Pedro Dalton está ocupado: su vida de artista multidisciplinario —cantante, dibujante, escritor— es un tetris en constante armado, donde las piezas se acomodan y reacomodan en función de los toques y las entregas. Ahora, por ejemplo, la logística orbita en torno a esto: el concierto que dará el 22 de setiembre en el Auditorio del Sodre con Suma Camerata, su último experimento favorito.
Suma Camerata es la suerte de colectivo que conforma con Juan Casanova y Luciano Supervielle, un collage de texturas que vibra con intensidad rockera y tiene formas de música clásica, electrónica y popular y, ahora, la elegancia de un conjunto de cuerdas. Con eso, han conseguido tener uno de los mejores espectáculos para ver hoy en vivo en Montevideo, una experiencia verdaderamente estimulante. La llevan el 22 al Sodre para, además, grabar en vivo por primera vez (hay entradas en Tickantel). Especialmente por eso, Pedro Dalton sueña con que la gente vaya: en salas como esa, dice, uno puede escuchar hasta el suspiro que cae de la última fila. Y Suma Camerata se trata de esa precisión.
“Acá encontré una forma diferente de hacer la música, una forma diferente de sentir, un nervio bastante más acentuado”, dice en charla con El País. “Tengo que estar como... No sé. No es que me intimiden los violines y las violas y los cellos y el contrabajo, pero de cierta manera te ponen en un lugar de desafío. Y está bueno, digo. A mí Suma Camerata me exige el cien por ciento de lo que puedo dar”.
Algo similar le pasó con Misal Parvo, el penúltimo show en vivo que dio el proyecto musical más largo de su vida, Buenos Muchachos, en julio de 2022, antes de entrar en un extraño período de silencio. Sobre eso, dice, no hay nada que declarar.
Mientras tanto hay otras músicas, como esta de Suma Camerata, una búsqueda sofisticada y adulta que se vive con cierto cosquilleo adolescente. “Es como estar en bolas, mismo. Me pongo nervioso como si fuera un principiante”, dice sin controlar la risa. “¡Y me encanta!”.
“Yo creo que es un experimento con el que estoy copado. Lo primero que me salió después de participar en Neanderthal fue Buenos Muchachos. Un día empecé a hacer Dos Daltons con Marcelo (Fernández, su hermano), que es otra cosa, y después vino Chillan las Bestias, que es un experimento en el que me quedé. Bueno, Suma Camerata es lo otro en lo que me estoy quedando, porque veo que da para seguir experimentando. Si algún día se detiene eso, va a perder el interés para mí, pero nos gusta tanto la música a Juan, a Luciano y a mí, y tenemos tanto placer en pasarnos pelotas musicales, que es alucinante. Eso me revitaliza y me da ganas de seguir. La música es una forma artística que respeto tanto que solo dejaría de hacerla cuando ya me aburriera”.
¿Puede pasar? “No, escucho música todo el tiempo y parte de lo que escucho lo tengo que sacar para afuera”, dice. “Si no, piro. Demoré muchos años en hacerlo. Yo empecé a tocar a los 22, no a los 16 como Marcelo u Orlando (Fernández, su otro hermano). Yo largaba por el dibujo y era algo mucho más pausado, solitario, hacía solo lo que yo quería. La música me dio algo que no logró la pintura: estallar emocionalmente en el momento”.
La vida, el gran experimento, y el presente de Pedro Dalton
Para Pedro, hoy, todo se trata de experimentar. Suma Camerata es un experimento. Chillan las Bestias, su largo grupo rioplatense, es un experimento. Isla de Encanta, que fue un programa de radio y hoy es un formato itinerante que comparte con Nelson Barceló y Orlando, que cada tanto aparece en vivo y este jueves, por ejemplo, tuvo función en el Centro Cultural de España, es un experimento.
Hay otros: Sin Bohemia, el trío que hizo Mandrake Wolf y Nacho Iturria y al que espera volver; lo que dibuja con tinta china sobre papel cromocard cuando va a visitar a su madre a Malvín, y se mete un rato en el taller que aún no desarmó; la reciente colaboración con Trotsky Vengarán en “Cayendo”, la forma en que cantó con La Vela Puerca durante tres noches seguidas en el Sodre, como si estuviera actuando, como si descubriera algo nuevo. Todo es experimento, diversión, lucidez.
Y sin embargo, la mejor parte, la más reveladora, está puertas adentro. En 2023, con 56 años, Pedro se casó con Nara Infantozzi, madre de dos. Y esto, dice, este presente, es lo que no cambia por nada.
“Estoy en el lado luminoso, porque el lado oscuro no tengo más ganas de transitarlo. Ya está, fue suficiente. Dolió bastante también, entonces necesito correrme, pero no olvidarlo, ¿eh? No quiero olvidarme de nada de lo que hice y no quiero borrar nada, al contrario. Porque gracias a aquello que era nefasto también soy esto que soy hoy. Antes yo creía que mi vida era el arte, que era MI arte. Y hoy en día yo te digo que para mí lo más importante es la familia; esta manera de vivir es lo que encontré después de todo aquello, y la elijo y me quedo y va a estar siempre por delante. Si tengo que parar de dibujar para a llevar a Joaco a las clases de piano, lo voy a hacer. El dibujo puede esperar, mi relación con ellos no. Y la verdad, fue una de las cosas más fuertes que me pasó en la vida, y lo estoy disfrutando”.
Para Pedro, hoy, todo se trata del disfrute. “Era imposible visualizar esto. Me lo podías explicar con todas las palabras, lo tenía adelante, tenía ejemplos, y no los podía ver”, dice. “Me parecía sin sabor”.
Eso empezó a cambiar hace ocho años, cuando dejó de consumir y volvió a sentirse, dice, como a los 18: volvió a disfrutar de ir a exposiciones, de ver películas, de leer libros. La plata que gastaba “en boludeces” la empezó a gastar en cultura y dice que nada nunca lo estimuló mejor. Cita a Orson Wells, que prefería hacer películas con amigos a obsesionarse con hacer su obra maestra. Después dice: “Lo que vengo entendiendo es que, cuando realmente te das cuenta de que la mejor situación que te puede pasar no es el oficio ni lo que hagas en tu cabeza, sino la manera en que lo hacés, le estás dando mucha más importancia a la vida. Y para mí eso es el arte: tener una buena vida. El arte ya me dio todo. Yo ahora hago cosas que me gustan, nada más que eso. Y con eso está bárbaro”.