De la última vez que Vetusta Morla estuvo en Uruguay, en marzo de 2018, Guillermo Galván —guitarrista, principal compositor, poeta— recuerda su paseo en bici por la rambla, los chivitos, la visita a los amigos, la fugacidad con la que ocurrió todo. Volver, dice, es siempre un placer y un estímulo, pero hay algo más
“Porque puedes haber hecho las canciones que quieras”, dice Galván, “pero donde te la juegas es en el concierto. Y eso es lo que le queda a la gente”.
Así, la banda española Vetusta Morla está lista para concretar su regreso. Se presentará este miércoles 4 en La Trastienda, tocará los temas de su último disco Cable a tierra, y volverá a probar toda su eficacia: tiene un show compacto en el que su repertorio, cargado de épica, se potencia como en ninguna otra instancia. Para verlo, hay entradas en Abitab.
Fundada en 1998, Vetusta es una de las bandas de rock madrileño más contundentes de la actualidad. El repertorio que firma Galván e interpreta Pucho surfea la angustia existencial, la esperanza y el desamor con un sonido eléctrico, fuertemente respaldado en las guitarras, que parece aspirar a la sofisticación y decanta en una dramática calidez.
En su historia hay discos de alta factura (Mismo sitio, distinto lugar, La deriva), nominaciones a los Latin Grammy (tres en el último año, por Cable a tierra) y cruces con artistas uruguayos. Hay un estrecho lazo con No Te Va Gustar que hace cinco meses dio como resultado una colaboración, “Yo sabré qué hacer”, y también un vínculo con Jorge Drexler, que un mes atrás se subió al escenario del Festival Sonorama para una versión de “Finisterre”.
“Al final creo que los intercambios más naturales o espontáneos acaban siendo los mejores”, dice Galván, “porque no son forzados por nada, sino por amistad”.
La vuelta de Vetusta Morla a Uruguay se da en un momento de cambio. Por primera vez, dice el músico, han logrado que la vida en gira y el trabajo en el estudio no operen como casilleros separados sino como una única fuerza. Y funciona.
Así, el grupo trabaja en nuevo material cuando todavía cosecha los frutos de Cable a tierra (2021), un disco que Galván define “a pecho abierto”. Y que responde a una necesidad: la de conectar con la raíz para entender, al final, quiénes somos.
“Cable a tierra nace de una mirada curiosa a todo lo que tiene que ver con la música popular, el folclore como algo que nos conforma; al final somos una generación crecida en ciudades, que hemos viajado, y la pregunta que nos hacíamos era, bueno, ¿tenemos un folclore?, ¿cuál es?”, dice. “Y la conclusión es que es una mezcla de distintos lugares, distintas maneras de hacer música. Quizás es un disco más profundo, un disco a pecho descubierto, con menos concesiones pop”.
¿Hay una respuesta social, quizás, para que tantos artistas estén haciendo este rescate de la raíz? Para Galván, la respuesta puede ser doble: dice que, en medio de la hiperglobalización, la pandemia nos llevó a poner atención en nuestro entorno más cercano, el cultural incluido; y que hay que huir del repliegue a “la individualidad absoluta”, que está dando lugar “a posiciones bastante radicales en lo político, a movimientos de polarización, de negación del otro. Está pasando en todo el mundo: es una ola de la que no escapa casi nadie”.
En ese marco, Cable a tierra fue, de alguna forma, una puerta abierta: les propuso hacer “canciones que sean de Vetusta, que suenen a Vetusta, desde otro lugar”.
¿Pero a qué suena, al final, Vetusta Morla? “Pues esa es la pregunta del siglo, la que nos hacíamos constantemente”, dice Galván: “cuáles son los pilares que no se pueden tocar, dónde puedes ir reformando la casa sin que se te caiga. En nuestro caso no deja de ser prueba y error; a veces nos podemos equivocar, pero al final, los pilares son hacer la música de manera honesta”.