Con Pablo Alborán: la música como lugar seguro, lo familiar que siente por Uruguay y su verdadera fortuna

El popular cantante español vuelve a Montevideo y presenta "La cuarta hoja", su nuevo disco, el 3 de noviembre en el Antel Arena. Antes, charló con El País sobre colaboraciones, enojo y suerte.

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Pablo Alborán.
Foto: Cesc Maymo

"Uruguay siempre ha sido un lugar muy especial porque es un público muy respetuoso, muy eufórico también, muy pasional. Luego, cada vez que voy a Uruguay, hay algo que me es familiar. No me pasa en todo sitio”.

Al otro lado del Océano Atlántico, bañado por el sol del ventanal y a centímetros de Terra, el perro labrador que no se le despega, Pablo Alborán hace una declaración de amor. Es una historia repetida: su vuelta al Cono Sur también es, siempre, una vuelta a un sentimiento puro, ese que lo conecta con esta tierra y que lo ha traído tantas veces a Montevideo, el lugar del “asadito” y la molleja, Carrasco, la gente.

“Al final el mejor regalo es ese, poder volver a los lugares donde has sido feliz”, dice en videollamada con El País, a semanas de otro regreso. El viernes 3 de noviembre, Alborán, uno de los cantantes españoles más populares de este tiempo, llegará al Antel Arena para presentar La cuarta hoja, su último disco, y para repasar viejos éxitos; hay entradas en Tickantel. Antes, esta charla.

—Saliste de la pandemia con música, que es un poco como salís de todas las situaciones. Hiciste Vértigo y La cuarta hoja, y todos esos discos están atravesados por estas sensaciones de los últimos años. ¿La música es lo que te saca del lugar más oscuro?

—La música es un lugar seguro, para cuando estás bien o cuando estás mal. Es el lugar donde no te van a juzgar, donde no te sientes atacado, donde sabes que puede pasar cualquier cosa y a la vez no pasa nada, entonces es un lugar donde me siento desnudo. Y arropado a la vez, por todo el que escucha, porque seguro que alguien se sentirá identificado. Entonces la música en la pandemia fue una manera de expresar mi tristeza, mi oscuridad, toda la oscuridad que hemos sentido. Y salió Vértigo, que es un disco bastante oscuro. Después La cuarta hoja es un disco totalmente opuesto, que habla de cuando empezamos a salir, de cuando volvimos a trabajar. Vuelvo a viajar, vuelvo a poder defender mis canciones al otro lado del charco, y es un disco mucho más vitalista por eso mismo, porque todo lo que me rodeaba era la vuelta a la vida.

—Es un trabajo hacia un estado más iluminado, es evidente, y eso está en la música y en las canciones. Puertas para adentro, en lo más privado, ¿qué sentís que es este disco para vos?

—Pues es un disco que tiene mucha libertad en la forma, en el contenido, en el contexto. Es un disco que he hecho mitad en mi casa, por primera vez, y mitad en estudios, y en el que no me he dejado llevar tanto por cómo hay que hacer las cosas. Yo soy muy recto, muy calculador y muy nazi para algunas cosas (se ríe), y es un disco donde he roto un poco todos los esquemas y he dejado que las canciones fueran fluyendo. Entonces todo el contexto personal también influye mucho: yo estaba con ganas de hacer un disco porque necesitaba contar lo bien que estaba y las ganas de celebrar el amor, la amistad, que estamos vivos, que a mi familia la pandemia no la ha tocado, y que hay mucho que defender y por lo que luchar, ¿no? Mi idea es que la gente salga del concierto como si todo hubiera sido un suspiro de muchas cosas contenidas que dejas atrás, y abres una ventana y quieres volver a vivir. Un poco esa sensación es la que quiero.

—Para celebrar casi siempre se necesita de otro o de otros. La cuarta hoja está lleno de invitados, de presencias bien distintas. ¿Cómo entraron todas estas voces a colaborar?

—Las colaboraciones fueron surgiendo poco a poco. La primera fue Caril León; yo tenía muchas ganas de hacer algo con una banda regional mexicana y él me ayudó muchísimo a entenderla y a respetarla, y a construir mi canción (“Viaje a ningún lado”) en base a las reglas del regional. Luego con María (Becerra), le mandé la mitad de la canción (“Amigos”) y la otra mitad se la mandé vacía y le dije: “Mira, haz lo que quieras, igual es este tema o igual no. Siéntete libre para mandarme al carajo si hace falta”. Tiene una voz muy singular porque no sabes bien hacia dónde va a tirar, y eso a mí me encanta; es muy misteriosa. Y nada, me mandó un video literalmente en el estudio grabando la canción, o sea que ella tenía muchas ganas y fue muy fácil. El resto, Ana Mena es de Málaga, de mi tierra, nunca habíamos trabajado juntos y la verdad es que ha sido un lujazo (NdR: hicieron “Ave de paso”). Y con Leo Rizzi sabía que era uruguayo, mitad uruguayo mitad valenciano, también ha vivido en Ibiza, o sea que es una persona… Yo lo llamo el psicodélico, porque vive en un mundo muy psicodélico: su estética, lo que escucha, la música que hace, pero tiene una voz poderosísima y una manera de componer muy singular, que me captó a la primera.

—Hablabas de la libertad que tiene este disco y de que vos podés ser muy estructurado para trabajar, pero que acá necesitaste seguir por otros lugares. ¿Cómo hiciste, en el proceso creativo, para romper con tus propias limitaciones?

—Con mucha paciencia. Aprendí a tener paciencia, aprendí a entender también. En el disco anterior, en Vértigo, yo estaba muy enfadado con el sistema, con cómo estaba funcionando todo. Bueno, a veces sigo enfadado (se ríe), no con el sistema pero sí con la rapidez con la que va todo, con la manera de consumir música tan abrumadora, la manera de hacer música que es como que ya con cualquier cosa hago música y da igual qué funciona y qué no, porque la semana siguiente tengo que tener otra. Todo eso a mí me colapsó muchísimo en pandemia, y cuando decidí hacer el siguiente disco, decidí soltar un poco las riendas, hacer la música que creía que tenía que hacer, seguir escribiendo mis letras desde el corazón y trabajando la emoción y trabajando la música y haciendo música, pero sin la presión de: hay que hacer esto, hay que sacar esta colaboración, otra colaboración y si no hay colaboración no funciona, ¿sabes? Intenté dejarme llevar, y dejándome llevar me encontré con el disco con más colaboraciones que ninguno. De pronto entendí que todo tiene su proceso y que hay veces en que las canciones también tienen su propio proceso y su propio ritmo; lo estoy descubriendo ahora, con el tiempo. “Saturno”, por ejemplo, está no sé en cuántos streams, millones y millones de streams, y la saqué hace siete años. Entonces al final lo único que me llevo de todo esto es que hay que seguir haciendo música honesta, que hay que hacer la música lo más verdadera posible y lo más veraz posible, y que el tiempo ponga las canciones en su sitio.

—El concepto de La cuarta hoja tiene que ver con el trébol, con ese elemento asociado a la fortuna. ¿Cuánto crees que hay de suerte en tu camino?

—El mero hecho de vivir y de nacer en España y no en un lugar que está en guerra, ya es suerte. Quiero decir, la suerte está, pero una vez que está la suerte, está el trabajo y está una familia a mi alrededor que me ha apoyado siempre y que ha luchado porque yo estudiara mis pasiones, que no me ha frenado, que no ha tenido prejuicios estúpidos sobre la profesión, la música y el arte. He tenido suerte con eso, con la gente que me ha ido rodeando. He aprendido a tener un filtro; no sé, hay un poco de todo, ¿no? Yo creo que la suerte está también en ti mismo y en saber aprender a no cometer los mismos errores.

—Y pensando en la fortuna pero como un tesoro, ¿cuál es la fortuna de Pablo Alborán?

—Mi fortuna es tener a mi perro aquí, que no se separa de mí; mi fortuna es tener a mis padres con salud, es poder hablar de mi trabajo con amor y con mucha satisfacción, dedicarme a lo que me dedico dignamente sin tener un pressing constante. Que lo tengo, ¿eh? No quiere decir que no lo tenga, pero ya no está todos los días; es un trabajo como otro cualquiera, pero lo disfruto muchísimo. He aprendido a disfrutar de cada paso que doy, y eso es un tesoro.

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