ENTREVISTA
Cantante y compositora de culto, radicada en Estados Unidos y recién homenajeada por sus colegas, acaba de lanzar su primer disco en casi 30 años y lo presenta en vivo.
Sylvia Meyer es un enigma. Hasta hace algunas semanas, para acceder a su música había que suscribirse a un blog dedicado a recopilar y divulgar artistas nacionales, buscar en el catálogo, elegir el código asociado al disco de interés, enviar un mail con ese críptico numérico en el asunto, recibir la respuesta, descargar el archivo y recién ahí, darle play. Un trabajo de arqueología en la era de la superficialidad.
Sylvia Meyer es un misterio. Aparece cuando se habla de las mujeres fundamentales de la música uruguaya, de las bases del prolífico círculo del indie nacional, de las bandas sonoras del cine y el teatro reciente, de la poesía y el canto fino, sensible. De lo bueno, de lo mejor. Muchos, sin embargo, jamás la oyeron nombrar.
Sylvia Meyer es un secreto. Se la define como faro y sin embargo, lleva 26 años radicada en Estados Unidos y pasó casi 30 sin editar un disco.
Rompió la continuidad del tiempo ahora, ahora que sus discos llegaron a plataformas y que su obra se hace cercana con el estreno de ¿Quién?, un álbum que es un poema.
“Mi vocación es desaparecer”, escribe a El País vía mail.
Eso también es poesía.
Meyer, cantante, pianista y compositora, se presentará mañana a las 21.00 en la sala principal del Teatro Solís, en un espectáculo también llamado ¿Quién? y en el que la luz será protagonista. La acompañarán las actrices Roxana Blanco y Mané Pérez, y la bailarina Carolina Besuievsky. Quedan entradas en Tickantel y en boleterías, y hay 2x1 para socios del Club El País.
“La música no ocupa lugar y no debe tener cara”, dice a El País la mujer que, consecuente, permaneció detrás de un tapabocas en los ensayos para este show o en la ceremonia en la que se la declaró, el último lunes, Ciudadana Ilustre de Montevideo. La que no habla y no improvisa, sino que redacta sus respuestas.
Los pensamientos, podría decir, no deben tener voz.
“Partiendo de ese principio, lo que pasó es que el año pasado Gerardo Grieco me hizo una propuesta. Mi respuesta fue: ‘Lo único que me interesa de la música es la música... Estoy de acuerdo con tu plan si yo solo me ocupo de la música y tú de la realidad’. Gerardo acordó con Sondor, (Little) Butterfly Records y Bizarro para subir mis álbumes a Spotify. También produce el espectáculo del sábado en el Solís. Gerardo es una máquina concretando proyectos con una precisión absoluta: conmigo se propuso algo mucho más difícil que hacer bailar a Julio Boca en el Sodre”.
Ese proceso que le acredita a Grieco es el que termina, ahora, con la llegada de sus discos a Spotify. Ahí están el debut Cantar en la oscuridad, Piano lejos, Fuera de lugar, La hija de Gorbachov y Darnauchans (sobre versiones del “Darno”, clave en su historia artística). Van de 1982 a 1995.
Ese año llegó con su pareja, Marco Maggi, a New Paltz, un pueblo verde de Nueva York en el que habitan alrededor de 7.000 personas. Ella, que había vivido en una chacra de Pan de Azúcar antes de ingresar al Conservatorio Universitario de Música, dice que el contexto de su casa actual “se parece mucho al barrio que rodea al Arboretto Lussich, y su distancia de Manhattan es la misma que separa a Punta Ballena de Montevideo”.
Desde entonces, la relación con Uruguay se ha mantenido a distancia y lejos de los focos, entre a imagen borrada y la belleza diáfana de sus canciones, que oscilan entre la melancolía y la mordacidad. Le puso música a las películas Alma mater, La deriva y Rambleras, y a obras de teatro de Mariana Percovich, Gabriel Calderón, Villanueva Cosse, Roxana y Sergio Blanco o Margarita Musto.
Para reafirmar a Meyer, 14 artistas —de Dani Umpi a Diego Presa— la homenajearon en Un desánimo nada triste, un disco tributo recién lanzado y que incluye unas palabras de Meyer que, en algunos casos, se repiten acá, en forma de respuesta para esta entrevista virtual antes del evento físico del show del Solís.
—“El cuerpo donde vivimos siempre es demasiado breve”, cantabas en tu primer disco. Si se piensa en la discografía como un cuerpo, la tuya, ¿qué es?
—Mi discografía, como aquel cuarto, es demasiado breve. El plan ahora es ordenar mi material vinculado al teatro, el cine y el videoarte. Con ese material mi discografía dejaría de ser tan breve.
—¿Qué podés contar del material que aparece en ¿Quién?? ¿De qué períodos son estas canciones? ¿Las versiones son cercanas a las originales?
—En 2022 grabé todas canciones de ¿Quién? en un estudio en Nueva York dirigido por Robert Bard. Las canciones son como la memoria, permanecen, trasladan y se revisitan. En el álbum hay canciones nuevas, hay canciones no editadas y hay versiones nuevas de temas ya editados. Para mí son todas canciones sin estrenar.
—En los últimos años, tu presencia en Uruguay ha estado marcada por tu trabajo fundamentalmente para obras teatrales. ¿Qué tan en contacto te sentís con la escena?
—Todos vivimos en un teléfono. Mi relación con directores y músicos no cambia estando aquí o allá. A diferencia del gusto, el olfato y el tacto, lo audiovisual viaja por internet a la velocidad de la luz. En los últimos años a través de pantallas, teclados y parlantes he colaborado con más de 30 directores de teatro de Montevideo y realice la música de siete películas uruguayas.
—Acaban de lanzar un disco homenaje en tu honor y cada vez más artistas uruguayos hablan de la influencia que has representado en sus carreras. ¿Cómo te relacionás con eso? ¿Qué sensación te provoca ser considerada una referencia?
—Todo un fenómeno de dimensión microscópica. Un movimiento homeopático basado en una nueva forma de comunicación. Con las redes sociales ya no es tan fácil esconderse. Ahora la difusión es horizontal y no depende de corporaciones discográficas o grandes medios de comunicación. A esa horizontalidad en la distribución de contenidos se suma la portabilidad en alta definición: auriculares y teléfonos. Las canciones pasan de teléfono a teléfono y el que las escucha puede repetirlas cuándo y dónde quiera. Esa nueva intimidad se parece mucho al pensamiento... El que escucha completa la canción en su cabeza, se la apropia, la enriquece, la versiona.