Fue en Canelones. Mario Carrero acababa de bajar del escenario tras tocar con Eduardo Larbanois y una mujer lo detuvo. Le dijo que el dúo había actuado en sus Bodas de Oro, que su marido había muerto hacía pocos meses, que ahí estaba, en familia, para conectar otra vez con esa música que tanto la marcó. Carrero se conmovió, recordó, se fue. Había caminado pocos metros cuando una pareja le pidió que parara. Tenían un bebé en brazos, y todo había empezado —esa familia, esa historia de amor— en un recital de Larbanois - Carrero en Pando: él quería una foto con sus ídolos y ella, que justo pasaba por ahí, se la sacó. Fue todo junto, el duelo pero también la vida, todos esos lugares donde puede meterse la música.
Fue en Costa Azul y fue con frío. Guillermo Peluffo caminaba el paisaje desolado cuando un hombre lo frenó y le dio las gracias: le dijo que durante dos años, los dos años que había durado la agonía de su hijo, lo único que lo había empujado había sido una canción de Trotsky, “Todo puede estar mucho peor”. Y fue en tantos lugares, esas veces que alguien le habló de cómo su banda atravesaba la memoria.
Sentados en un bar montevideano, café doble para uno y té de manzanilla para el otro, Guillermo Peluffo y Mario Carrero transitan las mismas cosas.
A simple vista, parecerían universos paralelos. Uno es punkrocker, un líder curtido en festivales universitarios noventeros y abrazado por un público que, como lenguaje del amor, utiliza el insulto. Otro es cantor hecho en tiempos de dictadura, la mitad de un dúo de guitarra y voz que lleva medio siglo frente a una platea que hoy es adulta, serena.
En la música, Trotsky Vengarán ha sido una trinchera que recién este año se atrevió a ceder, cuando la rapera Clipper se subió a uno de sus temas (“La vida duele”) y lo intervino con sello propio. Larbanois - Carrero, en tanto, ha hecho de su obra una casa con puerta abierta: ni la murga ni la charanga ni el rock se han quedado afuera. Toda combinación es posible.
Cuando toca Trotsky, en vivo, la cerveza llueve como si fuera lo único capaz de calmar el agobio del sudor. Cuando toca Larbanois - Carrero, en festivales del interior, el vino con frutilla es sagrado combustible.
Sin embargo, Trotsky abraza lo folclórico en su forma de decir, llana y localista; mientras que el dúo ocupa su propio lugar en el rock nacional, validado por versiones de “Ocho letras” y por cada uno de los jóvenes que, a lo largo de los años, se les ha arrimado para decir: “Yo no curto la música de ustedes, pero ustedes para mí son rock and roll”.
Lejos de ver la distancia, Peluffo y Carrero se reconocen en un mismo territorio, un mismo objetivo: el de la música popular, que este domingo los reencontrará para una nueva edición de Canelones Suena Bien.
El festival canario y municipal se realizará desde las 14.00 en Parque Roosevelt, con entrada libre y con un cruce de ritmos criollos, trap, canción moderna, pop, rock y punk. El dúo va a las 15.20 y la banda a las 19.20; la grilla la completan Lucía Severino, Maia Castro, Knak, Nameless y La Vela Puerca.
“Nosotros siempre participamos de festivales de rock, hasta que nos empezaron a llamar y llegábamos y tocábamos después de una murga, antes que un tropical, había un grupo de danza que bailaba el Pericón, yo que sé”, dice Peluffo en charla con El País. “Y eso sucede cuando te empiezan a tomar como un artista popular y te invitan a fiestas populares, entonces vos vas a la plaza del pueblo y venís de tocar para un público enardecido, que no paraba de agarrarse a trompadas y hacer un pogo infernal, y llegás y está la gente sentadita, en la playera, tomando mate, lista para verte. Y ahí es donde tomás conciencia. En los festivales tomamos conciencia de que estábamos mirando la vida por una rendija. Que podíamos hacer más cosas, que por más que hiciéramos el género que hiciéramos, con la estética que lo hiciéramos, le estábamos gustando a la gente”.
Peluffo dice que mucho de lo que es Trotsky, del modus operandi de Trotsky —que va directo al pecho, que no escatima, que en eventos así elige salir al ruedo con su arsenal recargado—, viene de los festivales. Que cosas como esta son juegos de seducción: hay que hacerlo todo para intentar convencer a un público nuevo.
Carrero, 50 años de escenarios a cuestas y casi todos los festivales del Uruguay trillados, coincide. “Porque no hay lugar en donde no hayamos cantado, desde la Patria Gaucha al Olimar. Y muchas veces nos tocó cerrar. Entonces llegás a un festival que está de temprano, se toma vino con frutilla, han pasado todo tipo de compañeros con distintas propuestas, te toca tocar a las dos de la mañana y ya no tenés el público que de repente había a la hora central y está quedando la gente que está pa’l pogo, y hasta la canción más triste te la baila”, dice y se ríe. “Cada festival es un desafío, y nosotros vamos preparados para cualquier cosa”.
“Porque más allá de las diferencias estéticas”, dice Peluffo, “nuestra intención fue siempre hacer música popular, no en términos de éxito sino de comunicación: música para todo el mundo, música que cante la gente, que se la lleve la gente”.