ENTREVISTA
El folclorista argentino se presentará este viernes en Sala del Museo, solo a guitarra y voz, y antes charló con El País. Abre el show Florencia Nuñez
Dos años atrás, en el verano de 2020, Raly Barrionuevo, ganador de un premio Konex y un par de Gardel, decidió que iba a tomarse un tiempo “indeterminado” de la actividad musical. El cansancio de un trabajo en vivo que llegó a incluir más de 30 festivales de folclore en un período de dos meses, le pasó factura. Entonces desarmó a la banda que lo venía acompañando y decidió no volver a tocar hasta nuevo aviso.
Sí sabía que cuando lo hiciera, cuando decidiera volver, iba a ser solo a guitarra y voz, para recuperar la esencia de las canciones, la forma en la que estas vienen al mundo.
Pero entonces vino la pandemia, el parón forzoso a causa del coronavirus y el reencuentro con una grabación que había quedado a medio hacer y que se convirtió en 1972, uno de sus discos más significativos. Y Barrionuevo regresó a los escenarios, con nueva formación, para presentar ese repertorio ligado a su historia de sangre, de familia.
Recién ahora, saldará aquel pendiente con el que fantaseaba hace dos años. Esta noche se presentará en Sala del Museo (Rambla y Maciel), solo con su guitarra, en un show que abrirá la rochense Florencia Nuñez, que viene de recibir el Premio Nacional de Música y varios Graffiti. Es a las 21.00 y hay entradas a la venta en Abitab.
“Es una incertidumbre para mí comenzar a tocar mis canciones desde un lugar totalmente despojado, como vinieron al mundo, con la guitarra”, cuenta en charla telefónica con El País. “Volver a eso tan básico que me encanta, es lo que más me entusiasma del concierto de Montevideo”. Del repertorio no tiene demasiadas certezas y prefiere resumirlo todo en un sencillo “vamos a ver qué pasa”.
El camino de Raly Barrionuevo, una de las principales voces del nuevo folclore argentino, es de autogestión y de tierra adentro. Nacido en Santiago del Estero y con un ADN musical que tiene mucha carga de Catamarca, lanzó su primer disco en 1995 (El principio del final) y vive hace más de 15 años en el pueblo de Unquillo, en las sierras de Córdoba, desde donde admite: “Nunca me he llevado bien con las vidas citadinas”.
Su relación con Uruguay está marcada por la milonga, la influencia fundamental de Alfredo Zitarrosa, El Sabalero y, más directamente, La Vela Puerca. Barrionuevo grabó para el tema “La luna de Neuquén” del disco Destilar de la banda de rock, y generó una estrecha relación con Sebastián Teysera que le permitió conocer más a fondo este país que visitó por última vez en 2019, cuando vino con Lisandro Aristimuño a presentar el proyecto de versiones Hermano Hormiga.
En el vínculo rioplatense, además, el cantautor recuerda dos anécdotas puntuales. Una es de la primera vez que vino a Montevideo, por convocatoria de Jorge Nasser. “Me acuerdo que me quedé en su casa con un compañero de Santiago del Estero, y él nos pedía que el cantemos chacarera, zamba, música santiagueña. Y estaba muy encantado con eso y en un momento nos dijo: Ustedes cantan música de Santiago, ¿pero de dónde son? Y cuando le dijimos, nos dice: Ah, ¡son del Mississippi ustedes! Él lo miraba desde esa mirada rockera, y a esa formación tan del vientre de la madre, no hay con qué darle”.
La otra es de un encuentro que tuvo con Jaime Roos en Mendoza, donde compartió una charla que se limita a definir como “muy hermosa” y “muy fuerte”, y que tuvo al folclore como protagonista.
Porque eso, la música de raíz, criolla, es lo que define el andar de Barrionuevo. De ahí que este año haya lanzado un álbum como 1972, con piezas como “Febrero en San Luis” o “Alfonsina y el mar”. “Es un trabajo musical pero muy de sanación, porque tiene que ver con la música que cantaba mi papá. La relación entre mis padres terminó cuando yo era muy chiquito y él en un momento se fue y no lo vimos más”, cuenta de ese álbum del que al momento de esta entrevista, no había definido si iba a tocar algo en Montevideo. “Sabía que esa música había unido a mis padres pero también los había separado, entonces cantar esas canciones significa una sanación re-fuerte. Un viaje al pasado en busca de alivianar pesos viejos, para poder andar más livianito. La música, en este caso funciona, una vez más, como algo terapéutico”.