Fue uno de los directores de orquesta más importantes del siglo XX, Netflix le dedicó una de sus superproducciones —Maestro, elegida por El País como la mejor película de 2023— y vino a Uruguay en uno de los mejores momentos de su carrera.
Es Leonard Bernstein, el estadounidense detrás de la música de West Side Story y On the Town —dos musicales que llegaron al cine como Amor sin barreras y Un día en Nueva York— quien se presentó en Montevideo en mayo de 1958 junto a la Orquesta Filarmónica de Nueva York y hasta recibió a El País en una extraña conferencia de prensa celebrada en el hotel Victoria Plaza.
Bernstein, que en ese entonces tenía 39 años, venía de una racha imbatible: solo unos meses atrás había estrenado West Side Story y había dirigido a la Filarmónica de Israel en Tel Aviv. Además, participaba de El embajador del jazz, la película sobre Louis Armstrong que estaba en cartel en los cines uruguayos; y había lanzado Conciertos para jóvenes, un ciclo de la cadena estadounidense CBS que duró hasta 1971 fue referencia en la manera de acercar la música clásica a la juventud.
Por si fuese poco, compartía el título de director musical de la Filarmónica de Nueva York —la más antigua y popular de Estados Unidos— con Dimitri Mitropoulos, y en ese marco el gobierno de Eisenhower auspició una gira de 39 conciertos por 12 países latinoamericanos. La excusa oficial era mejorar las relaciones con el sur, y así fue como dos emblemas del jazz habían actuado recientemente en Uruguay: Dizzy Gillespie lo hizo en 1956 y el propio Armstrong en 1957.
Bernstein aterrizó en Montevideo el 25 de mayo de 1958 junto a una comitiva de 120 personas repartidas en dos aviones Douglas DC-7. Entre el 26 y el 1º de junio, la Filarmónica presentaría tres conciertos con diferente repertorio en el Estudio Auditorio del Sodre; los primeros serían dirigidos por Bernstein y el siguiente por Mitropoulos.
El vuelo provenía de Mendoza, donde se había presentado la noche anterior, y, según registró El País en una foto histórica, Bernstein fue recibido en el aeropuerto por el maestro Hugo Balzo.
El diario Acción, por su parte, logró un escueto y singular intercambio con Bernstein. “Habla un español seguro y fluido. Preguntamos por su señora, de quien sabemos que es chilena: la actriz Felicia Montealegre. Bernstein lamenta que ella hubo de quedarse en Santiago, su propia ciudad, enferma. ‘Demasiadas ostras’, dijo”, retrata la crónica de la época. “Preguntamos si aprendió español de ella. ‘Si, pero más aún de mis dos hijos. En casa se habla mucho español. Tenemos niñera y cocinera chilenas’, respondió”.
La expectativa en torno al debut de Bernstein en el Sodre era enorme. “Cabe recordar que, desde hace 18 años, no nos visita un conjunto sinfónico de esa magnitud y categoría”, escribió El País. Se refería a la actuación de la Orquesta Juvenil Americana dirigida por otra leyenda: Leopold Stokowski.
El concierto del 26 empezó a las 19.15 y, como antesala, la Filarmónica interpretó los himnos uruguayo y estadounidense para celebrar la amistad binacional. Luego, vino el programa de tres obras: la “Sinfonía n.º 4”, de Mendelssohn, el “Concierto para piano y orquesta en sol mayor”, de Ravel; y la “Tercera sinfonía”, de Copland, interpretada a pedido de los organizadores de la gira, que requerían que se incluyera al menos una obra estadounidense por función.
El crítico de El País, Washington Roldán, que solía ser riguroso, si bien elogió la trayectoria de la Filarmónica y de su director, aseguró que Bernstein podría ser uno de los genios modernos de la batuta “si su actitud fuera más penetrante, más auténtica y más profundamente musical”. “Pero Leonard es en el atril bastante similar a lo que Copland es en su ‘sinfonía Nº3’: un temperamental con poca sustancia”. Duro.
A la mañana siguiente, Bernstein recibió a El País y a otros periodistas en el piso 21 del Victoria Plaza. “La reunión era informal. No había una conferencia sino el aviso de que estaría en el hotel a las 11.00 de la mañana del martes por si los periodistas querían hacerle preguntas”, decía la crónica firmada por otra pluma legendaria de El País, Gustavo Adolfo Ruegger. “Por lo tanto, a nadie pudo extrañar que a las 11.00 el director desayunase (bata verde, pañuelo en el cuello, pantuflas amarillas, comida suculenta) y que el puñado de cronistas tuvieran que esperar hasta que terminase. Mientras la gente se instalaba, el hombre pidió perdón y agregó, en un perfecto castellano: ‘habrá café para todos en dos minutos’.
La charla se extendió durante una hora y el artista habló de todo. Dijo que conocía la obra de Héctor Tosar, que aún no había visto la película de Armstong en la que aparecía y que no le gusta componer para películas. “Culminó con la sorprendente revelación de que le cambiaron casi todas las músicas de Un día en Nueva York al trasladarla al cine y dijo que el film le parecía horrible”.
Esa noche, la Filarmónica repitió en el Sodre para la última actuación de Bernstein. Salvo los himnos, cambiaron todo el repertorio y fueron con “Sinfonía Nº 104”, de Haydn; la “Tercera sinfonía” de Harris; “Un americano en París”, de Gershwin; y la “Sinfonía India” de Chávez.
“El segundo programa era un material más rico para lucimiento de la orquesta y del temperamento histriónico y atrayente de su conductor”, aseguró Roldán. “Echa a volar las cuerdas, da rienda suelta a los metales y desarrolla toda una teoría made in USA sobre la estridencia y el ritmo como factores básicos de la expresividad (...) Su interpretación de Gershwin fue de un brío y un virtuosismo que justificó la reacción del público”.
La vez que Bernstein vistió Montevideo adquiere un nuevo interés ahora que Bradley Cooper se puso en su piel para filmar Maestro.