Desde afuera de su casa en Malvín se escucha el ladrido de sus perrros, Simón y Júpiter. Éste último está viejo, y según Jorge Denevi, peor que él.
Su voz grave y su metro noventa de altura todavía impresionan a sus 80 años, y poco hay que verlo para entender por qué lo llaman “el flaco”. Tiene un paso lento, débil producto de un problema en una pierna, y otros achaques de los que todavía se recupera, y con cuidado se sienta en una silla en el living de su casa para charlar con El País. Motivos no faltan, una carrera que se extiende por medio siglo, éxitos, anécdotas y una distinción de Ciudadano Ilustre que, por los achaques, no pudo ir a recibir y tiene en su casa.
Montevideano de 1944, inició su camino en el teatro independiente como actor en 1959 y, nueve años después, debutó como director con Informe para distraídos de Víctor Manuel Leites. A lo largo de más de medio siglo dirigió 150 obras teatrales en distintas compañías, y dejó su huella en la televisión con éxitos como Plop! y ¿Quién quiere ser millonario? en Canal 12. También participó en el Carnaval con Contrafarsa y Araca la Cana, trabajó para la Comedia Nacional y, ya grande, incursionó en el cine, debutando en 2012 con El ingeniero de Diego Arsuaga.
También se ha encargado de traducir a diversos autores, incluyendo a su favorito, el británico Alan Ayckbourn; ha sido profesor de actores, dirigido compañías teatrales en el extranjero, y escrito un libro que recoge recuerdos de su infancia. Además, ha creado varias obras de teatro, compiladas en un tomo de la colección del INAE, aunque no le agrada que lo llamen dramaturgo.
“Me pasa una cosa rara con las distinciones y los premios. Siempre pienso, ¿se habrán equivocado?, ¿están seguros que soy yo?, pero después supero eso y es un orgullo”, comenta Denevi. “Soy ciudadano, de eso no tengo duda porque está en la célula, pero me hace ruido lo de ilustre. No me considero un ilustre pero no voy a estar discutiendo una distinción en mi contra. La acepto y se terminó, aunque siempre me queda esa sensación de que debe ser otro Jorge”.
—Es actor, director, trabajó en éxitos que todavía se recuerdan. ¿No se considera ilustre?
—Tengo que buscar la definición en el diccionario, pero bueno, ya lo acepté y tengo el cuadrito en casa, ya está. Pero me suena a gente que realmente ha hecho cosas por otros, y en la medida de lo posible lo hice, siempre tratando de ganarme la vida.
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Es noviembre, hace calor y Denevi tiene un empuje de artrosis que le impidió ir a la Intendencia, y se pone hielo en la rodilla. “Me estoy mejorando de esto”, dice señalando su pierna y agrega “esperando que venga alguna otra cosa”. Denevi ha tenido un año con varias complicaciones de salud pero no ha perdido el sentido del humor, ese que recuerda a su autor favorito: “Es de esos casos en que cuando salís del teatro no sabés bien de qué fue que te reíste”, definió.
Volvió a caminar, ya da vueltas a la manzana luego del ACV que sufrió a mediados del año pasado y por el que estuvo internado un mes. ese momento estaba en medio de los ensayos de Recuerde esto, que por supuesto no pude seguir. Pero tomó la posta mi hija Renata que siguió adelante y estrenó. Quedé muy contento con el resultado", comenta y agrega, “me salvé de pedo”.
“Estuve mucho tiempo internado por el ACV y los médicos me dijeron que tuve mucha suerte. Tengo un marcapasos y por eso tomo un anticoagulante muy fuerte. Siempre fui contrario al automedicarse, pero me empezó a doler la espalda porque estaba traduciendo una obra, sentado en una mala postura, y empecé a tomar un analgésico que tiene unos avisos bárbaros en televisión, pero que choca con el anticoagulante. Se ve que tomé mucho e hizo explosión, porque me cuido con la sal, el azúcar y lo que me indican los médicos lo hago, y me tocó. Ya me falta poco para estar normal”, comenta.
Denevi traduce él mismo las obras que le interesan, primero a mano, y luego en computadora, y cuando está pronta la imprime porque no confía en los aparatos que se pueden apagar y perder todo. Y siempre, porque lo ha hecho costumbre, tiene un proyecto nuevo en desarrollo.
“Ese es un problema, porque ahora no puedo hacer proyectos”, comenta. “Todavía no tengo independencia absoluta, y al no tener proyectos me falta algo en la vida. Ya me están girando cosas en la cabeza como diciendo ‘bueno, tengo que empezar’”, comenta el director, infaltable en la cartelera en los últimos 30 años. “Difícilmente he tenido grandes huecos sin dirigir, porque siempre estoy preparando una y planeando la siguiente, y eso es me falta. Estoy en esa etapa”.
Estuvo un mes en el CTI, una experiencia que no recomienda a nadie. “Te conectan aparatos que hacen ruido todo el tiempo, de mañana, tarde y noche, y ese ruiderio no dejaba ni descansar”, dice. Al mes pasó a sala, sin máquinas enchufadas ni ruidos molestos.
—¿Hoy, cómo se mantiene entretenido?
—Pensando, como hago siempre. Antes de dormir, por ejemplo, estoy pensando en la obra que estoy haciendo o que voy a hacer, y eso me da la sensación de que estoy bien.
—Siempre pensando en el futuro y no en el pasado.
—No, nunca en el pasado. Ni siquiera en las cosas buenas que me pasaron en el teatro, siempre pienso en lo bueno que va a venir. Así voy armando la obra, al punto de que en pocos días ya la tengo formada en mi cabeza.
—¿Cómo va armando ese puzle para poder transmitírselo a los actores?
—Fui ayudante de dirección de Atahualpa del Cioppo, a quien agradeceré toda mi vida los consejos que me dio. Me dio uno que para mí es vital. Me dijo: “las obras de teatro se dirigen solas”. Cuando le pedí más explicaciones me dijo, “la obra es la biblia para usted, ahí están todas las preguntas respondidas, todo lo que hay que saber, y usted tiene que ser un detective de esa información”. Es un consejo invalorable, porque te empezás a preguntar todo, si el personaje está diciendo la verdad o miente. Porque nosotros no decimos exactamente todo lo que pensamos, lo disimulamos de acuerdo al personaje que nos inventamos en la vida, y en el teatro es igual. Pensar eso es lo que más me estimula de una obra de teatro.
—¿Y qué busca?
—Le busco hasta los más mínimos detalles: qué hace, dónde vive, si es feliz, si hace calor o frío, porque todo está en la obra. Eso es una cosa que a veces le reprochan a la gente joven, que no sabe buscar realmente lo que hay atrás. El teatro es acción, entonces está todo en las acciones, pero lo que hay que buscar es los “por qué” de esas acciones.
—¿Y la televisión?
—Siempre admiré al Ingeniero Horacio Scheck con quien trabajé muchos años. Tenía un olfato y una capacidad para detectar lo que estaba bien… Me acuerdo que un día me llamó a las seis de la mañana para felicitarme porque había visto algo a la noche que le había gustado muchísimo y me dijo: “seguí con eso”. Pero no le gustaba que me fuera de vacaciones, porque decía “en la televisión no hay vacaciones”.
—¿Se iba lejos en vacaciones?
—Siempre veranee en Valizas, desde la época donde se dejaban mensajes en un pincho, y había que ir todos los días a ver si te habían llamado. Y me dejaba mensajes de que me comunicara. Una vez mandó, que no llegó porque hubo tormenta, un helicóptero que salió de Punta del Este. Yo extraño mucho esa manera de trabajar, porque como con él no trabajé con nadie. Además teníamos respeto, admiración, sabía hacer y a dónde ir, es una de las cosas que más extraño de la televisión.
—¿No lo han vuelto a tentar para el Carnaval?
—Para hacer Carnaval tenés que respetar las voces, y cada uno tiene que cantar en su micrófono, por lo tanto los movimientos son limitados, y no era muy creativo haciéndolo, lo sabía. Igual el año pasado, antes del ACV, me llamaron de una murga pero yo estaba preparando otra cosa, y el Carnaval es muy exigente. Se ensaya hasta muy tarde, y es exigente desde el punto de vista físico. Y si estoy por estrenar una obra de teatro por marzo, todas las noches las tengo ocupada no puedo hacer las dos cosas, por eso hasta ahí llegué.
—¿Y con todo esto que hay hecho, no siente que ha hecho un aporte?
—Bueno, si eso lo consideran ilustre, es lo que he hecho, lo que me gusta hacer y me gustaría seguir haciendo.
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