que además está componiendo un concierto para flauta y banda sinfónica a pedido de la Banda Sinfónica de Montevideo, y adelanta que en octubre de 2025 la Ossodre estrenará una obra sinfónica que escribió en 1997 y que hasta ahora no se había interpretado.

Antes de todo eso, este sábado ofrecerá un concierto de piano en la sala Hugo Balzo (entradas en Tickantel a $ 900). En la previa, va un resumen de su entrevista con El País.

—Tu concierto de la sala Hugo Balzo va incluir varias de tus composiciones junto a versiones de canciones como “La cumparsita” y “Pa’l que se va”. ¿Qué aspectos de tu trabajo con el piano te permite resaltar este repertorio?

—Creo que a lo largo de este repertorio se transita de varias maneras por dimensiones muy distintas, el arreglo, el contrapunto, el ritmo, lo nebuloso, el abanico armónico desde la exacerbación tonal hasta su neutralización, en fin, cosas que dichas así pueden no sonar familiares, pero que pueden auspiciar un buen pasar.

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Leo Maslíah.
Foto: Francisco Flores.

—Hablando del piano, en una entrevista con La hora líquida mencionaste que a los 17 empezaste a trabajar tocando el piano en un bar. ¿Qué aprendizajes musicales y personales te dejó esa experiencia? ¿De qué manera influyó en tu relación con el público y en tu enfoque como intérprete?

—Influyó bastante porque estar todos los días tocando para gente que no te escucha te permite experimentar, ir probando cosas, pero en tiempo real, no parando y retomando como cuando estás probando cosas en tu casa.

—Acabás de publicar Segundo jazz, un disco que incluye versiones libres de clásicos como “All the Things You Are” y “How High Is the Moon”, composiciones tuyas y participaciones de Fabián Miodownik, María Bentancur y Tato Bolognini. ¿Qué te llevó a continuar el camino iniciado con Jazz? ¿Este álbum introduce nuevos enfoques en tu forma de abordar el género?

—Creo que sí, porque Jazz, aunque contiene algunas cosas grabadas especialmente para completarlo, no es propiamente un disco sino una recopilación de incursiones que había hecho en otros discos en ese lenguaje, o más bien con ese material (porque ahí hay versiones no jazzísticas de clásicos del jazz, siempre teniendo en cuenta que esos supuestos clásicos muchas veces no son tales, porque son músicas que vienen de otros lugares. Si escuchás la versión original de “All The Things You Are” comprobás que no tiene nada que ver con jazz).

—Criatura Editoria acaba de reeditó El oráculo, que recopila tus textos para la columna Humor o No del semanario Brecha. ¿Qué desafíos o libertades encontraste al trabajar en un formato semanal y con espacio limitado? ¿Creés que ese ejercicio influyó en tu escritura?

 —Sí, influyó mucho porque la generosidad y amplitud de los que dirigían el semanario y esa sección en aquellas épocas me permitía también experimentar y arrancar tanto para el lado del cuento como el de la poesía o cualquier género ad hoc, y dentro del cuento, por ejemplo, no había ningún problema si un día estaba hablando directamente de la actualidad social o política y otro día me metía en la reflexión idiomática, filosófica o en la fantasía más delirante.

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"El oráculo", de Leo Maslíah.
Foto: Criatura Editora.

—En octubre volviste a dirigir Democracia en el bar, que se presentó en La Cretina. ¿Qué te produjo reencontrarte con ese texto de 1986 que presentaba una fotografía de la época en que se salía de la dictadura? ¿Por qué considerás que se volvió tu obra más representada y qué funcionó tan bien en el exterior?

—Fue muy buena la experiencia de la reposición de esta obra. Creo que, pese a que el tema está más estrechamente vinculado con la situación de 1986 que con la actual, como el meollo del asunto de la impunidad de los delitos de la dictadura sigue en pie, la gente igual lo sintió como algo cercano. Y desde el punto de vista del lenguaje teatral, creo que las décadas que pasaron fueron ensanchando la percepción del público, y ahora la obra es recibida con menos extrañeza que entonces. La razón de que haya sido mi obra más representada estriba en que en Argentina estos temas dejaron de ser tabúes apenas terminó la dictadura, y varios grupos de distintas ciudades de ese país vieron en ella algo que les podía gustar decir. También hubo dos puestas de esta obra en España (en Valencia). Es muy posible que en 2025 se reponga.

—Hace poco encontré una entrevista tras la salida de Y pico en la que te preguntaban sobre tu trabajo con ritmos populares, y vos respondías que una canción como “La papafrita” parecía tener “aires de salsa”, pero que en realidad estaba en un compás de siete por cuatro, mientras que “La cibernovia” estaba en tiempo de murga mezclado con un “bajo de Alberti mozartiano". Tu obra tiene varios ejemplos de este tipo, en los que tus composiciones funcionan tanto por su musicalidad como por su complejidad estructural. Tal vez no te lo planteés directamente, pero, ¿cómo suele ser tu método de composición para que funcionen tanto para el oído casual como para el analítico?

—No creo que haya gente que escuche música con un afán analítico (salvo por razones laborales)… Por eso el método, en este aspecto, es que me guste a mí lo que estoy componiendo.

—El sábado vas a interpretar una versión de “How High the Moon” que definís como “una broma sobre los primeros ocho compases. En vez de continuarse la canción, se repiten en progresión los cuatro (u ocho) primeros, con un arreglo diferente en cada período”. ¿Qué papel juega la mirada lúdica en tu proceso artístico?

—Es indisoluble de lo demás. Creo que un montón de obras de mucha gente surgen como juego a partir de alguna música de otros. Es el caso de la Fantasía y fuga en sol menor BWV 542 que abre mi disco L.M. toca Bach, que está hecha en base a temas (no digo “tema” con el significado de “canción”) de otros autores. La literatura, la música y demás artes no son solamente un juego, porque son también muchas otras cosas, pero son de todas formas un juego.

—En tus textos teatrales, musicales y literarios, el lenguaje no solo comunica sino que también construye paradojas, juegos y sentidos múltiples. Lo primero que me viene a la mente es el diálogo entre Fernández y Portela justo al inicio de Democracia en el bar. ¿Cómo desarrollaste este interés por explorar ese potencial del lenguaje? ¿Recordás qué obra te hizo notar que allí había un camino a continuar?

—Son muchas las obras literarias que me fascinaron al ir saliendo de la niñez, pero si bien los creativos publicitarios suelen incluir en sus trabajos referencias a obras artísticas que inspiran o avalan las creaciones que emprenden, los artistas son capaces de crear a partir de una idea propia o a partir de cosas totalmente ajenas al lenguaje artístico con el que trabajan. Me acuerdo de una entrevista a Jarrett en la que, preguntado por sus influencias, contesta enumerando obras filosóficas. Dice algo así como que, siendo músico, la influencia que ejercieron esas obras en él generó música.

—¿De qué álbumes de tu discografía sentís más orgullo o, si la idea de orgullo no aplica, cuáles considerás que se encuentran entre tus trabajos mejores logrados?

—Uno de mis preferidos es Eslabones. Por desgracia no está oficialmente en las plataformas, pero se puede escuchar en YouTube con sonido de batalla. Es un disco que grabé gracias a la generosidad de Hugo Fattoruso, que le recomendó mi trabajo a un productor estadounidense y concertó una entrevista para que me escuchara tocar el piano. Otro disco que creo que está entre los más logrados es el de La Orquestita (llamado, justamente, La Orquestita), orquesta que funcionó entre 2010 y 2014. Y Árboles.

—En tus conciertos de piano tenés la costumbre de tocar de memoria y no con partituras. ¿Cómo definirías lo que te sucede en esa hora y media? ¿Te sumergís en la música o estás atento a lo que sucede con el público?

—Creo que no hay regla general para eso. Hay veces en que uno está tocando y se olvida de dónde está o de que hay gente escuchando, o incluso se olvida de que está tocando y piensa en otra cosa que no tiene nada que ver. Otras veces hay algo que te mantiene en interacción consciente con el público, ya sea porque te llega afecto, calidez, o como se llame, o porque se están impacientando debido a que alguien los engañó haciéndoles creer que iban a escuchar a un humorista y no entienden lo que está pasando.

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