Milo J suena a contradicción. Camina el escenario con el cuerpo largo y laxo, como si quisiera pasar desapercibido o como si todos los espacios le quedaran incómodos. Mira con desdén, pero también podría ser rabia. Tiene sentido: los 17 años suelen ser una licuadora de bronca y fastidio, de indolencia y angustia, de no saber dónde encajar. Sin embargo, abre la boca y canta y de alguna forma rompe el tiempo, como si su vida fuera un reloj de arena lento que una mano invisible gira cuando quiere. Casi que todavía es un niño, y alcanza un movimiento para creer que es otra cosa, voz vieja en carne joven, ancestralidad.
En el 95 por ciento de las fotos suyas que aparecen en internet, la única variación de su pose tiene que ver con el ángulo con el que ubica el mentón: si lo levanta apenas gana un aire desafiante; si lo inclina hacia abajo, es como si guardara un secreto a punto de convertirse en amenaza. Cuando se queda así, en línea recta, sin buscar movimiento, el rostro es impenetrable. Milo J domina el arte de la no expresión, como si ninguno de los extremos que recorre la generación que lo antecede —el estallido pop, la ostentación, la estridencia de Duki, Wos, YSY A— existieran en su mapa.
Es un mate amargo, que al primer sorbo consigue trasladar al que lo escucha a una cocina familiar, a una nostalgia, a una vida sencilla que se escapa entre los dedos.
Es, con eso, el último faro de la música argentina, con 18.387.014 oyentes mensuales en Spotify que lo ubican entre los 400 artistas más escuchados del mundo en la plataforma. Es el más joven de los cantantes que grabó con Bizarrap. Versionó a Luis Alberto Spinetta y cantó con Soledad Pastorutti. Colaboró con Agarrate Catalina. Y mañana llega a Uruguay con entradas agotadas.
Este sábado, el cantante nacido Camilo Joaquín Villarruel se presentará por primera vez en solitario en Montevideo (su debut fue en noviembre de 2023 en el festival America Rockstars, de donde sale la escena que abre esta nota). Será en un Antel Arena que lleva semanas con el cartel de “sold out”, desde las 21.00, con su banda de amigos y la presentación de 111, su primer disco, como excusa.
*
El inicio fue esto: “Te vi bailando, raspando el cemento de la plaza de mi barrio / Tus vueltas cautivaban la mirada de unos cuanto’ / Tal vez yo era uno más, pero deseé que fueras mía / Mientras escribía que”. Milo J acababa de cumplir 15 años y tenía una canción de amor tiernamente erótica, "Tus vueltas", y con forma de corrido tumbado como puerta de entrada a la industria de la música. La estrenó el 25 de noviembre de 2021. Ese día acumuló nueve comentarios en YouTube. Uno decía: “¿Y este pibe de dónde saca los flows?”.
Después vinieron “Cuando estás vos”, “Tu paz”, “Vainas”, todas para un público pequeño y cautivo.
Camilo le cantaba al amor, a sus valores, al barrio y, a medida que crecía la cifra, sus escuchas se mostraban incrédulos ante su talento. Las preguntas eran siempre las mismas: cómo hacía un pibe de 15 años para escribir así, para cantar así, para tocar tantas fibras; por qué en sus letras cabía tanta vida.
Las respuestas, inconclusas. Milo tenía ocho años cuando intentó, por primera vez, escribir canciones, sin más estímulo que el de imitar a una de sus hermanas mayores, contó en una reciente entrevista con la revista Rolling Stone. Pasó su infancia y preadolescencia entre los picaditos de fútbol en las calles de Morón y los versos plasmados en un papel; curtió batallas de freestyle, buceó entre tutoriales de YouTube para aprender de producción y grabación, y absorbió todo lo que sonó a su alrededor: el folclore, el rock argentino sofisticado, el rock argentino barrial, lo afilado de Charly García y la elegancia de Luis Alberto Spinetta.
Hasta ahí, es el resumen que podría aplicarle a un artista cualquiera: una inquietud temprana, una familia musical y humilde, una inspiración al alcance de la mano, un poco de tecnología y un poco de mirada.
¿Pero de dónde saca este pibe los flows? ¿Cómo hace, siendo tan chico, para escribir lo que escribe y luego decirlo como lo dice? Las respuestas serán inconclusas porque Milo J, hasta ahora, está atravesado por lo que no se explica. Puede ser el olfato o puede ser el instinto. El talento o el don. La vocación o el hambre. Un período de inspiración. O la explicación racional y escueta que él ensayó para la Rolling Stone: “Tengo la habilidad de manifestar las cosas constantemente y siento que mis temas no son la excepción”.
*
El quiebre fue esto: “Y me gusta esa cara tierna que pones cuando te frustras / Y es que nunca va a haber nada igual como tus besos en la nuca / Porque sos de barrio / Y yo soy de barrio / Los dos somos uno / Sin límites ni horario”. Milo J seguía teniendo 15 años cuando el 8 de julio de 2022 lanzó “Morocha”, que lo cambió todo. La canción, infiltrada en las listas de Spotify, lo proyectó hacia una audiencia nueva, ya no centennial ni estrictamente trapera. De repente, las cinco letras de su nombre artístico se esparcían a velocidad viral.
“Milagrosa”, la formidable carta de presentación en la que dice “No tengo futuro, lo tiene mi voz” y en la que le hace “fuck al mundo y su humanidad”, duplicó la apuesta. El resto fue sucesivo: otra cara en la colaboración “El Bolero” con Yami Safdie, un EP propio (511), un tema con Nicki Nicole que le valió su primera nominación a los Latin Grammy (”Dispara”), una colaboración aplanadora con Bizarrap (en dormir sin Madrid), un disco (111), un documental (111, esa parte que no se toca), shows masivos, hits constantes. Para la lista hay un Antel Arena con entradas agotadas, y la eterna compañía de Bajo West, el equipo artístico —"la crew"— que lo arropó en 2021 y que se ha convertido en su familia.
Cuanto más crece Milo, más le da a su alrededor: él es, parece, porque ellos están al lado. Sus temas, mezcla de influencias pop, rap, de música negra y criolla, también hablan de eso.
“Vitalicio”, su última entrega, dice: “Ahora ando full time, tengo control pero sin molestar / No soy Dios, quiero ser yo, bitch, vida real / ¿Pa qué frontear qué hay en mis pie’ / Si en el barrio están mal?”.
Milo J luce como una contradicción. Su brillo es negro, como escupido por la tierra, y él parece no verlo. Canta suave, como si eso fuera lo único que importara en este mundo tan lleno de ruido.