ALEXANDER LALUZ
En un repleto Velódromo Municipal, Rubén Blades y su histórica banda, los Seis del Solar, hicieron gala de un virtuosismo que resistió el desgaste del tiempo y uno de los primeros embates de este invierno.
Puntualmente, a las 21.04 -con un margen de error de apenas un minuto-, bajaron las luces y una decena de músicos, los Seis históricos más los excelentes refuerzos, entraron al escenario para encender la mecha del swing. La conexión fue instantánea: la predisposición al disfrute le ganaba así la partida a la humedad, al frío, para caer rendida ante un sonido de irresistible musicalidad.
No faltaron revendedores, el merchandising vernáculo (y variopinto) con las imágenes del creador de Pedro Navaja, ni los grupos que durante toda la noche se animaron a improvisar algunas figuras coreográficas de tono salsero, sin hacerle demasiado caso a la mítica "dureza" ni al exceso de peso. Sin embargo, el espectáculo estuvo siempre imantado por un escenario evocador de las luminarias salseras de otrora.
Las primeras frases del arreglo de El padre Antonio y su monaguillo Andrés acompañaron la sobria entrada de Blades. El sombrero y el traje gris oscuro, los lustrosos zapatos tan negros como su camisa, le daban un porte tanguero que se quebraba con una bufanda celeste muy bien anudada sobre la garganta. No llovió como en su recordada presentación de hace 18 años, pero el frío lo acomodó de golpe, otra vez sin mucha preparación, a un tiempo nada hospitalario para alguien acostumbrado a temperaturas por encima de los 30 grados.
Su voz, más allá de una leve afonía que asomaba en las notas más agudas, está intacta, prácticamente sin diferencias a la que se le escuchaba en la orquesta de Ray Barreto o con los Fania All-Stars a mediados de los años setenta, cuando daba sus primeros pasos en el mercado salsero de Nueva York. Ni qué decir de su ya conocida capacidad para articular frases que parecen imposibles, de angulosidad marcada, giros casi acrobáticos, y que se vuelven vehículos muy eficientes para la narración de historias.
Y también está intacto su carisma escénico. Con pocos movimientos, un caminar sin apuro, y esas inflexiones swingueadas en un "espacio no mayor a una baldosa" (habilidad que sólo se consigue abrevando directamente en las raíces afrocaribeñas), literalmente se metió al público en el bolsillo.
La banda, su vieja y clásica formación Seis del Solar (más la sección de vientos) tampoco parece sentir el paso de los años, y le hicieron honor a título de la gira: Todos vuelven. Después de tanto tiempo sin tocar junto a Blades, se podría pensar que el ensamble haría evidentes algunas dudas e imprecisiones. Nada de eso. Como una compleja máquina rítmica, el grupo encendió motores con la primer canción y no paró hasta tres horas después. Sí, efectivamente: tres horas después.
Los arreglos jugaron sus mejores fichas a recuperar el sonido salsero de los años setenta y ochenta, donde a la complejidad de los patrones polirítmicos urdidos entre congas, bongó, timbales y batería, se sumaba el virtuoso tratamiento contrapuntístico en la sección de vientos (dos trombones), los teclados, la marimba y vibráfono, y el bajo. Armonías densas, giros melódicos que evocaban (e invocaban) al soul, al reggae, al son, el cha cha chá, el bolero... y, por supuesto, a esas sonoridades clásicas de las series policiales de los `70, se iban desgranando con una precisión milimétrica, pero envolviendo a la escucha en esa inefable sensación tan visceral que cualquiera se tentaba con la idea de "qué fácil parece".
Con esa temperatura, el combo fue hilvanando canciones de la temprana sociedad de Blades y Willie Colon ( como las del pionero, o revolucionario, Siembra), los primeros discos solistas (Maestra vida, Buscando América) hasta los primeros años noventa. Una época que devino cantera de hits: El padre Antonio..., Amor y control, Desapariciones, Buscando América, la notable Pedro Navaja que llegó en los bises, la pinturas vitales de Decisiones, una aplanadora Plantación adentro o Adán García (que Blades cantó sólo con la guitarra). Y así, valga la repetición, durante tres horas, en las que el ahora Visitante Ilustre de Montevideo (sin ceremonia protocolar) también se hizo tiempo para afilar frases con consignas de corte ideológico, infalibles guiños humorísticos, y algunas historias sazonadas por vivencias personales. Aunque nada de eso opacó (ni resaltó) lo que estuvo siempre en primer plano: la música y el compromiso por contar esas historias que no siempre tienen buena prensa.