Marilina Bertoldi y lo que le dejó ganar un Gardel de Oro y atravesar una pandemia

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Marilina Bertoldi. Foto: Difusión.

ENTREVISTA

Antes de su show junto a Barbi Recanati en la Sala Zitarrosa, la nueva sensación de la música argentina dialogó con El País sobre su próximo disco y el viaje introspectivo que despertó la pandemia

El 14 de mayo de 2019, Marilina Bertoldi hizo historia al ganar el Gardel de Oro, el premio más importante de la música argentina, gracias a Prender un fuego, un álbum repleto de melodías oscuras, ritmos bailables y rebeldía. “La única persona que no es hombre que ha ganado este premio fue Mercedes Sosa hace 19 años: hoy lo gana una lesbiana”, dijo aquella noche con una amplia sonrisa que desató la ovación del público.

En los casi tres años desde aquella conquista cambiaron muchas cosas. La etapa más asfixiante de la pandemia la embarcó en un viaje introspectivo, se replanteó el camino recorrido y hasta se animó a autoproducirse, pero la convicción de su mensaje sigue tan firme como en 2019. “Mi prioridad es hablarle a la comunidad queer”, declarará en esta entrevista con El País.

Y eso es evidente en “Amuleto”, su colaboración con la chilena Javiera Mena. Sobre un pulso relajado de batería y un fraseo cálido, la balada que compuso en su habitación aborda el deseo de desnudar tabúes. “Me pareció interesante que dos artistas lesbianas colaboren y hagan un video donde desarrollen sus fantasías”, dice.

“Vi un montón de videos en el que muchas artistas se han dado un beso con otra mujer, que está perfecto, pero son para el deseo del hombre, ni siquiera de la mujer heterosexual. Siempre tuve miedo de caer en ese lugar, pero tengo que respetar y representar la fantasía homosexual de modo en el que es. Para eso tiene que ser sincero y tienen que ser dos mujeres lesbianas y estar dirigido por una mujer lesbiana que entienda del tema para nutrir a las personas heterosexuales. Es como cuando escuchás música de otro país que tiene un sonido de raíz; lo siento como una forma de apreciar las cosas que no te pertenecen pero que igual las celebrás”, asegura.

"Amuleto" - Marilina Bertoldi y Javiera Mena

Amuleto” es el segundo adelanto de su quinto disco, el sucesor de Prender un fuego, que aún no tiene nombre pero que se editará en marzo. Antes de eso, el 23 de febrero, se presentará en la Sala Zitarrosa junto a la también argentina Barbi Recanati —cuyo disco Ubicación en tiempo real fue uno de los más celebrados del rock argentino del 2020— en el marco del ciclo Marea. Entradas a la venta en Tickantel.

Antes de su regreso a Uruguay y del lanzamiento de su nuevo disco, Bertoldi dialogó con El País sobre la reinvención de su carrera.

—El álbum que vas a editar en marzo se compuso durante la pandemia. ¿Ese panorama influyó en el abordaje letrístico?

—Sí, y tiene un relato que, aunque no busco que se entienda de afuera, está presente. El disco lo compuse en orden y lo que voy relatando es el proceso que atravesé en la pandemia, que fue enfrentarme a muchas cosas a las que todo el mundo debió enfrentarse: el trabajo sobre la salud mental; esa cosa que siempre postergamos porque no hay tiempo o la tapamos con excusas. Tuve que hacerlo porque en el momento en que estaba encerrada en casa sin saber qué iba a pasar con el mundo, se abrió la puerta de ese cuarto oscuro y tuve que lidiar con eso. El álbum tiene distintas etapas: arranca del lugar más oscuro y empieza a salir hacia otros más conclusivos. “Cosa mía”, que fue el primer adelanto, es el momento en el que digo: “Bueno, basta. Vamo’ a meterle onda porque no avanzamos más”. Esa canción, que es la cuarta del disco, muestra esa evolución. Es un trabajo superpersonal e introspectivo porque hablo de cosas muy reales que estaba viviendo en casa. Es muy sincero, es muy yo.

"Cosa mía" - Marilina Bertoldi

—Mencionaste el trabajo en torno a tu salud mental, y me imagino que el momento de afrontarlo es como entrar a un cuarto lleno de espejos: una vez que empezás el proceso, se revelan varios aspectos que parecían ocultos. ¿Qué hallaste?

—Fue un proceso muy duro, y no soy nada amable cuando entro en esos momentos. Necesité ir a fondo porque la ansiedad se me fue al techo y encontré cosas que me generan mucha angustia. Me di cuenta de que necesitaba un descanso porque la exposición me costaba muchísimo, y en ese año y medio de cuarentena estuve frenada, más allá del disco. Destiné mi energía a tratar de estar bien o, al menos, tratar de encontrar un centro. Lo que más necesitaba era no estar yendo de una punta a la otra, liberarme del odio a mí misma y de las exigencias. Ahí me di cuenta de que tenía dos voces en mi cabeza: una que me decía constantemente que todo estaba mal y la otra que acataba y pedía perdón todo el tiempo. Eso me afectó en todo sentido, pero hoy puedo decir que estoy en otro lugar, y siento que hacer un disco y componer fue una gran terapia.

—Supongo que haber puesto en palabras y canciones todo eso que sentías debe haber generado una mirada conciliadora entre los extremos de tu pensamiento. ¿Estás de acuerdo?

—Sí, además me puse en una situación de obligarme a desaparecer para sentir qué pasaría si pierdo todo. Fue un poco extremo y me arrepiento de haber ido hacia ese lugar, pero lo necesitaba. La idea era: ¿qué pasa si ya no me dedico a la música públicamente? ¿Qué pasa si nadie me va a ver ni me escucha? Quería estar en paz con eso y fue vital para liberarme de ciertas presiones y exigencias que te imponen la industria musical y las redes sociales, y que te desenfocan. Necesitaba encontrar mi foco, y hoy ya lo puedo entender.

—Es que, últimamente, las redes sociales y el contenido en plataformas digitales impusieron una sobreexigencia a los artistas: por más de que lances una canción que tenga éxito, es tanta la oferta musical que en tres meses tenés que generar otro producto igual para mantenerte vigente. Por más de que tengas las cosas claras, esa especie de obligación implícita te afecta. 

—Exacto. Lo que pasa es que estamos viviendo en un mundo muy descartable. Y yo quedé en el medio de dos generaciones y soy parte de una movida que no se adapta y no se aggiorna a todo esto, por eso siento que tengo ganas de encontrarle mi sonido a esta época. Encontré un motor muy interesante para tener ganas de estar bien y entender mi lugar en todo este delirio que es el mercado de la música en este momento. Más allá de que uno haga las cosas por el arte y el sentimiento, terminás entrando en ese lugar de exigencia y convivís con eso todos los días. Entonces, entender qué querés sumar y a quién le destinás tus canciones es vital. Es un ejercicio que le recomiendo a muchos artistas amigos que pasan por una crisis.

—¿Cuál es tu foco hoy?

—Es difícil definirlo en pocas palabras, pero entendí que tiene que ver con aceptar las cosas que soy, defenderlas y hablarle a esas personas. Después te escucha otra gente que no es eso y son bienvenidos, pero siempre me gustó hablarle a la gente a la que sé que puedo proponerle cosas desde mi lugar. Mi prioridad es hablarle a la comunidad queer, pero no al modo de que ningún heterosexual me escuche, y me siento cómoda en ese lugar. En esta época hay pocas artistas abiertamente lesbianas como yo, que se expresan y lo viven de esa manera. Son decisiones de cada una, y eso hace que sola genere ese nicho. Amaría estar más acompañada porque siento que el ambiente es demasiado heterosexual, y yo reivindico a las figuras lesbianas que admiro y me vinculo para hacer música con ellas. Eso es hermoso porque la comunidad me embanderó y me cuida. Entonces, le debo todo a ellas y sé que para ellas es mi carrera de ahora en más.

—¿Cómo definirías tu evolución en estos años?

—Es un camino que va disco a disco y es una búsqueda que responde al momento en que estoy viviendo respecto a mis libertades. Mi primer disco, que no está en internet (El peso del aire suspirado, 2012), habla de la separación de mis papás cuando tenía 23 años y de la muerte de mi abuelo, que en ese momento fue muy fuerte para mí. Además, yo me había ido a Buenos Aires (nació en Sunchales, Santa Fe) y pude vivir mi sexualidad por primera vez. En el segundo, La Presencia de las Personas que se van, hablé de las cosas que no se dicen y de cómo tenía que caretearla y ser otra persona. Con el tercero, Sexo con modelos, me enojé y tenía muchas ganas de confrontar. Saqué ese disco y fue fantástico para ese momento. Luego, Prender un fuego, continuó mucho con esa sensación y empecé a nombrar por primera vez a la otra persona como mujer. Ahora vivo un momento de liberación mucho mayor y tengo otra madurez emocional y sexoafectiva. Es otro momento de mi vida y me parece importante hablar de eso porque me siento muy suelta.

Y eso se suele ver en tus presentaciones en vivo. ¿Cómo generaste el personaje que mostrás en el escenario?

—Los personajes que uno se inventa tienen que tener un vinculo con lo que sos. Es muy importante sostenerlo desde algún lado, porque si hacés algo que querés ser y que no sos de ninguna manera, como un millonario que cobra en dólares y viaja por el mundo, cuando tengas la necesidad de avanzar como ser humano y atravesar una crisis, ese va a ser un reflejo muy duro de vos porque representa todo lo que no podés ser. Viendo cómo fui atravesando las cosas en estos años y cómo presento mi música, siento que siempre fui como una villana en vivo; soy una mujer mala. Me gusta subir al escenario y estar enojada. Me interesa mucho el concepto de la supervillana porque toda mi vida se me retrató en el mundo de esa manera por haber sido rebelde a ciertas situaciones. 

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