Por Belén Fourment
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Shakira. Casio. Twingo. Clara. Rolex. Hacienda. Piqué. Hace cuatro días que el tiempo virtual es una Ferrari que corre a 370 kilómetros por hora, con el calor de la discusión como sus 990 caballos de fuerza. En la Iberoamérica recortada por el molde de las redes sociales y los medios de comunicación, entre fronteras líquidas, hace cuatro días que (solo) se habla de esto: de cómo / por qué / para qué Shakira le dedicó a su ex, Gerard Piqué, la sesión que estrenó el 11 de enero con Bizarrap y que ya hizo historia.
Nunca una canción latina había acumulado casi 64 millones de clics en su primer día en YouTube. Nunca un tema en español había tenido un debut así de grande en Spotify: 14.4 millones en una sola jornada. Es tiempo de acelerador y bombardeo: hay una canción nueva y todos quieren escucharla. No: hay una canción nueva y todos quieren criticarla, desmenuzarla, destrozarla. Limpiarla y domarla, que esta ya no es tierra para lobos —lobas— salvajes.
El 10 de enero, el productor argentino Bizarrap hizo su jugada clásica: anunció que en 24 horas se estrenaría su nueva sesión, el nombre que llevan las colaboraciones que, en el último año, lo empujaron a ser el artista más escuchado del mundo. ¿Su nueva socia? Shakira (44), estrella latina de escala global, en el período más turbulento de su vida: se separó de Gerard Piqué (34), exfutbolista —su pareja durante 12 años y padre de sus dos hijos—, infidelidad de por medio. Hay todo un disco escrito sobre eso.
El 11 de enero, a pocos minutos del estreno de la BZRP Session #53, en la mesa de un bar del Parque Rodó, una periodista y escritora, una directora de cine, un productor y conductor de tevé, una editora literaria y quien firma esta nota buscan el video y lo reproducen en un celular como quien está a punto de ser parte de un acontecimiento. Solos, en grupos, en pantallas más grandes o más chicas, miles repiten el ritual. Pronto son millones. En clave artística, Shakira acaba de arremeter contra alguien (Piqué y su novia actual, Clara Chía) como no lo hizo nunca con su música en 30 años de carrera. Hay nombres para eso: tiradera, diss track, beef. Algunos solo ven escándalo.
Parada frente a un micrófono, de corpiño magenta y campera a medio colgar, Shakira dice: “Una loba como yo no está pa' tipos como tú. A ti te quedé grande y por eso estás con una igualita que tú”. Dice: “Yo solo hago música, perdón que te sal”, pausa, gesto y luego, “pique”. Dice: “Me dejaste de vecina a la suegra, con la prensa en la puerta y la deuda en la Hacienda”. Dice: “Cambiaste un Ferrari por un Twingo”. Dice y asiente, frenética: “Las mujeres ya no lloran, las mujeres facturan”.
Al final dice, con la sonrisa satisfecha: “Ya está”. Pero recién empezaba.
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Alejandro Sanz en Twitter, 11 de enero, 22.18 (hora uruguaya): “Auuuuuuuuuuuuu!!!!!!!!”.
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Para su session con Bizarrap, Shakira, cuyo repertorio ha estado en diálogo constante con sus vivencias amorosas, desempolvó la piel de “Loba”, aquel hit de 2009 —del último tramo de su relación con Antonio De la Rúa— en el que seducía, sagaz y concluyente: “La vida me ha dado un hambre voraz / Y tu apenas me das caramelos”.
La colombiana volvería a ese traje para ocasiones puntuales, sobre todo en el período más urbano de su carrera, que inauguró con “Chantaje” y Maluma en 2016, provocativa y de movimientos felinos. En su nuevo tema, sin embargo, la fiera ataca con el cuero más duro que alguna vez ha tenido. Y nadie pareció verlo venir.
El 4 de junio de 2022, cuando Shakira anunció su separación de Piqué, internet auguró la llegada de un discazo: nada como el desamor y el despecho para nutrir la tierra de la canción de una de las compositoras claves de América Latina. Pero el augurio solo invocaba desde el altar de los noventa: el público todavía sueña con la resurrección de ¿Dónde están los ladrones? y Pies descalzos, y ni 25 años de cambios le han ganado a la necedad.
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Twitter; una usuaria desde México, 12 de enero: “Pudo haber hecho un discazo con ese tamaño de tragedia, pero hizo un lamentable hit de temporada. La canción es un mugrero”.
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Hubo un tiempo en el que Shakira —el personaje narrador de sus canciones— estuvo condenada a ser la Julieta urgida y devota de su Romeo. Un tiempo en el que todo —los días y las noches y la lógica y la existencia— tenía sentido si había un amor presente.
Ante el desamor, ante la ausencia, su voz cantante se ahogaba entre fotos y cuadernos, entre cosas y recuerdos. Se volvía inútil, bruta, ciega, sorda, muda. Completamente descontrolada. Pasaba los días como calvarios oscuros, largos, grises. Tenía las alas rotas y las manos sufridas a falta de un cuerpo que tocar.
Hubo un tiempo en el que Shakira no creía en nada más que en la sonrisa, la mirada, los besos y las palabras de un otro. Que era capaz de regalarle hasta la cintura y los huesos. Que deseaba que se extinguiera todo —el agua y la poesía, los placeres y los amigos— mientras quedara intacto, completo, pleno, el amor. “Porque yo, yo sé, sí, que dependo de ti. Si me quedas tú, me queda la vida”.
Hubo un tiempo en el que Shakira sabía ser, por el otro, perro faldero, víctima y volcán. Un tiempo de agonía, de: “No me faltes nunca / Que bajo el asfalto / Y más abajo estaría yo / Sin ti”.
Ahora, en este tiempo de velocidad Ferrari, Shakira ya no llora: Shakira factura. Y el público lo cuestiona, lo debate y hasta se lo prohibe: mejor loba herida que feroz.
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12 de enero, 21.05, Lali Espósito (artista argentina) en Twitter: “¿Desde cuándo escribir una canción con despecho, bronca o desamor es incorrecto o puesto bajo la lupa de una moral específica? Es música chiks, y esto se hace desde siempre”.
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El 19 de octubre pasado Shakira estrenó “Monotonía”, una bachata que hablaba del desamor con una sinceridad amarga: “Nunca dije nada pero me dolía / yo sabía que esto pasaría”. En el videoclip, una bazooka de portador anónimo le arrancaba el corazón. Al final, ella lo encontraba y lo guardaba bajo llave.
La sesión con Bizarrap, que le sigue a “Monotonía”, es la más descorazonada de sus canciones. La visceralidad inherente al repertorio de la cantautora está ilesa, pero el sentimiento se transformó. El despecho ya no es solo pasional, bruto: a veces es tan frío y calculador como una estrategia de marketing.
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Ignacio Álvarez, periodista, en Twitter; 12 de enero a las 9.22: “Una parte mía piensa en sus hijos, y así Piqué haya hecho lo que haya hecho, no está bueno hablar mal públicamente de su padre (ni de su nueva novia ni de la suegra). Es la diferencia entre mujer empoderada y mujer de$pechada”.
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La discusión alrededor del estreno de Shakira ha sido de moralina, farándula y perspectiva de género. A estos tres minutos y 33 segundos de canción le caben lecturas de empoderamiento, misoginia (por el ataque a Chía) o clasismo. Se le apunta también un feminismo blanco, que es aquel que generaliza a partir de una vivencia que no contempla mayores diversidades. Se le señala demasiada intimidad, demasiada exposición, demasiada miseria.
De la música (casi) nadie habla.
“Esto va para todas las mujeres que me enseñaron que cuando la vida te tira limones amargos no queda otra que hacer limonada”, dijo el viernes Shakira, tras horas y horas de ser el centro de la discusión digital, tras opiniones como olas violentas. Pero la limonada tampoco es la que era: hoy, con jengibre y menta y servida en frascos, es bebida de moda. De cómo se mire, todo depende.
Hoy, a 370 kilómetros por hora, en la era “aesthetic” que oculta la angustia existencial tras el posteo de Instagram, lo que más se le reprocha a Shakira es que esté enojada y no lo esconda. Porque el lobo feroz ha sido siempre un villano, y la tribuna parece preferir otra cosa: seguir con el foco en la herida fresca y ver, en cámara lenta, cómo la sangre desborda la piel sumisa y pura de alguna Caperucita.