Una historia de esperanza en medio de la distopía que vivimos. Un rock de tres acordes y una lista de canciones como pequeños estallidos. Una obra conceptual intencional, buscada. Eso, dice Tabaré Rivero, es algo de lo que define a Urutopías, el nuevo disco de La Tabaré.
A 38 años de haber fundado una de las bandas más longevas del Uruguay, Rivero —cantante, compositor, actor— frenó su plan de hacer un disco doble y abandonó la senda de composiciones pesimistas que había aparecido en tiempos del covid, para poner el foco en la esperanza. Así nació una opereta rock, la primera que realiza a conciencia y que edita en formato discográfico, y que este sábado será presentada en La Trastienda (hay entradas en Abitab) para, luego, girar por un par de ciudades de Argentina y Chile.
Antes del show en Montevideo y con la espina de ya casi no poder actuar en el interior —“Es una pena que, en un país tan chico, nos sea más barato y sencillo ir a tocar a Buenos Aires que a Tacuarembó”, dice—, Rivero charló con El País. Esta es parte de la conversación.
—¿La pandemia te hizo necesitar dar un mensaje esperanzador?
—Sí. El peso de principio de la pandemia, el cambio de gobierno, eso me significó un montón de estados anímicos depresivos. Pero ya al segundo año, que nos decían que se terminaba y el covid volvía a aparecer, sentí la necesidad de decir: vamo’ arriba. Inclusive me quise dar ánimo a mí, dentro de esta distopía, en este mundo absolutamente difícil de comprender, por lo menos para mí. Antes tenía un enemigo que eran, en la dictadura, los militares; ahora es un mundo incomprensible donde no se sabe cuál es el enemigo, y uno tiene que sacar la esperanza de abajo de las baldosas para decir: algo va a tener que cambiar.
—¿Te convencés o te terminás creyendo eso de que algo mejor va a ser posible?
—Hago lo posible por creérmelo. Tengo un par de hijos y a mi hijo chico, sobre todo, lo veo esperanzado con un cambio político, a pesar de que tiene que ser un cambio global. Sabemos que se hace dificilísimo eso, pero esto va a explotar en algún momento, con una tragedia planetaria o con una forma de entender que la vida no es correr atrás del dinero y vivir en guerra viendo cómo otros se mueren de hambre. Por un lado soy muy anarquista, y por otro tengo una duda muy grande sobre la bondad del ser humano. A veces se me descompaginan las ideas, porque un anarquista tiene que creer que el ser humano puede vivir en una sociedad sin líderes y autogobernarse. Pero cuando uno empieza a ver que la humanidad está tan podrida, digo, pah… todos los días lucho para aprender a autogobernarme y ser una buena persona. A veces lo logro, a veces no.
—¿Cuál ha sido tu gran utopía?
—Creo que empezó con el hipismo, en los años setenta, cuando tenía 13 años. Vi la película Woodstock y empecé a enamorarme de aquello de “amor y paz”, de vivir de una forma sencilla, practicar yoga… Esa era mi intención: que el arte podía ser movilizador y tener carácter político. Luego fue la utopía de una sociedad igualitaria, una sociedad donde no haya jefes, ni vencidos ni vencedores, ni ricos ni pobres, ni celos ni envidia. Que el ser humano aprenda de una vez por todas, que en vez de a ser emprendedores —como se dice ahora— se nos enseñe sobre la vida y la muerte, sobre la filosofía de vivir. Esa era mi utopía. Ahora no sé. A veces tengo ganas de tirar la toalla y decir: ya perdí todos los sueños. A veces los sueños me vuelven y necesito una utopía para seguir.
—Parece que La Tabaré ocupara ese rol en tu vida: que sostener la banda fuera, de alguna manera, una excusa para seguir creyendo.
—Creo que sí, porque nunca fue mi intención, ni siquiera cuando era muy joven, eso de sexo, drogas y rocanrol. A mí no me importaba levantar minitas ni me importaban las drogas; tampoco fui un santo, pero lo primordial era comunicarme con la gente. Creí que la música podía servir para canalizar otras energías, y todavía sigo intentando eso. Y tengo la suerte de que hace más de 10 años que vengo tocando con el trombonista Enzo (Spadoni); con Leo (Lacava), el guitarrista; el Chelo (Lacava, baterista) entró hace ocho años a la banda, (la cantante) Pamela (Cattani) entró hace cuatro y tiene una onda divina, una carga de energía y pasión pero poca carga de sensualidad barata; y el Bota (Suárez, bajista) entró hace dos. Tengo una banda armada en la que no se habla de dinero, todos cobramos igual, todos opinamos. Y me gusta que sea así, una banda cooperativa incluso en la parte pasional: todos ponemos nuestro granito para que siga adelante. Estos músicos son mucho más jóvenes que yo y se sienten comprometidos con La Tabaré como si hubiésemos empezado todos juntos en el 85, y estoy agradecidísimo. Capaz que es el momento más lindo que estoy pasando con La Tabaré.
Capaz que es el momento más lindo que estoy pasando con La Tabaré
—En este disco vuelven varios viejos integrantes de la banda: el álbum lo produjo Alejandro Ferradás, y están de invitados Alejandra Wolff, Andrea Davidovics y el baterista Andrés Burghi. Eso habla de cómo se sanaron ciertos vínculos...
—Sí. Reconozco que fui un tipo complicado siempre, que tuve muchos choques con muchos músicos. Con algunos pocos me mantengo enemistado, pero con la mayoría trato de solucionar los problemas. No quiero usar la palabra “perdonar”: se me pasó la rabia y me queda el recuerdo agradable de que hayan ofrecido parte de su tiempo para hacer que esta banda siga funcionando. Excepto a dos o tres que me rompieron mucho los cocos, en general estoy agradecido aún con la gente con la que nos fuimos enojados. Con Mónica Navarro quedamos en principio enojados, y yo ahora le daría un abrazo; no me cabe ninguna duda. Todas las heridas se van sanando con el tiempo y yo voy reconociendo mi carácter jodido. Estoy tratando de mejorar: nunca quise ser un gran músico, siempre luché conmigo mismo para ser una mejor persona. Y me da un laburo bárbaro porque soy un tipo depresivo y eso me hace trastabillar mucho, pero es mi lucha en la vida. Yo digo que me encantaría ser monje tibetano, no rockero (se ríe). Pero no me iría al Tíbet ni en pedo.