Carlos Perciavalle, 81 años, disfruta de ser anfitrión en su casa a orillas de Laguna del Sauce, en Maldonado, y de contar anécdotas. La residencia se llama “El Paraíso” y fue escenario durante varios veranos de El diario de Adán y Eva, la comedia que protagonizaba el rey del café concert junto a su entrañable compañera China Zorrilla. Hoy ha vuelto a abrir las puertas de la residencia para un encuentro íntimo de hasta 60 espectadores, con quienes repasa vivencias e historias “increíbles e inéditas” de más de 60 años de una amistad profunda pero sobre todo, muy divertida. Lo tituló Tardes con China.
Con la producción de Anabella Bauza y Carlos Hernández, Tardes con China cierra hoy viernes y mañana sábado su primera y corta temporada, que agotó todas sus funciones en febrero. Antes de una de las presentaciones, en un atardecer caluroso aunque aliviado por la brisa de agua dulce sobre el jardín, Perciavalle recibió a El País para una recorrida por la casa que ha elegido como su hogar por lo menos desde hace 15 años. La compró en 1968 de una manera irrepetible —con unos dólares que trajo en una bolsa de nylon aquel verano— y desde entonces, El Paraíso fue adquiriendo su personalidad multicolor.
Amarilla, a dos aguas y quinchado, la casa principal no distingue por su estructura: no es lujosa, no exagera ninguna de sus líneas ni ambientes. Allí Perciavalle dispone de lo normal: una cocina con comedor, dormitorios, un living y una galería donde transcurre el día a día de su ancianidad proactiva, en compañía inseparable de Jess, un perrito blanco, de patas pintadas, que le obsequió Jéssica Cirio. Además, lo acompaña la ama de llaves Teresa.
Atrás quedaron otros funcionarios con problemas de convivencia que prefiere olvidar y que lo llevaron a titulares de escándalo el año pasado. “Hoy vivo en paz, bien acompañado y con amigos que quiero mucho”, cuenta.
Fuera de la cotidianidad de casa empieza la magia: en el jardín recortado por la laguna, al lado de una fuente obra de José Luis Zorrilla de San Martín (el padre de China y de los bustos más renombrados del país), Perciavalle dispuso del escenario. Muy cerca, en una construcción lateral de piedra, Perciavalle ubicó sus trajes de brillo alocado, con los que salía en televisión en los 80; están también sus premios, sus fotos y libros más atesorados y los sillones, mesas y espejos, donde se sentaban a jugar a las cartas y se reflejaban con China. Allí sentado, Perciavalle se enciende detrás de sus lentes de abeja. Se convierte en una máquina de evocar y, como ha sido su distintivo, de decir seriamente las cosas más graciosas.
“Este es un cuarto al que tenían acceso los amigos solamente, y en especial China. Aquí escribíamos las canciones, hacíamos las traducciones de las obras... tengo la mejor parte de mi biblioteca y he traído algunos de los trajes que usé en televisión en Buenos Aires y que son obra de Guma Zorrilla, la hermana de China. Todos los caminos aquí, llevan a China”, cuenta.
La siguiente anécdota lo retrotrae a 1968, cuando compró la casa. Estaba veraneando con China en Punta Ballena. Le había ido bien en la temporada teatral en Buenos Aires, lo que explicaba algunos facos con dólares que llevaba en una bolsa. Después de un baño de mar, China le propuso: “¿Te gustaría visitar la casa de mi primo, Alfredo Behrens, que está en el kilómetro 8 y medio de la ruta 12?”. Allá fueron y Perciavalle se enamoró de la vista silvestre y pacífica del lugar.
“Era la jungla, lleno de árboles y no había luz, no había nada. Pero desde que pisé el lugar supe que iba a ser mío”, recuerda el artista. Allí mismo, en esa primera visita, Perciavalle cerró el negocio. Sacó los dólares de la bolsa e hizo la primera entrega. “Él me dijo: ‘Esto vale 30.000 dólares’. Y le dije: ‘No, vale más. Te la compro en 50.000 dólares’. Y así arreglamos enseguida. Después se hizo el papeleo, los escribanos, lo demás”, añade.
Primero, El Paraíso fue la casa de veraneo de Perciavalle mientras residía y trabajaba fundamentalmente en Buenos Aires, a donde por el momento no regresaría. “Hasta que no haya un cambio de gobierno no vuelvo. No me genera confianza este gobierno argentino”, dice.
Con China no hablaban mucho de política y tampoco de amor. “A ella le gustaban los buenos mozos. Pero al mismo tiempo era muy reservada en algunas cosas. Me habló sí de quien fue el gran amor de su vida, Juan ‘Poro’ Capurro, que murió muy joven. Pero lo esencial de nuestra relación no eran las terceras personas. Lo principal eran las cosas que nos pasaban todos los días y lo que nos reíamos. Esa es la sustancia de estas Tardes con China”, dice y añade que todavía conserva el entusiasmo y el nerviosismo previo de cada función. Como cuando era un adolescente, y conoció a China Zorrilla siendo un estudiante liceal que la fue a ver al teatro.
El mayor desafío de Tardes con China es el de abreviar: Perciavalle se caracteriza por ser “larguero”. Y en todas las funciones el redondeo le cuesta: siempre hay un bis para la última anécdota mientras la noche amenaza sobre la laguna. Y cuando todo termina y el público ya ha vaciado el jardín, Carlos Perciavalle tiene sistemáticamente el mismo impulso: llegar hasta un teléfono y llamar a China para contarle lo lindo que estuvo todo, lo divertido de sus anécdotas. “Para mí, no murió“.