Crónica: Cuarteto de Nos hizo cantar y bailar al Antel Arena repleto y demostró su gran momento

Durante dos horas, la banda liderada por Roberto Musso repasó algunos de sus grandes éxitos y mucho de su último disco; 10.000 personas corearon sus canciones

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Roberto Musso en el Antel Arena
Foto: Juan Manuel Ramos

El Cuarteto de Nos, la poderosa banda que lidera Roberto Musso, llegó a Montevideo -que lo esperaba hacía meses con entradas agotadas- como parte de una gira que tuvo escalas en toda América y Europa. Y fue una fiesta.

En el último año, las redes sociales ya habían compartido el mismo aforo repleto y el mismo entusiasmo en arenas, estadios o teatros de París, Berlín, Dublín, Santiago, el DF y Buenos Aires. El Antel Arena estaba colmadísimo.

Se celebraba el mejor momento de 40 años de carrera con un arco narrativo que los llevó de toques casi privados en una facultad o la Alianza Francesa en la primera mitad de la década de 1980 a este porte de show internacional, con gráficos muy vistosos y bien utilizados y hasta llamas de fuego y luces que parecen lo que antes se conocía como “láser”. Esto es el estándar global de un espectáculo así.

Desde los tiempos en que se colgaban una cuerda de ropa de los hombros o se vestían de señoras mayores, siempre hubo algo performático en el Cuarteto. Y aunque algunas cosas se hayan perdido en este tiempo, sigue la idea de un espectáculo integral. El despliegue -por lo menos para alguien que no es parroquiano de esta clase de ocasión- se ve muy bien y ensayado; un par de pausas dejaron intrigada a la platea aunque capaz eran parte del guion

La gira acompaña la salida de Lámina Once, el décimosexto disco de la banda y el octavo desde que con Cuarteto de Nos y Raro (eso fue entre 2004 y 2005) reformularan el alcance de un proyecto surgido de tardes aburridas de un grupo de adolescentes. De aquella formación original, el que no está es Riki Musso y cierto espíritu burlón ha sido remplazado por una visión más sarcástica y algo descreída del mundo. Es, igual, una obra con matices.

Las canciones de Lámina Once abundaron en el repertorio (el mismo que hacen en todas partes) y el público las reconoce, las celebra, las corea. Y las salta que, por lo visto es la danza que corresponde y que Musso, con vitalidad, coreografía desde el escenario. La energía es contagiosa aunque los más veteranos nos limitemos a agitar rítmicamente la cabeza en señal de aprobación. El cuerpo tampoco es el mismo.

Las explosiones de júbilo que despiertan “El hijo de Hernández”, “Ya no sé qué hacer conmigo”, “Invierno del 92” o el final con “Benito” y “Yendo a la casa de Damián” es igual de intenso para canciones que uno pensaría menos aferradas como “Rorschach” o “Maldito show”. Un gran momento es Contrapunto para humano y máquina que hace que todo el mundo entonando una cifra.

Como burlándose de eso de las grietas generacionales, el respetable público es una muestra variopinta que incluye amigos y amigas cuarentones que los conocieron en la época de Otra Navidad en las trincheras -el primer ciclo exitoso de la banda-; aquellos que entraron en el mundo Musso a partir de Raro o público que empezó a integrarse en discos más recientes y otros que los vimos en sus primeros tiempo: siempre ha habido una manera de entrar a la banda y cuando se pide que se hagan notar los que ven por primera vez al Cuarteto, un par de miles de voces, quizás, se reconocen recién llegadas.

Desde el escenario, Musso, quien ha desarrollado la parte de showman de su trabajo, lanza sus diagnósticos de misantropía y desazón ante estos tiempos. Lidera así un coro de felices desencantados, quienes acompañamos desde la inmesidad del Antel Arena con una alegría que podría ser una contradicción ante tan acumulación de palabras esdrújulas, filosofía descreída.

La gira los ha afiatado y la banda suena contundente. Ahí están los miembros fundadores Alvin Pintos y Santiago Tavella (los dos tienen sus momentos individuales; Topo Antuña en la guitarra (¡con poses de guitar hero incluidas!) y Santiago Marrero en teclados, bajo, rapeo, guitarras y lo que se precise. En esta temporada se integró Luis Angelero como guitarrista invitado. El sonido, eso sí, a algunos les pareció irregular lo que complica descifrar algunas dicciones.

El despliegue está a la altura de la exigencia. Uno no sale mucho, la verdad, pero la puesta en escena se veía imponente e interactiva y a pesar de un par de pausas raras, mantienen el entusiamo vivo.

Es alucinante que una banda que disimula su factor pop en arreglos de rock de arena y cuyas letras alertan sobre esto de vivir en una distopía, consiga ese grado de alegría en su público.

A eso de las 23.30, en un 180 rumbo a la Ciudad VIeja, el espíritu de la noche puso a todo el ómnibus a corear las canciones que Musso escribe, quizás para que no nos sintamos tan solos con tanta angustia. Para momentos así.

Y esa alegría de dos muchachas desafinando cierra una noche de fiesta. Gracias por eso.

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