"No pienso jubilarme nunca porque necesito el escenario" Raphael

| Aniversario. Festeja 50 años de cantante con un nuevo disco y una gira para el 2009

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El País

EL PAIS DE MADRID | LUZ SÁNCHEZ MELLADO

Fue la primera estrella española global. Inventó su nombre y su sitio. Conoce el triunfo total y la crítica feroz. Ahora celebra medio siglo en escena después de ganarle el pulso a la muerte, con un disco con muchos colegas participantes y una gira que lo llevará hasta América Latina el año próximo.

Pruebe a decir estas frases en público. Yo soy aquél. Qué sabe nadie. En carne viva. Escándalo. Seguro que alguien las completa con una estrofa sepultada en su inconsciente. Como la magdalena de Proust. Como el perro de Pavlov. Cada una de las 300 canciones del repertorio de Raphael desencadena una respuesta automática en el imaginario de tres generaciones de españoles.

-¿Cómo está? Tiene buen aspecto.

-Bien, gracias. A veces me preguntan qué me he hecho, que si me he operado. Me dan ganas de enseñarles el costurón del trasplante y decirles: pues sí, he pasado por el quirófano, ¿te parece poca operación?

Y vuelve a reír. No le faltan razones. El trasplante de hígado que le devolvió la vida hace cinco años no es la pirueta más espectacular de su existencia. La suya es la increíble historia de un niño de posguerra que se empeñó en que la gente se sentara a oírle cantar y lo logró. La fábula del hijo de un obrero andaluz que se casó con la nieta del conde de Romanones. La hazaña de un analfabeto en mercadotecnia que convirtió su nombre en marca y en una máquina de hacer dinero antes de cumplir los 25. Un tipo que llenaba teatros de Moscú a Bakú cuando los españoles tenían prohibido viajar a la Unión Soviética. Que ponía boca abajo el Zócalo de México DF antes de que Julio Iglesias tomara un micrófono. La primera estrella latina global mucho antes de que a Alejandro Sanz, Shakira, Luis Miguel, Ricky Martin o Juanes les salieran los dientes. Más de cincuenta millones de discos vendidos le avalan.

También fue el niño bonito del franquismo. La estrella de la función de Navidad del teatro Calderón en honor de la esposa del dictador. El propio Franco le confesó una vez que disfrutaba de la épica de sus melodías. Pinochet, Somoza o Videla le agasajaban. Él se dejaba querer. Mientras otros artistas empezaban a levantar la voz contra el régimen, él limitó su rebeldía a las letras de las soberbias canciones que le cortaba a medida Manuel Alejandro, su compositor de cabecera. Encendidas crónicas de amores imposibles, pasiones desatadas, congoja, despecho, habladurías de la sociedad.

Esas de las que él no se libró nunca y que tronaron al cambiar las tornas políticas. En la Transición, la combinación de su exuberante puesta en escena y su inefable estilo inspiraron a imitadores de todo pelaje y exacerbaron chismes sobre su supuesta ambigüedad sexual. La nueva cultura oficial no contaba con el Niño de Linares y los colegas -con los que nunca hizo causa común- tampoco parecían echarle en falta. Raphael no dijo nada. Trasladó su cuartel general a Miami. Matriculó a sus tres hijos en el mejor colegio. Dejó la intendencia en manos de Natalia y se dedicó a cantar por el mundo y volver a casa por Navidad con El tamborilero como visado al corazón de sus paisanos.

Los `90 fueron su revancha. El éxito de Escándalo y la apasionada reivindicación de su figura por parte de posmodernos como Alaska o Bunbury le devuelven al candelero. Ya no lo dejará. Tras su enfermedad, el nuevo Raphael vuelve decidido a celebrar la vida y a que nada ni nadie le amarguen la fiesta.

Este verano casó a su hijo Manuel con Amelia, hija de su amigo el presidente socialista del Congreso, José Bono. El banquete fue un poema. Grandes de España, políticos de izquierda y derecha y una variopinta fauna de artistas bailando en la pista. Ahora festeja sus bodas de oro con un disco insólito. En Raphael: 50 años después, une su voz a la de algunos santones del antifranquismo -Serrat, Sabina, Víctor y Ana, Miguel Ríos- y algunas estrellas latinas -Alejandro Sanz, Juanes, Bisbal- del siglo XXI. Rafael Martos parece estar en paz con todo el mundo. Con él el primero.

-Ha cumplido 65 años y anuncia una gira mundial para 2009. ¿No piensa jubilarse?

-Nunca. Necesito el escenario. Si un día estoy a las ocho de la noche en casa, digo: qué hago aquí, tenía que estar cantando.

-En el último disco canta con ellos temas de Serrat, Sabina o Víctor Manuel. ¿Es una especie de reconciliación mutua?

-No, porque nunca hubo pelea. Son compañeros de toda la vida. Les admiro y respeto desde siempre y eso es recíproco. Lo sé. Lo siento. Y el resto me importa un carajo.

-¿Siente que se le pasó factura en la Transición por su supuesto pasado franquista?

-Sí. Ciertas personas no se portaron bien. Pero eso duró tres meses, o tres años, no llevé la cuenta. No soy rencoroso y, además, yo tenía el mundo. Me fui a México y fue la pera. Ahora todos esos se portan muy bien. Se han dado cuenta de que yo hice entonces lo que hicieron todos… estar.

-¿Fue usted adicto a la dictadura?

-Pero, chica, ¿qué adicción? No he sido nunca adicto a nada ni a nadie. Me he dedicado siempre a trabajar y me tocó vivir eso. Todos los de mi edad vivieron con eso. Unos protestando y otros callando, qué voy a hacer, no es mi oficio. El ser humano evoluciona y ya no pienso como a los 20 años. Me llamaban para actuar y aceptaba, qué iba a hacer. Además, encantado, porque sólo llamaban a los mejores. Pero de eso a lo otro, nada.

-¿Sabe que se especula acerca de su orientación sexual?

-Sí, supongo. Alguna vez me llamaron maricón y eso queda. Yo sé muy bien lo que soy, en mi casa también se sabe, y punto.

La secuencia es literal. Raphael no escurre el bulto. "Aquí me tienes, esto es lo que hay", dijo cuando se le propuso la entrevista. Y aquí está, en efecto. Parece relajado.

El momento más dramático de su existencia

A finales de 2002, Raphael vivía una esquizofrenia. En público se desdoblaba cada noche entre el doctor Jekyll y mister Hyde en el teatro. En privado se sentía morir. La hepatitis B que le diagnosticaron en los `80 iba a más. "Estaba aterrorizado, no me quería enterar de qué vaina me pasaba. No dije nada a nadie hasta que no pude más y confesé. Me dijeron que era una cirrosis terminal y que la única salida era un trasplante. Sentí pánico".

-¿Pensó que iba a morir?

-Pasé un infierno solo antes de decirlo. Al principio dije que no al trasplante. Estaba tan mal, tan cansado, que quería terminar, irme tranquilo. Odio molestar. Hasta que se me apareció San Enrique.

El doctor Enrique Mo-reno, premio Príncipe de Asturias de Investigación y jefe de cirugía del Hospital 12 de Octubre de Madrid, recuerda la conversión. "Llegó en muy malas condiciones. Dada su gravedad, aceptó ponerse en lista de espera incluso para recibir un hígado contaminado. Al final, después de estudiar y descartar a sus hijos y a algunos allegados, agotó su turno en la lista de espera y hubo efectivamente que trasplantarle un órgano con virus B. De hecho, además de la medicación antirrechazo, el señor Martos toma globulina contra el virus, que no se ha replicado".

Moreno rechaza las insinuaciones de que en el caso de Raphael, o personas con influencia, se pueda adelantar puestos en la espera. En 2007, sin ir más lejos, murieron 175 personas aguardando un hígado que no llegó. "Raphael logró aguantar hasta su turno, pero no se puede jugar con las esperanzas de la gente".

Sabina, Serrat y Víctor Manuel en el nuevo disco

La nómina de artistas que cantan en el disco de Raphael es un repaso a la música en español desde los años `60 hasta hoy. Está Olvido Gara, la niña mexicana que a los cinco años pidió a su padre Digan lo que digan (1968), el primer disco de su vida. "Hubo que comprar el disco y el tocadiscos", recuerda Alaska, devota de Raphael desde entonces. "Sólo sabía que me fascinaba. Luego racionalizas: es expresivo, apasionado, para nada del montón. Un artista independiente con una carrera fantástica, original, que no ha dejado de grabar discos nuevos. Es cierto que en una época, cuando gente como nosotros le reivindicábamos, había quien se ofendía. Eso es muy de este país. A ver quién les negó méritos a Sinatra o a Tom Jones. Pero ahí lo tienes, mejor que nunca. La venganza se sirve fría".

Víctor Manuel es otra de las estrellas invitadas. Y Miguel Ríos. Y Sabina. Y Serrat. Todos han trabajado juntos. Todos menos el homenajeado. "Siempre fue un solitario, no lo imagino compartiendo escenario", dice Víctor Manuel. "Ahora está más cercano, comunicativo, la enfermedad lo ha humanizado. Se ha sido injusto con él. Los medios, también: le dais páginas a gente irrelevante como Luis Miguel o Paulina Rubio y a él no. Cuando salió era alguien absolutamente nuevo, con un repertorio excelente, un gran artista. No creo que fuera filofranquista. Fue un situacionista, un pragmático. Y dignificó la profesión.

Víctor además ahora quiere revelar un secreto. "En la huelga de artistas de 1975, uno de los que actuaron gratis para ayudar a los sancionados fue él. Además donó 100.000 pesetas de su bolsillo. Él no quiere que se sepa, pero yo sí".

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