ENTREVISTA
La cantante argentina se presentará en Montevideo el 16 de febrero. Antes, con El País, habló de "Puerto Pollensa", sus pasiones y la gratitud.
Tiene 65 años, 22 discos grabados, uno que acaba de cumplir 40 y es de los más icónicos de su carrera (Puerto Pollensa, 1982), un repertorio extenso y una de las voces más elogiadas y reconocibles de la música argentina. Sin embargo, Sandra Mihanovich —tan diminuta y tan igual a la de siempre, la sonrisa traviesa, el pelo rebelde— no deja de sorprenderse ni de emocionarse ante cualquier muestra de cariño. Lleva un “GRACIAS” mayúsculo tatuado en el antebrazo, la carta de presentación que alcanza para resumirlo todo.
El 16 de febrero de 2023, Mihanovich volverá a Montevideo para saldar la deuda con un público local al que no visita hace mucho rato. Estará en el Auditorio Nacional del Sodre, con banda completa, su nuevo disco Bendiciones y quizás invitados locales, y festejará todos estos años de música, de canciones. Las entradas ya se consiguen a través de Tickantel.
Su vínculo con Uruguay lo tejió desde mediados de los setenta, cuando aprendió “Y hoy te vi” de Eduardo Mateo y la cantó, por pedido de Graciela Borges, en el rodaje de la película Sola, de Raúl De la Torre y de 1976. La grabó para su segundo disco y para ese tiempo ya había conocido a Ruben Rada, con quien se cruzaría “millones de veces”. Luego aparecieron Estela Magnone, Fabián Marquisio y Jorge Nasser, con quien todavía tiene el pendiente de hacer un disco juntos.
Como el tatuaje, esas presencias también dicen mucho. De eso y más tuvo esta charla con El País.
—En esos nombres está bien reflejada la versatilidad que ha acompañado tu carrera: la raíz, la fusión, la sutileza, el rock. ¿La música para vos es un campo abierto?
—Que la música sea un campo abierto para mí es extraordinario. Canto desde muy chiquita, y siempre fue un placer muy grande. Además era bastante introvertida, no socializaba mucho, pero a la hora de cantar me integraba y estaba feliz. Encontré además, en las canciones que tuve la oportunidad de cruzarme y elegir, las palabras y la forma de decir lo que quería decir a lo largo de mi vida. Soy una cazadora de canciones de amor, tema trillado en la música, pero buscaba canciones que no definieran género, que no tuvieran un “nosotros dos” sino un “somos dos”, que pueden ser mujeres, varones, grandes, chicos, perro, gato. Me ocupaba de que existiera eso, porque me parecía la forma más honesta de cantar las canciones de amor.
—Que es lo que pasa con “Puerto Pollensa”. Todo el mundo la lee como una historia de dos mujeres...
—Y no hay nada que lo diga. Eso es espectacular. Pienso que Marilina debe haber buscado lo mismo cuando compuso la canción; nunca se lo pregunté. Pero era una época donde era difícil manifestar abiertamente algo de la sexualidad distinta, entonces estaba bueno decir sin decir.
—¿Cómo sabés que una canción es para vos, que tiene que ir a tu repertorio? ¿Dónde está la señal?
—No sé dónde está la señal. “Puerto Pollensa” la escuché al poco de conocer a Marilina Ross, me quedé con la boca abierta, le pedí para cantarla y me dijo que no, que era un regalo para alguien. Al tiempo me habilitó; yo la grabé y en el disco puse María Celina Parrondo, que es su nombre verdadero. Porque Marilina Ross estaba prohibida, pero María Celina no. Y tuve el privilegio enorme de darla a conocer yo, entonces la canción era “la canción de Sandra”. Toda la vida, además, la gente creyó que era la historia de amor nuestra, porque suman dos más dos y creen que es cinco. Y no. Somos muy amigas, nos admiramos queremos muchísimo, y conocí Puerto Pollensa con ella, su mujer y la mía, en 2014.
—Hoy que la música está tan atravesada por lo queer y las diversidades, y que han cambiado tanto los mensajes, las performances arriba del escenario, las posturas, ¿cómo ves el panorama?
—Me parece bien, pero esta época está cargada de algo que antes no estaba tan estructurado como ahora. Hoy hay una cuestión de marketing, también, entonces lo políticamente correcto tiñe esta situación. No necesariamente a todos: hay artistas muy auténticos, muy verdaderos, que van por ahí. Pero así como por un lado esto de las redes genera una cuestión de espontaneidad, también genera una cuestión de especulación. Y creo que la gente no se da cuenta de que lo que más funciona es aquello que no está ni especulado ni preparado como campaña. Hoy supuestamente es más fácil comunicar la música: está ahí, en el teléfono, la puse y la mostré. Hace 40 años tenías que grabar un disco para que alguien se enterara de que vos cantabas. Eso hace que se embarre mucho la cancha, porque hay de todo, y este fenómeno de lo global y lo que se viraliza es medio inmanejable. Pero yo —no sé, a lo mejor soy una romántica— sigo creyendo en los valores de la espontaneidad y la autenticidad. Siento que eso es lo mejor que tenemos los seres humanos: el lugar de la verdad.
—La libertad de elección y la diversidad sexual son tópicos que han atravesado tu repertorio y tu discurso, y sobre los que se vuelve mucho sobre todo en las instancias de entrevistas, como si tu recorrido al final se ciñera a eso. Todo ese gesto de libertad, ¿en algún punto te redujo?
—No, siento que era algo que me definía. Por ahí en otra época era más como un rompecabezas, de buscar la forma de decir las cosas. Pero al contrario, creo que es algo que te ayuda a decir quién sos, entonces es bueno. Es elegir esto y no aquello.
—Tu último disco se llama Bendiciones. ¿Cuáles son las bendiciones que reconocés en este momento en tu vida?
—Todas. Me tatué la palabra “GRACIAS” porque me siento absolutamente bendecida y privilegiada por las oportunidades extraordinarias que he tenido a lo largo de mi vida. Por tener una vocación, poder concretarla, por ganarme la vida. Más allá de que crecí en una familia de buen pasar, lo que yo tengo lo hice yo, y cuando no canto, se me complica, porque tampoco tengo fortuna ni grandes cosas acopiadas. Siempre supe que yo quería ser independiente, seguramente por el tema de la sexualidad. Tuve todas estas posibilidades, tengo salud, una familia copada, me casé —yo nunca pensé que me iba a poder casar, ni siquiera que iba a poder agarrar de la mano con una mujer por la calle—, y también Bendiciones es el disco que hicimos con Lito Vitale, que hacía rato teníamos ganas de hacer algo juntos. Se nos ocurrió que fuera un disco de folclore latinoamericano, la única inédita es la que da nombre al disco y por esas cosas de la vida la escribió Sandra Corizzo, rosarina y mi compañera en Radio Nacional. Es una palabra tan linda que era lo que quería decir.
—En este disco aparece muy claramente algo que marca tu discografía, que es como un cantar riendo. Si uno escucha y solo escucha tu música, reconoce el decir con una sonrisa. ¿Es una forma moldeada, consciente?
—Es una forma consciente y siento que se escucha. Siento que la sonrisa se escucha y se siente en la emisión de la voz. Tiene que ver con el “Gracias”, con sentirme feliz y con buscar la mejor expresión posible para esa canción que está sonando. ¿Cuál es la mejor manera en la que puedo hacer que suene? Creo que lo que tiene de valioso un intérprete es justamente eso, su identidad, su forma, su timbre de voz y la elección de cómo transitar esas palabras. Siempre estoy pensando con una sonrisa, sin dudas.
—¿Qué te pasa físicamente cuando cantás?
—Es una felicidad, una emoción profunda. Una vibración. Es sentir la plenitud a través de la música.
—Antes hiciste referencia a “la canción de Sandra”. Hay algo de la cercanía que ha marcado tu camino, eso de ser “Sandra”, de un vínculo casi de entrecasa con el público. ¿Con qué tiene que ver?
—Mi madre (Mónica Cahen D'Anvers) es una periodista importante de Argentina, ya retirada. Comenzó siendo Mónica Mihanovich, por lo cual cuando empecé a cantar ya tenía un apellido conocido. Y así como mi mamá es Mónica, para la gente, tenemos un perfil muy bajo y una forma de vínculo coloquial, sencillo. No somos ni divas ni estrellas. Mi madre podría serlo: estuvo 40 años en televisión, lideró el rating, pero lo que prima en el vínculo con la gente es el cariño, el afecto. La ven y se le tiran arriba y la quieren abrazar. Y creo que conmigo pasa un poco lo mismo. Cuando hace 10 años le doné un riñón a mi ahijada, eso también generó una empatía por ahí de gente que nunca me escuchó cantar. Y eso persiste. Lo vivo como un privilegio y lo agradezco muchísimo.
—Incluso en un país que puede llegar a ser muy hostil, como el tuyo.
—Sí. Yo trato de mantenerme al margen, y es complicado porque te mantenés al margen y muchos pueden decir que sos tibia, que no te jugás. Pero yo tengo claro que lo importante es el bien común, y que yo soy argentina y no me importan los partidos políticos: me importa que se arregle nuestro país, que funcione. Y creo que hay personas valiosas en todas partes. Entonces en general no digo lo que no me gusta, trato de decir lo que me gusta, porque es más saludable, más constructivo. Los fanatismos para mí son todos malsanos y enfermos, todos. El único válido es si sos hincha de Boca, River, Peñarol, Nacional; eso es el corazón. La Argentina en este momento está recibiendo esta bendición (del Mundial), esta alegría del fútbol que tanta falta nos hace, porque nos junta a todos. Y es una verdadera bendición que el líder de esto sea Messi, con su forma de ser y su carácter. Nuestro líder, en este momento, es alguien respetuoso, trabajador, educado, humilde, todo lo que a muchos argentinos nos falta. Si aprendemos de eso, seguramente iremos a un lugar mejor.