Rada tiene su lugar en el Paseo de los Soles: crónica de un homenaje entre chistes, música y una coincidencia

Este viernes, la Junta Departamental de Montevideo inauguró una placa en el Paseo de los Soles de la Peatonal Sarandí en homenaje a Ruben Rada. La crónica de la tarde en que hizo cantar candombe en la Ciudad Vieja.

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Ruben Rada en el Paseo de los Soles.
Ruben Rada en el Paseo de los Soles.
Foto: Estefanía Leal.

La esquina de Bartolomé Mitre y la Peatonal Sarandí se carga de un magnetismo del que es imposible escapar. Las cámaras de televisión y de fotos, el tumulto de gente con el celular en la mano y la enorme caja de madera con el logo de la Junta Departamental de Montevideo quiebran la rutina del viernes a la tarde en la Ciudad Vieja y hacen que a todo transeúnte desprevenido le gane la curiosidad.

En el centro de todo, rodeado de un centenar de personas, está sentado Ruben Rada. Sonríe, posa para selfies y escucha cada historia relacionada con su música. Le cuentan que en los setenta vieron su show con Totem en el Teatro Solís, a apenas unas cuadras de distancia. Le piden que firme un vinilo de En familia o le dicen que lo conocieron por Rada para niños. Detrás de él, su esposa Patricia, dos de sus hijos —Lucila y Matías— y dos de sus nietos sonríen ante la escena.

Rada está a punto de ver su nombre en el Paseo de los Soles, pero el homenaje va más allá del mármol en el suelo de la Peatonal Sarandí. Los agradecimientos, que abarcan desde escolares hasta treintañeros y señoras de 80 años, reafirman el simbolismo del festejo. “Ha dejado una huella imborrable en la historia de la música uruguaya y latinoamericana. Rada no solamente crea música, sino que construye comunidad”, comenta Patricia Soria, presidenta de la Junta Departamental.

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Ruben Rada.
Foto: Estefanía Leal.

En medio del discurso de Soria, ocurre una coincidencia tan significativa que parece hasta ensayada. “Rada ha sido y sigue siendo un puente entre el pasado y el presente conectando distintas generaciones y culturas. Sigue siendo un puente intergeneracional”, comenta justo cuando un grupo de escolares que pasa caminando por la Peatonal se topa con el homenaje. Una de las maestras saluda a Rada y desata una oleada de entusiasmo que obliga a interrumpir la ceremonia.

El cantante se levanta para saludar y, en cuestión de segundos, se encuentra rodeado de túnicas blancas y moñas azules. Sonriendo, se convierte en el director de un improvisado coro de niños que canta el estribillo de “Mi país”. Mientras abraza a dos maestras, se queda unos minutos saludando a los niños. No hay protocolo capaz de controlar tanto entusiasmo.

“Rada nos ha enseñado que la verdadera grandeza no se mide con premios ni con ventas, sino en el impacto que genera en las personas, en cómo su actitud toca vidas”, había dicho Soria unos instantes antes. Ahora, la imagen cobra vida en medio de la Peatonal Sarandí.

Luego, cuando el intendente de Montevideo, Mauricio Zunino, mueve la caja de madera que descubre al homenaje en mármol sobre la calle, Rada aguanta la emoción con uno de sus chistes. “Bo, les pido por favor que no me pisen tanto, ¿viste?”, dice mientras señala al piso. “Si alguno me puede esquivar, estaría feliz”.

Cuando le toca pasar al estrado, nombra a varios de los que “creyeron” en él cuando empezó: Daniel “Bachicha” Lencina, Cacho de la Cruz y los hermanos Fattoruso. “Me da mucha alegría ser parte de la música uruguaya”, declara justo antes de improvisar un repaso por parte de la historia de la canción local: la suya propia.

Marca el ritmo sobre la madera como si fuera un tambor y se lanza con un enganchado imbatible: “Quién va a cantar”, “Cha-cha, muchacha”, “Muriendo de plena” y “Candombe para Gardel”. En tres minutos hace cantar al público mientras lleva la clave del candombe.

Media hora más tarde, después de más fotos y saludos, Rada se sienta en un café junto a su familia y, mientras su esposa Patricia sostiene una réplica a escala del mármol recién estrenado, el hombre de 81 años trata de analizar lo que acaba de vivir. “Me emociona muchísimo porque pienso en todas las veces que pasaba con mis hermanos mangando y parando taxis por monedas frente al Teatro Solís”, dice. “La distancia que hay entre Bartolomé Mitre y el Solís es poca, pero a la vez es inmensa de grande porque muestra de dónde vengo. ¿Quién iba a decir que tantos años después iba a haber un Sol de Rada en homenaje a su trabajo?”, se pregunta en voz alta mientras mira por la ventana.

Afuera, un grupo de amigos lo espera para pedirle más fotos.

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