Lindsay Zoladz, The New York Times
Durante la última década, Tracy Chapman se ha mantenido casi en silencio, aunque los últimos dos años han traído un renovado fervor por su música folk de corazón tierno. En 2023, Luke Combs lanzó una exitosa versión de la canción de 1988, “Fast Car”:
Ambos ofrecieron una emotiva interpretación de la canción en los premios Grammy del año pasado. Aun así, Chapman ha permanecido decididamente fuera del ojo público, rechazando entrevistas sobre la segunda vida de “Fast Car” y declinando asistir a los Country Music Awards, donde la canción ganó como canción del año, convirtiéndola en la primera mujer negra -y compositora negra- en obtener un CMA.
El primer álbum
Pero Chapman, de 61 años, aceptó esta entrevista porque quiere hablar de algo que le emociona particularmente: la reedición en vinilo de su debut homónimo y multiplatino. “Esta es una oportunidad para que yo pueda decir por qué quise hacer este proyecto y lo que significa para mí”, dijo, “en lugar de dejar que los comentarios hablen por mí”.
Durante una hora, habló sobre el álbum, y mucho más -como aquella actuación en los Grammy (después de la cual “estuve llorando durante semanas”), su falta de interés en la música por streaming y el estado actual de esa esquiva sombra que sus mejores canciones siempre han perseguido: el sueño americano.
Para alguien más conocida por su reserva que por sus declaraciones públicas, Chapman se mostró sorprendentemente cálida y abierta, con una risa fácil y amable. Habla de forma reflexiva y considerada, con frases completas que a veces se detienen en largos paréntesis, pero que siempre vuelven limpiamente a su punto original.
Publicado cuando tenía 24 años, el álbum Tracy Chapman la presentó como una letrista poética y socialmente conciente, y una vocalista profundamente conmovedora, con un control excepcional de su aterciopelada y grave voz. Con arreglos sencillos guiados por su guitarra acústica, la música de Tracy Chapman enfrentaba la injusticia sin ambagues: “Across the Lines” es un relato autobiográfico sobre la segregación y los conflictos raciales; la impactante canción a capella “Behind the Wall” examina la violencia doméstica y la indiferencia policial. La habilidad de Chapman para dar vida a sus personajes profundamente humanos evitó que el álbum se sintiera plano o moralista. Casi cuatro décadas después, sus canciones siguen sonando frescas.
Este debut significa mucho para ella, en parte porque su éxito inmediato -impulsado por una actuación estelar en un concierto televisado por el 70º cumpleaños de Nelson Mandela- le dio poder para establecer ciertos límites en su vida personal. En los últimos años, no le ha interesado hacer giras (no agenda una desde 2009) ni sacar nueva música (su álbum más reciente, Our Bright Future, salió en 2008).
Cuando comentó casualmente que extrañaba la retroalimentación instantánea del público, rápidamente esquivó la pregunta de si pensaba hacer una gira: “No, no, no hasta que saque algo nuevo”.
Pero quizás ese día llegue, ya que, como siempre, sigue trabajando en nuevo material. “No importa si estoy en el estudio o de gira, siempre estoy escribiendo, tocando, practicando”, dijo. “Es parte fundamental de quién soy, y pienso en música todo el tiempo”.
—¿Cuánto tiempo llevás trabajando en esta reedición?
-En 2022, le escribí una carta al presidente del sello discográfico para preguntarle si consideraría esta idea. El plan original era lanzar el disco en su 35.º aniversario. Pero, como sabés, y cualquiera que sepa hacer cuentas se dará cuenta, ya han pasado 37 años [ríe]. Nos topamos con varios obstáculos en el camino. Escuché cada una de las pruebas de prensado.
—¿Cómo fue volver a convivir con este material?
-Es un poco surrealista. Es como el Día de la Marmota. ¿No escuché este disco entero ayer por un par de horas? Estás tratando de encontrar problemas técnicos. Eso es distinto de lo que te hace sentir la música. Pero me llevó de vuelta al estudio, al tiempo que pasé con David Kershenbaum, el productor del primer disco, y en cierta medida también a cuando escribí algunas de esas canciones. No me permití demasiados momentos de nostalgia.
—Eras muy joven cuando compusiste algunas de esas canciones: tenías 16 cuando escribiste “Talkin’ Bout a Revolution”.
—Empecé a componer canciones cuando tenía 8 años, y honestamente creo que era algo que ya traía en el ADN. Vengo de una familia musical: mi madre canta, mi hermana canta, así que la música siempre fue parte del tejido de mi vida. Pero que se convirtiera en lo que cambió el rumbo de mi vida, de una manera tan sustancial… Sentía que estaba en camino a mejorar mi situación cuando pude ir a la universidad. Mi madre siempre pensó que era muy importante que mi hermana y yo fuéramos a la universidad. Y lo logramos, gracias a becas, ayudas, ese tipo de cosas. Me gradué con una especialización en antropología, que me iba a dar muchísimo dinero [ríe]. Llegar siquiera a ese punto ya era un logro importante para alguien de clase trabajadora en Cleveland, Ohio.
—Leí en algún lugar que, aunque te ofrecieron un contrato discográfico antes de terminar la universidad, les dijiste: “Esperen, déjenme graduarme primero”.
—Sí. De hecho, recibí algunas ofertas aleatorias mientras estaba en la universidad. Tocaba en la calle, en Cambridge y en el metro, cuando tenía tiempo. Alguien de Warner Music dejó su tarjeta en mi estuche de guitarra. Al principio pensé: “No sé si esto será real”. Pero llamé, y resultó que sí era quien decía ser. También recibí otra oferta de Argentina, y la rechacé. Ya graduada, también me contactaron algunos sellos folk. Finalmente, elegí una productora que era propiedad del padre de un compañero de Tufts, Charles Koppelman. Firmé con ellos, y ellos presentaron mi demo a varios sellos. Bob Krasnow, de Elektra, fue quien apostó por él.
—Cuando tocabas en la calle, ¿ya interpretabas algunas de las canciones que luego incluirías en tu álbum debut?
—Sí. Tocaba canciones folk tradicionales, pero en su mayoría eran canciones mías.
—¿Ya habías compuesto “Fast Car” en ese momento?
—En realidad no. No compuse “Fast Car” hasta después de tener el contrato discográfico. Estaba en un momento de espera, mientras buscábamos productor.
—¿Tener un contrato discográfico cambió tu proceso creativo?
—No. “Fast Car” la compuse como todo lo demás: tocando, cantando, tarde en la noche o temprano en la mañana, trabajando una idea. Me considero afortunada de no haber sentido nunca presión del sello o de mis representantes para componer algo que fuera un éxito. Ni siquiera sé si tengo esa capacidad, así que mejor que no lo intentaran.
—Pensando en las letras de este álbum, son tan simples y directas. Parte del poder de “Fast Car” es que cualquiera puede entender esas letras. Hablan de algo universal.
—Alguien me preguntó recientemente: ¿cómo sabés cuándo una canción está terminada? Hay una respuesta distinta para cada canción. Con una como “Fast Car”, es narrativa. Es una historia. Entonces, una vez que respondés las preguntas sobre quién es, qué hace, a dónde va, y si estás satisfecha con esas respuestas, entonces terminó. Y como es una canción, también estás pensando en la estructura musical. Aunque, muchas de mis estructuras son muy poco ortodoxas, y creo que eso también indica que no escuchaba a muchos compositores para pulir mi oficio. Hay prácticas estándar que simplemente ignoré. Cuando tocás sola, podés hacer lo que querés. En parte, eso moldeó cómo me desarrollé. Al final, una canción tiene que tener sentido. Para mí, ese es el criterio. Y ciertamente he escrito canciones que no lo tienen [ríe]. Creo que en su mayoría no las he sacado al mundo, pero pasa. Siempre he tenido una oyente, del mismo modo que algunos escritores tienen un lector, y mi hermana ha sido esa persona desde el principio. Creo que tiene un sentido innato de lo que es musical, y siempre me ha dicho la verdad.
Los Grammy
—Después de tantos años sin hacer giras, ¿cómo fue volver al escenario en los Grammy con Luke Combs y recibir una reacción tan cálida?
-En una palabra: genial. Fue increíble. Fue un momento muy emotivo por muchas razones. Luke es una persona encantadora. Antes de decidir hacerlo, tuvimos una buena charla y coincidimos en cómo queríamos abordar la actuación. Ahí fue donde todo empezó. No recuerdo la última vez que hice una gira. Y cuando no estás de gira, tampoco tenés equipo técnico. Pero lo asombroso fue que todos los que llamé para ayudar... aparecieron. Y lloré, de verdad, cuando entré al espacio de ensayo. Porque Denny Fongheiser, que tocó la batería en el disco, Larry Klein, que tocó el bajo, y David Kershenbaum, todos nos reunimos. Los he visto a todos a lo largo de los años en diferentes momentos, pero creo que esa fue la primera vez que estuvimos todos juntos en el mismo lugar. Joe Gore también tocó, y ha estado en mi banda de gira, y Larry Campbell, que tocó el violín.
—¿Fuiste consciente de la reacción del público?
—Sí, lo sentí. Normalmente, cuando estoy tocando, quiero conectar, pero no tanto como para distraerme y perder el foco. Pero lo sentí. Y creo que también fue divertido. Lo loco de este tipo de eventos es que planeás y planeás -fue mucho trabajo ensamblar todo- y de pronto, se acaba en un instante. Y justo después, no sabés muy bien lo que hiciste. Pero sabía que lo habíamos logrado.
—Hay una clara conciencia de clase en ese primer álbum, algo que no se escucha mucho en la música popular estadounidense.
—Hay una parte de mí en todo lo que compongo. En ocasiones -como en “Across the Lines”- es autobiográfico, pero en general no lo es. Soy una observadora. Cuando era niña, solía contar historias en la mesa. Hay algo en mí que disfruta contar historias, y quizás, aunque lo negaría, una parte de mí también quiere entretener [ríe]. Crecí en una familia de clase trabajadora y era muy consciente de las dificultades que enfrentaba mi madre al criarnos a mi hermana y a mí.