Mandrake y Los Druidas están ligados al instinto. Lo que opera en el encuentro de estos cuatro músicos, lo que los unió y los hace andar y define sus búsquedas musicales es visceral como la estridencia, como la distorsión. Era lo que buscaba Alberto Wolf cuando, tras 30 años con Los Terapeutas, decidió emprender un camino nuevo: se rodeó de colegas más jóvenes, se aferró a una figura —la del druida— asociada a la tradición y al poder, y combinó la fuerza de la naturaleza con el color de la ciudad para generar otras canciones.
Los Druidas debutaron en 2017 con un disco homónimo que, en los Premios Graffiti del año siguiente, los confirmó como banda del año. Eran la más obvia de las revelaciones. En 2020, la salida de su álbum Sortilegio se dio de frente con una pandemia que obligó a la parálisis y al confinamiento, y que hizo que el estreno pasara desapercibido. En las sombras, en la pesadilla del encierro, la banda iba a encontrar —no lo sabía— el faro definitivo con el que alumbrar su siguiente paso.
Mandrake y Los Druidas están ligados al instinto, pero cuando se habla de las texturas suaves que cruzan de a ráfagas su flamante tercer disco, La suite de Raymundo, tan impensadas en aquella ópera prima y en aquellas primeras presentaciones, la explicación es pura lógica:
—Es la primera vez que compongo sobrio. Tres años de sobriedad.
El que habla es Mandrake Wolf. Son poco más de las cinco de la tarde en un desierto bar del Parque Rodó y él, que toma un café y hasta ahora había dejado hablar a sus compañeros de banda —Federico Anastasiadis, Nacho Echeverría; la formación la completa Nacho Iturria— habla como si de repente le urgiera y en algún momento se deja emocionar. Dice:
—Me cagué todo, dije: yo no compongo más. Y pude. Y para mí esto es increíble, que pueda componer sin tomar, y sin lo otro, ¿no? Para mí esto fue una nueva oportunidad, y estoy agradecido. Y que a la gente le haya gustado, ¿viste? Yo pensaba, ya está, hice “Amor profundo” y se acabó. Un poco me emociona porque es eso, otra espiritualidad. Me acuerdo de los primeros conciertos. Era fuerte, tenía que salir el demonio. Ahora el demonio está donde tiene que estar.
Luego dice:
—Cambia todo. Tuve que aprender. Hay que aprender. Para mí la música sin coloque no existe, y se puede encontrar sin problema. Pero hace cuatro años no lo veía. Fue un proceso humano superinteresante, y ahí encontrás cosas distintas en el canto. Me pongo donde tengo que enfocar. Pero para mí era imposible.
De alguna forma, ese proceso personal y este nuevo disco, La suite de Raymundo, están atravesados por el covid. Fueron tiempos oscuros que condujeron a Mandrake y Los Druidas directo hacia una nueva luz, que los llevará ahora a su máximo hito, el concierto —dicen— más importante de sus vidas. El 16 de setiembre, la banda llegará al escenario principal del Teatro Solís para presentar su nueva música, repasar el recorrido hecho y cerrar un ciclo que inauguró en 2022 y que, de alguna manera, celebra el rock uruguayo. Hay entradas en Tickantel.
“Es un agradecimiento a una nueva vida, a ver las cosas distintas. Yo que sé”, dice Mandrake Wolf. “A madurar a los 58 años”.
“Es la coronación de un momento musical entre cuatro personas”, dice el baterista Federico Anastasiadis. “La oportunidad de presenciar algo vivo, que está pasando”.
Los Druidas, "de las cuevas al Solís"
En pandemia, Mandrake Wolf se entregó a la literatura y las películas de terror. Jugó hasta tener la columna vertebral de una suite hecha a su manera, con sus modismos. Y también leyó De las cuevas al Solís, el libro de Fernando Peláez que, en dos tomos, sirve de cronología del rock uruguayo.
Entonces Mandrake pensó que aquella, la de las cuevas, cuando las bandas se establecían en un lugar y eran anfitriones de la noche y generaban comunidad y pertenencia, era una gran época. Y que él también quería la suya. Fue un poco antes de que su amigo Gerardo Trigo le contara de un nuevo lugar que estaba ideando en el corazón de Villa Dolores, y del que Los Druidas iban a querer apropiarse. A lo largo de 2022, hicieron su propia cueva en la Sociedad Urbana Villa Dolores tocaron repertorio propio y ajeno, recibieron a Pedro Dalton y Samantha Navarro y Juan Wauters, le rindieron culto a Los Terapeutas y testearon, en vivo, La suite de Raymundo.
“En retrospectiva, el período de pandemia fue bastante traumático, porque terminamos de grabar el segundo disco y se acabó el mundo”, dice Nacho Echeverría, bajista y productor del flamante disco. “Grabamos Sortilegio en febrero y dos semanas después llegó la pandemia, y eso hizo que los tiempos y la producción del disco fueran superlaxos. Repercutió en un montón de cosas respecto al vuelo que pudo tener Sortilegio, opacado por la ocasión. Pero cuando nos volvimos a juntar, en vez de tratar de recoger lo que había quedado ahí, fue como: a cagar, vamos a hacer algo nuevo. Tratamos de exorcizar con la novelería”.
“Las cuevas”, dice sobre sus shows en la SUVD, los moldearon en varios sentidos. Y de eso se trata esta llegada al Solís: de la demostración de lo que se ganó cuando parecía que todas las cosas estaban perdidas.
El Solís, un destino natural para el simbólico recorrido iniciado en esas cuevas, será también un lugar donde presentar el disco La suite de Raymundo, que fue concebido como un vinilo y que tiene, en su lado A, a la obra conceptual que da título, y en el lado B un compendio de canciones que sirven de complemento, ya sea por su semejanza o por su contraste, y que están teñidas de ese consumo pandémico del mundo del terror, con “Lovecraft escucha la lluvia” como una explícita manifestación. Llegó el viernes a plataformas y antes de fin de año tendrá su edición física, de Little Butterfly Records.
“El Solís es cumplir un sueño”, dice ahora Mandrake. “Vaya como vaya, ya está. Porque lo merecemos y porque queremos estar ahí. ¿Por qué no podemos estar nosotros en el Solís? Estábamos muertos”, dice cuando mira para atrás. “Y ya que ahora estamos vivos, hagamos”.