Los Fundamentalistas en Uruguay: crónica de una ceremonia colectiva bajo el hechizo intacto del Indio

Los Fundamentalistas del Aire Acondicionado se presentaron este domingo en el Velódromo, en un ritual que confirmó el poder de Los Redondos y el Indio Solari sobre un público devoto.

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El Indio Solari en pantalla en el show de Los Fundamentalistas en el Velódromo.
Foto: Mauricio Rodríguez

¿Cómo se cuenta esto? ¿Cómo se explica este estado de éxtasis, esta transmutación, esta alegría? ¿Cómo se pone en 4.200 caracteres lo que ocurre en el Velódromo el 12 de noviembre, cuando las canciones del Indio Solari suenan así, tan vivas y frontales, y más de 8000 cuerpos parecen absorberlas? ¿Cómo se sostienen tres horas de fiesta? ¿Esto es una fiesta? ¿Esto que ocurre aquí, en Montevideo, esta noche en la que Los Fundamentalistas del Aire Acondicionado vuelven a encontrarse con el público uruguayo, es una celebración? ¿O es una experiencia religiosa? ¿Esto que pasa, esto que está pasando ahora, ya tiene un nombre que lo defina o habría que inventárselo?

Es el fin de semana en el que Taylor Swift aterrizó por primera vez en Argentina, y las redes sociales están absolutamente impregnadas de una fiebre adolescente y juvenil. Visto desde arriba, cada vez que la cantante sale a escena, el estadio de River Plate parece un río revuelto, con sus 70 mil personas como una ola violenta que rompe una y otra vez, que no descansa. Para fenómenos así, la pasión es desesperada: por ella, alrededor de ella, sus fanáticos aúllan, lloran con urgencia, saltan en estado de crisis, se vuelven alaridos.

Sin embargo aquí, en el Velódromo de Montevideo, un domingo bajo un cielo que lleva horas a punto de estallar, el código de la devoción es radicalmente distinto. Hay algo instintivo que se activa cuando empieza el show, una mecha que arde a fuego lento, como si por las siguientes tres horas el mundo fuera a quedar suspendido en esto que no es una fiesta ni un recital ni un reencuentro: es otra cosa. Una cosa a la que ningún nombre parece acercársele, una cosa que solo se siente. Una cosa que no se explica.

Por momentos, es como si la presencia en escena de Los Fundamentalistas —esta máquina de rock tan aceitada, tan precisa, que despliega la potencia de tantas voces para llenar el vacío de una, que defiende con perfil bajo un legado tan pesado—, se volviera secundaria. Las canciones del Indio y de Los Redondos salen rabiosas de los parlantes y el público se olvida de mirar, de ver: cuando la música envuelve al cuerpo, lo único importante parece ser este colectivo, esta sensación de pertenencia, esta familiaridad. Entonces se baila con pasos de rocanrol y de ritual, se gira una y otra vez, se deja caer la cabeza hacia atrás, se extiende un brazo y el otro al cielo, se sonríe con toda la cara, se habla sin palabras con cualquiera, se canta con todo lo que se tiene, se salta, se abraza, se pierde el control.

También se exacerba todo. Pablo Sbaraglia, músico y cantante, debe interrumpir el show a la mitad del sexto tema, atento a alguna pelea en las primeras filas. Pide calma, pide tener “la fiesta en paz”; una bandera de Palestina es el centro de la disputa. La historia se repite más adelante, una pausa entre tema y tema se alarga más de la cuenta y entonces alguien, furioso, ruge desde un lateral: “Dale papá, son Los Redondos, seguí tocando, la puta madre”.

Son Los Redondos”, dice, que es lo mismo que decir que esto es rocanrol, “Nueva Roma”, “El Charro Chino”, “Te voy a atornillar”. Cualquier atisbo de pelea se responde de la misma forma: si hay uno que altera el clima, hay otro listo para mandarlo a escuchar cumbia, los Wachiturros, reggaetón.

Porque cualquier música puede surtir su propio efecto, tocar determinada fibra, estimular. Pero nada se le parece a lo que alguna vez despertaron las canciones de Los Redondos, allá en la mitad de los años ochenta, y que nunca más se desvaneció: algo que trascendió el final de la banda más emblemática del rock argentino, algo que acompañó todo el camino solista del Indio Solari, algo que no se afectó cuando los recitales se hicieron tan masivos que se devoraron a sí mismos, algo que no cambió cuando el Indio abandonó los escenarios. Algo que se respira, que casi parece tocarse, que ni siquiera se puede nombrar.

Algo que solo se entiende allí, entre 8.000 personas que están reunidas para escuchar la banda sonora de sus vidas, cuando suena “Ya nadie va a escuchar tu remera” o “Encuentro con un ángel amateur” o “Todo un palo”, y se mira alrededor y se ve, se puede ver, una fe ciega en las canciones, el intacto hechizo de la música.

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Los Fundamentalistas del Aire Acondicionado en el Velódromo, 12 de noviembre de 2023.
Foto: Mauricio Rodríguez

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