Milongas Extremas, la banda hecha de caciques que son familia y encontraron un lugar donde cumplir sueños

El viernes, Milongas Extremas llega al Auditorio del Sodre para celebrar los 10 años de "Lo eléctrico del sentimiento". Antes, Matías Rodríguez habla del pasado, presente y futuro de una banda que no para de hacer y revindica la magia del vivo.

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Milongas Extremas en el Auditorio del Sodre.
Foto: Difusión

Diez años después de haber estrenado Lo eléctrico del sentimiento en una noche que se sintió como un mojón, como uno de esos momentos que cambian las cosas de una manera profunda, Milongas Extremas vuelve a por ese efecto. Este viernes, el quinteto llega al Auditorio del Sodre para rescatar algo, no tanto de aquella velada sino más bien del camino que lo condujo hasta ahí.

Milongas Extremas —16 años en la ruta, un sonido surgido en la intersección de Alfredo Zitarrosa y la banda Extremoduro, un pasado de cuarteto de covers, un presente de composición— es hoy un grupo sin indios, donde todos, dice Matías Rodríguez, son caciques. Es su forma de resumir a esta banda de amigos, cuatro guitarristas (Francisco, Paio, Santiago y él) y un bajista (Pikela) que a la vez son cantantes y que, en las cuerdas, pueden sostener todo, la potencia y el mensaje.

De eso, Matías Rodríguez charló con El País. Este es un extracto de esa charla.

—Su reciente visita a Argentina generó un ruido importante en la escena musical...
—Nosotros vamos desde 2010, pero ponele que desde 2015 empezamos a ir con otra actitud. Ya la banda abarcaba más tiempo de nuestras vidas, convocaba más gente acá, entonces había que hacer un caminito ahí. Antes íbamos una semana y tocábamos cinco veces, todo distancias, bondi, tren, cansancio; a pulmón. Ahora estamos invirtiendo en otro camino. En junio debutamos en el ND Ateneo, estuvo precioso. Después es pasar raya y ver. Venimos en una máquina de muchos años de sólo hacer, hacer, hacer; en algún momento hay que hacer un asado sin instrumentos.

—Aquí el crecimiento ha sido sostenido y, en música y convocatoria, les va cada vez mejor. Llevan 16 años y son una banda muy activa, muy del vivo. Hoy, ¿a qué pueden apostar? Porque Uruguay en eso tiene un techo.
—Pero si el techo es cantidad de gente, estamos muy lejos. De lo que yo llamaría techo, por lo menos, que es tocar en todos los lugares que hay, como le pasa a La Vela o No Te Va Gustar que ya tocaron en el Estadio, el Velódromo, el Antel Arena, la Plaza de Toros, y convocan a más de 10.000 personas cada vez. Para eso nos falta. A veces nos cebamos pensando: vamos a hacer un Teatro de Verano… No, vamos a hacerlo cuando lleguemos, no para la mitad de gente. Lo que estamos pensando ahora es sacar música nueva. Después, cuando salgamos del Sodre, tenemos un espectáculo dedicado a Zitarrosa (en setiembre en la Sala Zitarrosa) y hay que sacar un montón de notas. Porque hay que tocar bien Zitarrosa.

—Si se pudiera poner en números, ¿qué porcentaje ocupa Milongas en sus vidas?
—Y... yo que sé, 80 %. Todos tocamos en otros proyectos. Pasa que, aparte de ser el motor, es nuestro trabajo, el oficio que decidimos hacer y le metemos mucha cabeza. Milongas está todos los días, todo el tiempo, sustentando nuestro deseo de hacer música. Las Milongas existen antes de nuestros niños, y ahora nuestros niños son en el marco de eso, entonces es una cosa familiar, como otra estación de nuestra amistad. Donde logramos cumplir deseos.

Milongas Extremas está todos los días, todo el tiempo, sustentando nuestro deseo de hacer música. Es otra estación de nuestra amistad, donde logramos cumplir deseos

—¿El más concreto?
—“Bo, estaría bueno tocar y que nos venga a ver gente”, y en un momento empezó a pasar. Tocamos abundante en barcitos que la gente quedaba afuera, en momentos más de juventud que era ir con la viola y para adelante. Fuimos mejorando el espectáculo y la forma de tocar para que diferentes tipos de público puedan ir al mismo concierto, porque la gente que iba al Farolito cuando se cortaba Bulevar y era todo chela, Extremoduro y gritar, puede disfrutar un teatro. Y mis viejos que tienen casi 70 no van a ir al Farolito. Entonces tratás de hacer las dos cosas. Nosotros por lo menos nos defendemos ahí: terminar sudando, nervios, cosas físicas, eso se defiende tocando en vivo, por eso nos gusta tanto tocar.

—¿Te acordás de la primera vez que te emocionaste con la música a un nivel que no supiste explicar?
—Me acuerdo que fui a ver a La Renga con mi hermano, a los 14, yo que sé, en el Teatro de Verano. Y ese concierto me voló la cabeza. Yo era mucho de mirar toques en vivo, no me importaba la banda, quería ver la gente. Entonces verlo tan de cerca me dio ganas de tocar. Ese concierto me mató. El de Extremoduro también me voló la cabeza, pero ahí ya había como un raciocinio de: bo, estoy viendo a Extremoduro y están acá, y están tocando este tema, y llovió todo el tiempo y cuando terminó el tema paró, y yo dije, ¡buah! un montón.

—Este viernes vuelven a hacer Lo eléctrico del sentimiento, show que estrenaron en 2014 y es un parteaguas en su recorrido. Cuando pensás en ese recital, ¿a qué vas?
—Primero, a la amistad. Habíamos armado una pequeña orquestita con amigos, cada uno tocaba un instrumento que en ese momento precisábamos; había un bandoneonista, alguien tocaba el cello, Pikela tocaba el contrabajo, había dos amigas que justo estaban en una movida de bailar tango y las metimos; mucha parcería. Y el viaje de las luces. Recién había entrado Diego Viera, nuestro técnico; me acuerdo de estar en la prueba de sonido, ver las luces y yo flasheaba. Era la primera vez que teníamos todos esos recursos disponibles con personas idóneas para usarlos. Entonces, ta, marcó. Íbamos para adelante con todo, conscientes de que nos iba a salir bien. Y la idea es rescatar el camino que nos llevó al espectáculo. Es todo ilusión.

—Diez años es mucho tiempo. ¿Cuánto cambiaron?
—Cambiamos mucho para bien, porque cambiar siempre es lo que tiene que pasar, aparte de que nosotros somos más grandes y nos convertimos en padres más o menos al mismo tiempo; esos procesos personales fueron en colectivo y todo eso se volcaba en la banda. Ahora nos estamos ocupando casi de todas las gestiones; eso también te pone en otro lugar. Hemos aprendido y vamos aprendiendo constantemente a cuidar el vínculo entre nosotros, que es lo que hace que todas las bandas se separen. A veces dicen que es guita, pero en general no es guita, porque eso aparece si hay mala onda. Y nosotros tenemos buena onda porque tratamos de entendernos entre todos. Ser tan familia hace que conozcamos la realidad de cada uno, cuándo pinchar y cómo. A veces nos calentamos, como cualquier grupo humano. Y en lo musical fuimos cambiando en cuanto a la apertura. ¿Qué pasará en el próximo disco? Bueno, capaz que hay otros instrumentos, capaz que hay cosas vocales, no sabemos (NdR: están en conversaciones para trabajar con Fran Nasser de No Te Va Gustar); sabemos que vamos a ser nosotros mismos tocando y defendiendo las canciones, que es lo que hicimos siempre. Pero hemos ampliado el abanico. Extremoduro nos ayudó a encontrar nuestro caballo, nuestra forma de tocar. Después le pusimos el otro jinete que eran canciones propias, y ahora sabemos que hay más.

—Zitarrosa siempre los sobrevuela. ¿Cuál es su escuela guitarrera más directa?
—Hay algo inconsciente pero popular: todo el mundo tiene este tipo de viola. Y al principio, cuando nos empezamos a juntar, la idea era un grupo de estudio donde aprendíamos cómo se milonguea. Más o menos todos teníamos un poco de eso, ya sea de una escuela, de la casa, de un tío, alguno que estudiaba tango... Ese primer año, 2008, fue así: juntarse de mañana, investigar y aprender. Y escuchar a Zitarrosa. En mi casa nadie tocaba la guitarra, pero todas las cosas que yo escuchaba tenían una. Y eso te atraviesa. Yo en particular nunca quise tocar como Tal. Cada uno iba pasando lo personal para el grupo, y de repente metías un punteo de un tema parecido a uno de Jaime y ta, venía por ahí. Después empezamos a generar el caballo, la forma de tocar nuestra. Pero hay punteos que son guiños a Daft Punk. Hay un cruce, un irrespeto en pos de hacer algo bueno. Y creo que lo logramos.

—¿Todo se puede milonguear?
—Sí, todo se puede milonguear. Pongo a la milonga en el universo de la música criolla, que no es solo milonga; es chamarrita, vals, todas cosas de aluvión también, de gente que llegó y trajo lo suyo. Pero sí.

—¿Ves entonces a Milongas Extremas en un estadio?
—Si, total. O sea, no lo materializo, no es que me acuesto y nos veo tocando. Pero esta es una banda que ha cumplido muchos sueños: empezamos con temas de Extremoduro, los conocimos y después tocamos con ellos, que nunca ponen teloneros. Después fuimos a grabar el disco con Iñaki (Antón, de Extremoduro), después tocamos con La Vela, con La Triple Nelson, en el Luna Park... Sí, yo lo veo, sobre todo porque veo el laburo que hacemos, que si bien no pica como pica el Duki, se nota. Cuando salieron los discos, todo el mundo pensaba que era la muerte de los conciertos. Y nada que ver, porque los conciertos son una cosa que sucede solo mientras está sucediendo, y te queda algo en el cuerpo que demorás rato en ponerle palabras, salís con una sensación como si te hubiese pasado una ola por encima. A nosotros nos sigue pasando y vemos que la música que hacemos está cada vez más buena o la tocamos mejor, entonces mientras tengamos ideas, vamos a tener objetivos más grandes. E ideas tenemos todos los días. Entonces sí: cuando pase, que no nos agarre con la guitarra guardada.

Milongas Extremas
La banda Milongas Extremas.
Foto: Leonardo Maine

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