Vivaldi era la banda sonora en la casa de su abuelo materno, y así, Aldo Cicchini (37) se obsesionó con "Las cuatro estaciones". A los cinco años, sus padres lo mandaron a clases de violín, y él se divertía dando conciertos para sus amigos del barrio. Se adaptaba al gusto de sus pares y tocaba canciones que sonaban en la radio, de Gilda o Ricky Martin. Fue en ese momento cuando descubrió que la música y las notas eran mejores aliadas que las palabras.
Su vocación por el violín lo llevó a mudarse a Italia a los 18 años para estudiar en el Conservatorio de Milán y luego a Austria, donde se perfeccionó en la Universidad de Viena. Sin embargo, en su fuero íntimo, su verdadera pasión siempre fue la comunicación. "Siempre me gustó conectar con las personas. Todo lo que hice fue para tener las herramientas necesarias para ser el mejor comunicando. Mi sueño era no tener límites y hoy disfruto de estar con el público porque siento que conversamos", asegura en diálogo telefónico con El País.
En Europa, entró en la rutina académica, y el exceso de técnica lo alejó de su foco inicial. La pandemia lo obligó a frenar y, sin querer, retomó contacto con el motor de su vida: compartir. Como músico, dice, lo único que podía hacer era regalar su arte a las personas e intentar transformar las emociones tristes en momentos de belleza.
La tarde del 13 de marzo de 2020, decidió tomar el violín y empezar a tocar desde el balcón de su casa en el Barrio Chino de Milán. Al minuto, tenía a los vecinos de los 200 apartamentos de su condominio hipnotizados. Una vecina compartió ese video en Weibo, una red social china, y 12 horas después, alcanzó 10 millones de visualizaciones.
Este inesperado éxito en las redes sociales expandió su proyección profesional y abrió nuevas puertas. A partir de allí, Cicchini comenzó a recibir invitaciones para dar conferencias en eventos internacionales, donde comparte su experiencia sobre cómo la música puede transformar emociones y conectar a las personas.
Hoy, además de formar parte de la Orquesta Sinfónica de la RAI desde hace una década, se dedica a inspirar y motivar a otros, mostrándoles cómo, al igual que con una melodía, todos pueden encontrar la armonía incluso en los momentos más difíciles.
"He descubierto una nueva forma de conectar, y se ha vuelto mi pasión. Las conferencias me llenan. Saber que puedo impactar en las personas, inspirarlas y animarlas a superarse me da una gran satisfacción, porque al final, todos combatimos las mismas batallas", afirma.
Del violinista a conferencista inspirador
Su última aparición como conferencista fue en la Cumbre Mundial de la Felicidad (WOHASU, por sus siglas en inglés), celebrada este marzo en Miami, donde compartió escenario con académicos de renombre. Este evento, considerado uno de los cinco más importantes de liderazgo a nivel mundial según Forbes, le permitió llevar su mensaje a una audiencia global de 900 personas, que lo recibió de manera óptima.
"No me dejaban ir del escenario. Aplaudían de pie y me emocioné, no podía creerlo. Eran todos profesores de Harvard y Oxford, y al llegar, me vino el síndrome del impostor: 'Soy un músico, ¿qué hago acá?', pensaba. Al ver la respuesta, volví a entender que me meto en estas situaciones por el placer de compartir", expresa.
La conexión con el público durante su charla fue tan fuerte que, al final, terminaron tocando y cantando todos juntos "I Want It That Way" de los Backstreet Boys. "Gustó tanto que uno de los profesores universitarios que iba a disertar sobre conexiones de valor entre las personas, me pidió que lo ayudara con una experiencia musical e hicimos cantar a todo el auditorio. Fue alucinante", cuenta.
Al finalizar la charla, unas 30 personas se acercaron al violinista uruguayo para agradecerle y contarle que habían seguido sus conciertos virtuales durante la pandemia. "Para mí siempre fueron números, pero nunca les había puesto una cara", comenta emocionado.
Revelá, además, que en pandemia alcanzó más público desde su casa que en toda su carrera: 300.000 personas diarias, de todo el mundo, lo siguieron en 36 conciertos a través de plataformas como Weibo, Instagram y Facebook.
El poder de la música

A los 10 años, Cicchini vivió una experiencia que marcó su vida. En un concierto de Soledad Pastorutti en el Estadio Centenario, como telonero, se enfrentó a su primera gran multitud: 10.000 personas. Estaba allí porque el evento era a beneficio de UNICEF y necesitaban un niño para abrir el show.
Lo soltaron al escenario sin violín, mientras lo afinaban detrás, y recuerda el nudo en el estómago por los nervios: "Estuve un minuto parado con la corbata de Garfield, mi amuleto, y para mí fue una eternidad". Su impulso fue huir, pero al tocar dos notas, la magia sucedió. "Esos 10.000 desconocidos se volvieron amigos. Sentía que me sonreían y que podía difundir felicidad sin tener que hablar", dice.
En ese momento descubrió el poder de la música como comunicación, y la magia lo hechizó. Ese clic lo llevó a mudarse a Italia a los 18 años, enfrentando frustraciones y lágrimas, hasta lograr su sueño.
En sus conferencias, recuerda cómo la pandemia confirmó su teoría de que la música puede cambiar nuestra percepción de las crisis: "La felicidad no es solo cuestión de circunstancias, sino de lo que elegimos ver. Todos atravesamos momentos donde vemos todo negro, pero si levantás el volumen, hay una música que te dice quién sos, tus pasiones, lo que te hace único. Cada uno puede encontrar su motivación en tiempos difíciles: una imagen, un recuerdo o una llamada que te dé fuerza", concluye.
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