Taylor Swift en Argentina: crónica de una pasión correspondida que conmocionó a la gran estrella del pop

El fenómeno Taylor Swift finalmente aterrizó en América Latina: este jueves, la cantante dio el primero de tres recitales en Buenos Aires y el público la dejó sin palabras. Crónica del show.

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Taylor Swift en el Estadio de River Plate, Argentina; 9 de noviembre de 2023.
Foto: @irishsuarez / Difusión

Taylor Swift está sentada al piano pero no puede empezar la canción “Champagne Problems”. Se queda mirando todo lo que pasa a su alrededor varios segundos sin poderlo creer demasiado, con la boca bien abierta como una O redonda. Pasa la mano por la cabeza y sacude un poco el pelo en un gesto como si quisiera acomodar un poco las ideas, pero no puede. Está a nueve mil kilómetros de su casa natal en Pensilvania, Estados Unidos, y le resulta difícil creer que su música haya llegado hasta este extremo sur de América Latina. No sabía lo que le podía esperar en Buenos Aires. Acostumbrada a los grandes escenarios, todavía no había sentido la energía de este punto del mapa, la energía de 70 mil personas gritando su nombre con el efecto multiplicado por la reverberancia del estadio River Plate. Es una energía que la envuelve y un poco la descoloca, pero que a la vez la hace sentir en casa. “Esto está fuera de control. Los amo”, dice entre conmocionada y risueña.

Abajo las y los swifties tampoco pueden creerlo demasiado, tras cinco meses de espera desde que salieron a la venta las entradas para The Eras Tour. Es una noche estrellada, brillante. Taylor Swift está inmóvil frente al piano. La tienen a 10 metros, o a 50, y la sienten cerca, como una confidente de sus vidas refractada en sus canciones. Incluso Antonela de 12 años, que no tuvo dinero para comprar la entrada (costaban entre 40 y 200 dólares ), y vino a escuchar todo el concierto en la estación de combustible enfrente del estadio junto a su prima, dice que es una agradecida por respirar, en este momento, el mismo aire que respira Taylor Swift. Incluso ahí, sentada en la vereda, junto a los padres que esperan a los hijos que sí pudieron entrar a River, Antonela siente que Taylor Swift está con ella. Sabe que por tres horas y media, lo que dura el concierto, todo va a estar bien en su mundo.

Es el primero de los tres recitales que la artista realizará en Buenos Aires y en los alrededores del barrio de Núñez todo lo que se ve desde muy temprano es un enjambre de niñas, adolescentes y jóvenes —solos, en grupos, o acompañados por sus padres—, que contagian una alegría desprejuiciada salpicada en glitter. El universo swiftie monta su propia escenografía de texturas brillantes sobre el pavimento gris: vinchas con los colores del arco iris, vestidos de lentejuelas o con estampados de estrellas, sombreros plateados, con plumas rosas o con bolas de espejos, remeras celestes con el año impreso de 1989, tocados de novia y tules violetas y colorados, polleras de estudiantes americanas de color amarillo y violeta, disfraces con las bandas de Miss América o Latinoamérica, chicos con zapatillas doradas, chicas con botas texanas o señoras con plataformas. Mucho brillo. Mucho rosa. Algo de negro. Muchas pulseras con cuentas de colores que se regalan como parte de la bienvenida amistosa a la comunidad swiftie.

Agustina, Luz y Cecilia parecen amigas, pero hasta hace un día eran perfectas desconocidas. Son de Tucumán, Catamarca y Córdoba. “Nos conocimos por un grupo de chat de la comunidad swiftie para ver dónde podíamos juntarnos y no estar solas en Buenos Aires”. Para ellas, la cantante es una referente por la diversidad, el respeto. Es un espejo donde mirarse. “Tiene la capacidad de plasmar todo lo que nos pasa”.

Maria Alejandra y María Paula tienen 25 y 18 años, llegaron de Perú hace una semana. “La escuchamos en el primer viaje sola que hicimos y nos enamoramos”, dicen. “Quedó como el soundtrack de nuestras vidas”.

Eduarda es de Brasilia y tiene 23. Está disfrazada como una zorrita por la canción “I Know Places”. Dice: “Taylor estuvo conmigo de adolescente y me acompañó en todas las épocas de mi vida. Para mí es un apoyo emocional”.

Florencia escucha a Taylor Swift desde los doce años. Está vestida como una planta de hiedra con pequeñas hojas que la rodean. Su look está inspirado en una de las canciones de su disco Evermore. Todavía el espectáculo no comenzó, pero está emocionada. “Pensé que esto nunca iba a pasar”.

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Taylor Swift en Argentina, en su gira "The Eras Tour".
Foto: @irishsuarez / Difusión

Taylor Swift monta un espectáculo para todas ellas y para todas esas miles que se identifican con los personajes de sus canciones: la abandonada y la que abandona, la amiga cómplice, la seductora, la que habla de la salud mental, la que habla de la manipulación, la que engaña y la engañada, la heroína y la antiheroína, la que se lastima y la que lastiman, la que se compromete y la que solo quiere divertirse, la que se frustra y la que sale victoriosa.

En este gran musical de su propia vida, donde recorre 10 discos solistas y clásicos como “The Archer”, “Don’t Blame Me”, “Shake It Off”, o “Bad Blood”, lo que mantiene el hilo conductor, es el tono confesional de Taylor Swift. El rasgo emocional de su cancionero funciona como un diario intimo y descarnado, entre baladas de raíz country, estribillos pop y pulsos electrónicos.

“Dije que estoy bien, pero no era cierto”, canta en “Cruel Summer”, que bien podría ser el cierre de cualquier concierto, por el punto de éxtasis y comunión que alcanza entre la gente, pero es uno de los primeros temas del show. De esos pequeños melodramas reales y cotidianos se alimenta la grandeza del alcance que logra su música, capaz de tocar a esa madre con su hija de 10 años que se sacan una selfie en “Willow” para eternizar el momento, o a esa pareja de mujeres de unos 50 años que se besan y bailan enamoradas en “Lover”.

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Taylor Swift en su primer show en Argentina.
Foto: @irishsuarez / Difusión

El concierto, en Argentina a cargo de DF Entertainment, es ambicioso no sólo en su duración sino en una puesta escénica que aprovecha la tecnología de una gran pantalla led y las plataformas móviles, por donde asoma un piano, una cabaña, una decena de pinos, o unas escaleras que elevan a la artista y su grupo de bailarines. El escenario, además se extiende con un largo pasillo casi hasta la mitad de la cancha, donde Swift camina etérea y elegante como una supermodelo, pero nunca fría, capaz de crear atmósferas intimistas en los tramos acústicos del show. En uno de sus primeros y grandes himnos “All Too Well”, Taylor se queda sola con la guitarra y la voz se torna casi un rezo ahogado, como si estuviera en la habitación de su casa. En ese momento es fácil entender porque encontró su lugar en la historia de la música pop.

“Estoy tan feliz de haber viajado hasta aquí”, dice antes de “Karma”, la canción final y numero 45 de la lista de temas. Pero la sensación de cercanía más fuerte es cuando Taylor se comunica con su gestualidad: se agacha hacia adelante, extiende el brazo y recorre con su dedo cada espacio del estadio, como si estuviera mirando a cada persona a los ojos. Entonces rompe la cuarta pared y Taylor Swift, la megaestrella que domina la conversación de la cultura pop del siglo XXI, se hace tan cercana como una amiga, una hermana mayor, o una cómplice lista para escuchar a cada uno.

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