CRÍTICA
Vulnerable, sexy y desolada: así se muestra la cantante británica en "30", un disco que renueva su sonido y que ya es un éxito en Spotify
Para cuando salió “Easy On Me”, el único sencillo que Adele editó antes del estreno de su nuevo disco, el mundo supo que iba a obtener más de lo que quería. La británica, una de las artistas más populares del siglo XXI, estaba de vuelta con la promesa de su álbum más personal hasta la fecha, la fotografía de unos años turbulentos, y abría esta nueva era con una balada embebida en su propia esencia.
Al oyente más sensible, “Easy On Me” le habrá hecho llorar en la primera escucha y lo habrá preparado para una dosis abundante, quizás excesiva, de notas sostenidas por todo lo alto y frases estiradas apenas respaldadas por un piano tan delicado como profundo. A las plataformas y a la compañía discográfica, les habrá traído la satisfacción del éxito inmediato y otro augurio prometedor. En eso último no fallaría.
Sin embargo 30, que se lanzó el viernes pasado, se corre de lo unidireccional que parecía sugerir el corte. Lejos de un exagerado dramatismo cortavenas, el nuevo disco de Adele es el retrato de una mujer en llamas, que a veces está abatida, otras desconsolada, desolada, otras tantas excitada y a veces, todo junto.
Seis años después del éxito que había conseguido con 25, Adele avisó que estaba lista para lanzar su nueva música. Lo que vendría, dijo, era el relato del período más turbulento de su vida, una reconstrucción personal tras el tsunami que la dejó ahogada en su dolor.
En 2019, la estrella se separó de Simon Konecki, con quien tiene un hijo en común, Angelo. Soñaba con una familia a la vieja usanza, un cuento de hadas destinado al “vivieron felices para siempre”, hasta que se reconoció vacía y ajena en una vida que, puertas para adentro, no tenía demasiado que ver con el brillo que se le veía de afuera.
Entonces decidió divorciarse, y comenzó a lidiar con el sentimiento de responsabilidad por romper lo construido y sobre todo, por entender que había fracasado. Y nada pesa más que la mochila de un fracaso.
Para tratar de aliviarla, Adele se refugió en amigos, bebió vino, lloró, hizo canciones y se entregó al ejercicio físico. Dijo a la revista Rolling Stone que sentía que si podía fortalecer su cuerpo entonces, quizás, podría fortalecer sus emociones y salir de su propia oscuridad.
Y así llegó a 30, que más que de desamor, es un disco de quiebre. Un disco para renacer.
Cambios y referencias en el nuevo sonido de Adele
Adele es otra y eso está adentro, en el viraje de 180 grados que le dio a su vida, y está afuera, en el comentado cambio de imagen. Es lógico entonces, que el sonido de su nueva era también sea otro.
Sin desprenderse del aura retro que la caracteriza, acá se cristalizan otras influencias vintage que remiten a lo crooner de Frank Sinatra, la soltura de Elton John y por momentos a la fisicalidad de Marvin Gaye.
Pero además está el hip hop, cuyas técnicas de producción han copado parte del mercado musical actual y también salpican a este disco. En 30, todo tiene que ver con el flow: lo que propone Adele con su voz es, en cada canción, una experiencia distinta y por ocasiones, como en “To Be Loved”, los instrumentos son apenas una compañía sutil que parece adaptarse sobre la marcha a su planteo.
En este álbum hay, sobre todo, una necesidad de decir, un énfasis puesto en la palabra que lo convierte, aunque la guitarra sea apenas una actriz de reparto, en el material más singer-songwriter, más de cantautora que la británica ha hecho.
Todos los temas (la mayoría de más de cinco minutos de duración) se diferencian entre sí con una estructura lírica que varía en el tipo de verso que maneja, en la forma de las estrofas o en dónde coloca el coro. Ese recurso da a este cuerpo de composiciones una sensación de apuro, de pérdida de control: hay ideas vomitadas y el agua las arrastrará hasta donde la melodía permite.
A eso suman otras decisiones, como el hecho de colar notas de voz —como en “My Little Love”, un ida y vuelta con su hijo en el que la exposición es absoluta— o sonidos que parecen referir a las Spice Girls, Lauryn Hill, Amy Winehouse, Frank Ocean y ese tipo de amores confesos de la cantante de “Hello” y “Rolling in the Deep”. Es como si la banda sonora que arropó a Adele en las peores noches de borrachera y soledad también tuviera que estar presente en esta entrega.
Para el montaje se agregan los guiños cinematográficos que abren y cierran 30. El primero es “Stranger by Nature”, inspirado en Judy, la biopic sobre Judy Garland; el último es “Love Is a Game”, que hizo mientras que en la televisión, de fondo, iba Desayuno en Tiffany.
Entre esas dos escenas queda el protagónico de Adele, que una vez más confirma que es una cantante soberbia y una compositora con talento. Acá está rodeada de coros, que la envuelven y la sostienen a toda hora, tanto en la confesión más descarnada como en la revelación sexy de “Oh My God” o “All Night Parking”. La acompañan en este proyecto que ayer era, según Spotify, el disco nuevo más escuchado de la plataforma a nivel global; a veces la honestidad tiene sus resultados.
Con 30, Adele construyó una casa a la que es posible volver para refugiarse de cada tormenta. Con la conciencia de que, cuando se abra la ventana, tarde o temprano habrá luz.
30 ****
Artista: Adele. Productores: Greg Kurstin, Max Martin, Shellback, Inflo, Shawn, Everett, Ludwig Göransson, Tobias Jesso Jr. Número de canciones: 12. Sello: Columbia Records / Sony Music. Estreno: 19 de noviembre de 2021 en plataformas digitales.