Roque Narvaja: su desconocido rol en "Mateo solo bien se lame", su romance con una fan y sus shows en Uruguay

El autor de clásicos como "Menta y limón", "Santa Lucía" y "El extraño de pelo largo" volverá a Uruguay para actuar en Colonia del Sacramento y Punta del Este. En la previa, repasó su carrera con El País.

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Roque Narvaja.
Foto: Difusión.

Roque Narvaja tiene la anécdota perfecta para romper el hielo. Después de declarar su fanatismo por Los Shakers y recordar que en la época en que “El extraño de pelo largo” era furor venía seguido a Uruguay para tocar con La Joven Guardia, el argentino desliza un dato poco conocido. “Cuando Mateo grabó Mateo solo bien se lame, yo fui cómplice de esa producción porque le presté mi guitarra de 12 cuerdas”, relata, con la risa breve y pícara de quien sabe que está revelando un detalle único. “Mi admiración por ese disco es total, y en ese momento de creatividad absoluta estuvimos conectados”.

El comentario cumple su cometido: por un momento, sus próximos shows en Uruguay pasan a un segundo plano. ¿Qué tuvo que ocurrir para que el cantante de “Santa Lucía”, “Amante de cartón” y “Menta y Limón” terminara implicado en la cocina de uno de los mejores discos uruguayos de la historia? La pregunta, al otro lado del teléfono, provoca una nueva risa.

“Yo estaba grabando mi primer disco solista, Octubre (mes de cambios), en los estudios ION de Buenos Aires, y el genial técnico de grabación uruguayo Carlos Píriz fue el padre del sonido de las guitarras y los charangos que suenan. Un día, cuando estaba terminando el disco, se me acerca y me dice: ‘Roque, estoy grabando con un cantautor uruguayo muy bueno, ¿no me podrás prestar tu guitarra de 12 cuerdas?’. Yo justo la había afinando como un charango y sonaba como un arpa vieja —ese es el secreto del sonido de la canción ‘Octubre’—, y con todo cariño le dije que sí. Luego me hizo escuchar algunas de las cosas que Mateo estaba haciendo, aunque no en su presencia porque recuerdo que grababan de noche, y las canciones eran increíbles. Así nació un disco icónico como Mateo solo bien se lame”.

Para comprobarlo, hay que escuchar “Niña” y la bellísima “Tras de ti”, donde el uruguayo toca el instrumento prestado.

Con la anécdota contada, la charla regresa a su cauce original: sus próximos conciertos en Uruguay. El artista de 73 años se presentará este domingo en el Centro Cultural Bastión del Carmen de Colonia del Sacramento, y la noche siguiente actuará en Enjoy Punta del Este. El repertorio de sus shows estará formado por los clásicos de su obra e incluirá canciones de Mar de la tranquilidad, su introspectivo disco de 2021 que incluye las luminosas “Piloto en la tempestad”, “Voy llegando” y “Una foto de papel”.

Esta última, dedicada a su pareja, tiene una historia particular. “Ella era una fan que ya tenía varias fotos conmigo, guardaba las entradas de mis conciertos y hasta tenía anotaciones de los cambios en el repertorio y lo que yo llevaba puesto en el escenario”, narra. “Y un día, después de un show, me fijé en ella: era muy linda y la invité a cenar; una cosa llevó a la otra, y de ahí nació la letra”. El videoclip complementa la anécdota.

En la previa de sus conciertos en Uruguay, va un resumen del diálogo entre Narvaja y El País.

—Ya que hablamos de Octubre (mes de cambios), ese disco de 1972 inauguró una trilogía en la que fusionaste rock y música latinoamericana en un proyecto socialmente comprometido que distaba mucho del planteo de La Joven Guardia. ¿Qué se despertó en vos como para motivar ese cambio de rumbo?

—Era una búsqueda personal necesaria. Yo entré a La Joven Guardia cuando estaba en el colegio y mientras estábamos de gira yo estaba dando exámenes porque me había distraído con la música. Después de “El extraño de pelo largo”, que es una canción a la que le debo todo, vinieron canciones con otro atrevimiento. Sin embargo, cuando las proponíamos con Enrique (Masllorens, bajista y también letrista del grupo), siempre perdíamos las votaciones porque otros integrantes, la compañía y el managerato decían que La Joven Guardia era una banda de canciones de amor pop para bailar, o sea una banda beat, como se decía en la época. Eso me dio mucha frustración y, en definitiva, cuando dejé el grupo lo hice porque necesitaba saber quién era y qué podía hacer. Yo había conocido la música del altiplano mientras estaba de gira por Bolivia con La Joven Guardia, y ahí me compré un charango. Cuando aprendí a tocarlo fue que empezó la idea de Octubre (mes de cambios), que lo veo como un disco de descargo del alma. Tenía una cantidad de inquietudes en una época muy especial del mundo: era el momento de la protesta firme, no la hippie, sino la ilustrada. Y de eso hablan las canciones de Octubre.

—A ese disco le siguieron Primavera para un Valle De Lágrimas y Chimango, y cuando estabas grabando Amén, en 1976, irrumpió la dictadura en Argentina. El proyecto quedó inconcluso y tuviste que exiliarte en España. ¿Cómo recordás ese momento?

—Vivía con ataques de pánico, sobre todo porque estaba preocupado por mi familia. Me seguían por la calle: de repente pasaba un tipo y me decía algo intimidatorio mientras me daba mi nombre completo; de eso no me olvido más. También entraron dos veces a mi apartamento y se robaron los Discos de Oro de La Joven Guardia. Fue una época muy difícil, así que cuando decidí irme a España lo hice por (el aeropuerto de) Ezeiza, porque si me pasaba algo alguien se tenía que enterar. Me fui exiliado con una familia recién formada, con una mujer prácticamente adolescente y un chiquito de 11 meses, y cuando por los parlantes del avión avisaron que estábamos por aterrizar en Madrid me largué a llorar como un niño. Estuve así una hora; sentí que me sacaba un arpón del pecho.

—Tiempo después compusiste “Santa Lucía”, que grabó Miguel Ríos y te cambió la vida...

—¡Sí! Yo había hecho un disco que se llamaba Quién..., que fue el que me abrió las puertas en España, y donde grabó el productor chileno Carlos Narea. Yo tocaba en bares y residencias de estudiantes, y él me pidió “Santa Lucía” para Miguel Ríos. ¡Fue un golazo tremendo! (Se ríe) Lo mejor fue que pude pagar mis deudas y saber que iba a tener una platita en el banco para darle de comer a mi hijo y para que mi mujer pudiera seguir estudiando. Con “Santa Lucía” me saqué otro arpón, pero no del pecho, sino de la panza (se ríe).

—Y entonces, en 1981, llegó Un amante de cartón, el disco que marcó el renacimiento de tu carrera y en el que presentaste un sonido que luego expandirías con Balance provisional. ¿Cómo surgió?

—En realidad, yo quería hacer otro disco como Quién..., pero Carlos Narea junto al bajista Tato Gómez y el baterista Mario Argandoña me hicieron entender que era por otro lado. Después del éxito de “Santa Lucía”, Carlos me dijo:“Vamos a hacer un disco, pero sacate el algodón de los oídos y ponetelo en la boca porque tenés mucho que aprender” (Se ríe). Y con ellos, junto a Thijs van Leer, el tecladista de Focus, y al guitarrista inglés John Parsons, llegamos al sonido de Un amante de cartón, que tiene 10 hits. No solamente volví a los primeros planos de las ventas y a cantar en teatros llenos, sino que fui inmensamente feliz después de haber pasado por un infierno terrible. Además, fue la confirmación de que lo que hacía con la música estaba bien.

—¿Cuál fue el aprendizaje clave de Un amante de cartón?

—Entender que era un tipo que hacía canciones que podían ser importantes si yo acertaba con la rima y la temática. Pero mi mayor habilidad es la melodía, que mezcla la escuela beatle con el folklore y el blues. Cuando entendí que mi moneda de cambio no era ni la peseta ni el dólar, sino la canción, me di cuenta de que podía crear un repertorio que los españoles podían escuchar y cantar.

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