Cuando se trata de la relación con sus discos, Tabaré Cardozo habla de tres fases. La primera es la de la escritura sin filtros (“Hacer y hacer para que fluya”, dice), la segunda se relaciona con lo técnico y estético para vestir a las canciones, y la tercera es la del análisis. “En ese momento me vuelvo espectador de mi propio trabajo”, comenta. “Pero para eso necesito la perspectiva que te da el tiempo porque el ojo no se ve a sí mismo”, explica. Y con 39 de febrero, el disco que publicó en junio del año pasado, se siente en un punto intermedio. Dice que puede analizar algunos aspectos de su mensaje, pero que aún está tan metido en el proceso de trasladarlo al escenario que todavía no puede desprenderse del todo del resultado.
Es entendible. Llevar a un disco como 39 de febrero al Auditorio Nacional del Sodre no es una tarea simple. Primero porque son 21 canciones que se pelean por un lugar en un repertorio consolidado por clásicos como “Lo que el tiempo me enseñó”, “Montevideo” y “El tipo de la radio”. Segundo por la cantidad de invitados: son 15 y la lista incluye a figuras como León Gieco, Pato Fontanet, Hilda Lizarazu, Soledad Pastorutti y Ruben Rada. “Ahora me estoy enfrentando a todos esos desafíos”, admite.
Para graficar lo que se verá este sábado en su debut solista en la sala Eduardo Fabini —ya estuvo varias veces ahí con Agarrate Catalina; incluso ahí grabó el disco Defensores de las causas perdidas—, el hermano mayor de los Cardozo recurre a la contratapa del diario que leía cuando era chico. “Había unas viñetas con el juego de las siete diferencias. Eso es lo que va a haber entre el disco y el vivo; diferencias sutiles que hay que buscar”, propone. En ese sentido, el aporte de los invitados será clave. La lista estará formada por músicos que grabaron en 39 de febrero (Maia Castro, Jorge Nasser y la argentina Sandra Vázquez), y otros que le aportarán su impronta al álbum. Allí estarán Camila Sapin, Omar Romano, Martín Buscaglia, Popo Romano y Julieta Taramasso.
Las entradas se venden en Tickantel y varios de los sectores están agotados. Los precios de los que quedan van de 900 a 3200 pesos, y hay 2x1 para socios de Club El País.
Si bien está concentrado en esta presentación, Cardozo ya puede sacar algunas conclusiones de 39 de febrero. “El disco fue mayormente concebido durante la pandemia, lo que significa que en ese período raro tuve mucho más tiempo para componer. En ese momento venía a mil porque además de mi banda también integro la Catalina, así que pasé de no estar casi nunca en mi casa a estar todos los días solo. Eso te configura y se debe notar en las canciones”.
“Contradicción”, el rock que grabó con Nasser y abre el disco, lo refleja: es el grito de un hombre público que se rebela ante lo que esperan de él. “No me pongas en un templo, / Ni me tomes como ejemplo (...) Solo vivo como puedo, / Todo roto y sin bastón”, dice la letra. Más adelante, en la candombera “Viejo y loco”, admite: “Cuesta la vida entera despabilarse un poco, / Y a veces ni alcanzará tampoco”.
39 de febrero es, junto a su antecesor Librepensador/La Ley de Newton (2018), uno de los capítulos más profundos y reflexivos de su discografía. “Que Dios me libre” es una plegaria para mantener el equilibrio entre tantos halagos y críticas, en “La conjura” le responde a las “flechas del underground” y en “Autitos chocadores” cuestiona a las guerras entre “barrabravas de bufetes”. Es una idea que expande en “Kaos o control”, que también aborda el alcance abrumador de la tecnología.
El álbum dura una hora y veinte, y también tiene sus momentos luminosos. Es el caso de las bluseras “El furgón”, un relato sobre la vida en la ruta; y “Aprendiz de brujo”, ese momento en que la música le da “rienda suelta al alma”. 39 de febrero se completa con cuatro nuevas versiones de temas que ya son clásicos de la Catalina (“Civilización”, “Vidas comunes”, “La primera piedra” y “Manifiesto de la media verdad”) y una de su obra solista (“La escalinata de la vanidad”, de El murguero oriental). Es el disco que mejor resume el camino estilístico y las inquietudes letrísticas de Cardozo.
Sobre eso, va un fragmento de su diálogo con El País.
—Varias de las canciones de 39 de febrero, incluyendo las que reversionaste, tienen como punto en común el análisis de la psicología humana en diálogo con el otro. ¿Qué es lo que más te interesa del tema?
—Suelo pensar en que la construcción de la cosmogonía personal y grupal es el gran enigma por el cual todos estamos acá. Y creo que una de las justificaciones que tiene el arte en la vida es que trata de buscar claves que nos permitan decodificar la realidad en la que vivimos. Cada uno pone su ladrillito en esta especie de colmena que armamos todos, y a lo largo de la vida te vas encontrando algunas respuestas a medida que te hacés nuevas preguntas. Es una búsqueda que sabemos que no va a llegar a ningún lado, pero ya que estamos en este periplo, al menos yo intento dejar una bitácora de viaje a través de mis canciones.
—Es un diario personal que, entonces, conecta con el otro porque está en la misma búsqueda.
—Claro, pero lo único que cada uno de nosotros puede hacer es hablar desde su propia experiencia. En ese sentido, yo siento que como artista soy mi propio conejillo de Indias, y lo que hago en mis discos es dejar constancia de lo que me va pasando en la vida.
—Lo interesante de tus canciones es que siempre dejás en claro que no buscás ser un ejemplo. “Tratando de buscar el sol, / Detrás de mi contradicción, / Tratando de saber quién soy, / Frente al que dice que soy yo”, cantás en “Contradicción”.
—Sí, porque me parece que es una tarea buena recordar que todo lo que le digo a los demás en mis canciones, en realidad me lo estoy diciendo a mí mismo. Y quiero que eso se note porque me parece medio antipático de parte de los artistas cuando hacemos el ejercicio de ver la realidad como si nosotros no estuviéramos inmersos en ella. “Contradicción” también habla de que nada de lo que canto está escrito en piedra porque en dos discos puedo decir todo lo contrario a lo que canté en su momento. Y está bien porque yo voy cambiando junto a la sociedad. En “Viejo y loco” canto eso: “Conciencia de colmena, frecuencia de delfín, / Mensajes en la arena, que el tiempo borra al fin”.
—Entonces no tenés respuestas.
—Y tampoco las voy a encontrar.