CARLOS REYES
El equipo que llevó adelante "Los padres terribles", de Cocteau, obra que ganó el Florencio al mejor espectáculo, jugó ahora su carta siguiente. Es "El rey se muere", y con ella Alberto Zimberg y su elenco vuelven a mostrar talento y manejo del oficio.
Las medianoches del Teatro Circular ya son un referente, en especial para el público joven, pero también para un rango más amplio de espectadores. En ese horario ideal para noctámbulos se han dado obras de gran interés, entre ellas Mi muñequita, Las Julietas y Vian de Vian, entre muchas otras. Ahora se está presentando, los viernes y sábados a las 23.45 horas, este atrapante texto del gran franco rumano Eugene Ionesco, puesto en escena con mucho esmero.
Algunas de las audacia concretadas en Los padres terribles y en los montajes anteriores de Zimberg, se retoman e incluso se mejoran en este planteo, entre absurdo y metafísico, sobre el poder omnímodo y la muerte. Entre esos elementos destaca que siendo un teatro de texto, y con apoyo en las interpretaciones, hay mucho y vivaz juego físico de los actores, que por suerte no se limitan a decir sus parlamentos.
Claro que la eficacia de los actores, y el conocimiento que tienen del trabajo en equipo, está en la base del buen resultado. Empezando por Roberto Bornes, quien da vida a un rey medio tonto y caprichoso, que sin embargo tiene bastante para decir. En ese sentido, Ionesco (1909-1994) supo resolver las cosas para que los personajes menos lúcidos sean capaces de decir incluso las mayores verdades.
Al rey lo acompaña un séquito de buenos intérpretes, entre ellos tres mujeres de mucho carácter: Carla Moscatelli, Leonor Svarcas y Noelia Campo. Las tres, desde sus distintos roles y con papel de diferentes exigencias, se complementan perfectamente, con actuaciones frescas e intensas. Una vez más, Campo da muestras de ser en el escenario una actriz completa, seria, rigurosa, que no necesita apoyarse en su popularidad conquistada a través de la televisión.
Otro intérprete que destaca es Sergio Muñoz, quien consigue armar un personaje de mucha fuerza y personalidad. Al trabajo se suma otro actor que sería bueno ver más en los principales escenarios de Montevideo: Sebastián Serantes, un verdadero artista de la escena, que infunde una mezcla de comicidad y refinamiento a cada una de sus creaciones.
Más allá de los desempeños individuales, esta versión de El rey se muere cuenta con fuerte apoyo de los rubros técnicos, que además están muy bien integrados al conjunto. Al respecto, el director elige para la puesta en escena una serie de accesorios (carrito, trono y demás elementos de utilería) que dinamizan y embellecen el montaje, aparte de formular un inteligente juego de objetos.
En suma, Zimberg, como ya había hecho con Los padres terribles, toma un texto de referencia de la literatura teatral del siglo XX (con mezclas explosivas de humor, absurdo, crueldad y reflexión) y lo trae al presente con una dinámica escénica propia, incorporándole cantidad de aspectos que potencian su sentido, y a la vez hacen que el montaje sea muy entretenido para el espectador. Además, sobre el final, la creación de climas remata una puesta en escena valiosa, que esperemos siga mucho en cartel.