Brian Cox, el patriarca de "Succession", una vida para contar de un actor elogiado

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Brian Cox

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El actor acaba de publicar unas memorias, aun no disponibles en español, en la que habla de su método actoral, sus recuerdos de principiante y revela poco de la cuarta temporada de la serie

Soy tan fanática de la serie de HBO Succession, sobre una familia dueña de medios de comunicación megarica y moralmente depravada, que tarareo su tema principal en la ducha. Entonces, cuando tomé Putting the Rabbit in the Hat, las nuevas memorias de Brian Cox, quien interpreta al tiránico patriarca, Logan Roy, estaba desesperada: sólo quería algo que me ayudara en la larga espera de la temporada cuatro.

Bueno, no hay mucho. Cox escribe duramente sobre un director recién llegado a la serie que le da a Kieran Culkin -quien interpreta a su hijo menor- notas para “bajar la velocidad”. “Ahí hay un actor que ha calibrado los patrones de la entrega de su personaje en el transcurso de dos temporadas”, ruge Cox. “Él no va a reducir la velocidad repentinamente solo porque le hayas dado un memo”.

Cox confiesa además que en realidad no se identifica con el intenso “proceso” cercano al “método actoral” que utiliza Jeremy Strong para meterse en el personaje de Kendall, el hijo del medio de Logan. Los fanáticos ya conocían las tácticas de Strong por un perfil de él en The New Yorker que fue discutido durante semanas. Algunos percibieron condescendencia en el artículo hacia los antecedentes de clase trabajadora de Strong, uno de los grandes descubrimientos de la serie.

La acalorada discusión fue fascinante y desconcertante. ¿Cuándo se volvió tan serio y aspiracional actuar? ¿No fue una vez un origen de clase trabajadora un elemento clave de la narrativa de éxito de Hollywood: ser descubierto y transformado por la figura salvadora del agente o ejecutivo del estudio? Piense en Cary Grant (nacido como Archibald Leach, hijo de un planchador), Lana Turner (hija de un minero), Ava Gardner (hija de aparceros) y todas esas otras figuras glamorosas de antaño.

Un origen humilde no impidió a Cox, quien pasó de ser el rey del teatro británico a uno de los actores de carácter más prolíficos y consistentes de Estados Unidos, siempre en la categoría un “actor laburante”. Incluso hoy que tiene la influencia para negociar un chofer, buenos hoteles y un trailer gigante. Nadie descubrió a Cox, el consumado actor utilitario. “Sabía que simplemente no era mi cancha”, dice encogiéndose de hombros, sobre el tema del estrellato de Hollywood. “No estoy para eso”.

Cox ya había escrito dos memorias: una que lo sigue hasta Moscú para dirigir Las brujas de Salem y otra sobre los desafíos de Rey Lear. Haciendo balance a los 75 años, no es tanto un león en invierno (de hecho, fue despedido como la voz de Aslan en las películas de Narnia) como un caballo de batalla experimentado que finalmente puede disfrutar de un galope victorioso.

Cox escribe con elocuencia sobre sus orígenes en Dundee, Escocia, como el menor de cinco hijos que ocasionalmente tenían que mendigar trozos de masa en la tienda local de papas fritas. Sus padres se conocieron en un salón de baile; su madre había sido hilandera en fábricas de yute y sufrió múltiples abortos espontáneos y enfermedades mentales; su padre, comerciante y socialista, murió cuando Brian tenía ocho años. Que lo dejaran frente a la televisión en lugar de llevarlo al funeral debió ser formativo.

También lo fueron las escapadas posteriores al cine, en particular a ver Todo comienza en sábado (1960), protagonizada por Albert Finney: “una película que no trataba solo de la vida de la gente elegante en los salones o luchando noblemente o de juergas levemente divertidas”, escribe Cox. “Se trataba de gente de clase trabajadora, gente como nosotros”. Un amable maestro le contó sobre una vacante de mandadero en el teatro local, y boom, se sintió en casa.

Cox asistió a la Academia de Música y Arte Dramático de Londres y actuó en prestigiosos salones como el Royal Court, donde aprendió los clásicos pero también se adaptó muy bien al auge del joven y enojado realismo liderado por el dramaturgo John Osborne, de quien se hizo amigo. Enseguida estaba trabajando con sus dioses, incluido Finney.

En un momento en que el teatro está envuelto en una camisa de fuerza por la pandemia, es alentador y un poco melancólico recordarlo en toda su desordenada gloria de mediados de siglo. Cox agitó la peluca de una nerviosa Lynn Redgrave; fue saludado por la princesa Margarita detrás del escenario; escapó por poco de morir en un accidente aéreo cuando se dirigía a una audición para Laurence Olivier. Años más tarde, como Lear en una silla de ruedas, hizo un “frisbee” con su corona de metal hacia la primera fila del Teatro Nacional, hiriendo a un miembro de la audiencia. Una vez comprometió sus testículos durante una escena de yoga desnudo. En los años de escasez, vendió depilaciones y cohabitó con un ejército de cucarachas en un apartamento subarrendado. Hubo muchas borracheras: un actor que interpretaba al sacerdote en Hamlet se emborrachó tanto que cayó en la tumba de Ofelia.

Cox, que prefiere el cannabis a la bebida, divaga un poco en el libro. Si los tiempos vuelven a flaquear, es fácil imaginarlo escribiendo cuentos para dormir para una aplicación. Ve con desdén eso de la idolatría.

Como muchos actores, Cox camina con más agilidad sobre los tablas que en su vida personal. Admite que no estuvo totalmente presente en las tragedias familiares, como los gemelos nacidos muertos de su primera esposa y la anorexia de su hija. “Y ese es mi defecto”, dice. “Es esta propensión a la ausencia, esta necesidad de desaparecer”. Le encanta el papel de Logan en parte porque, cuando no está tronando, está “refrenado y borracho”.

Pero en la página, al menos, él está presente, animado y vertiginoso.

Larga carrera y lengua afilada

Cox tiene una larga carrera en cine y en teatro en la que se ha acostumbrado a papeles: fue, por ejemplo, el primer Hannibal Lecter del cine (en Cazador de hombres de Michael Mann). Fue además Agamenón en Troya y estuvo en sagas como la de Bourne y X-Men y en películas de directores importantes como La hora 25 de Spike Lee, Tres son multitud de Wes Anderson, Corazón valiente de Mel Gibson y Agenda secreta de Ken Loach, su primera película estrenada en Uruguay.
En Putting the Rabbit in the Hat, sus nuevas memorias, Brian Cox (o sea Logan Roy en Succession) se detiene en hablar sobre algunos de sus colegas.
Sobre Kevin Spacey: “Un gran talento, pero un hombre estúpido, estúpido”.
Sobre Steven Seagal (con quien trabajó en Un hombre entre sombras): “Tan ridículo en la vida real tal como aparece en la pantalla”.
Sobre Quentin Tarantino: “Encuentro su trabajo ridículo. Todo es superficie”. (Aunque tomaría un papel si se le ofreciera).
Es menos severo con Woody Allen (que lo dirigió en Match Point), reconociéndose a sí mismo saliendo con una chica de 18 años cuando tenía 40 años.
“Parece que todos en este libro están muertos o cancelados”, señala con algo de pesar.

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