Tenía nueve años cuando empezó a estudiar piano. Expresarse y aprender sobre el arte, sobre todo el clásico, siempre fue una inquietud. Luego descubrió que le gustaba más moverse que hacer música y apareció el ballet.
“Fui con mi madre, me iba a matricular en folclore en la escuela de danza, pero en ese momento en que me preguntan ‘querés folclore o ballet?’, contesto ‘ballet’. Mi mamá no entendió nada, pero me apoyó”, recuerda Nelson López, el bailarín uruguayo que brilla como solista en la compañía Deutsche Oper Am Rhein de Alemania.
En aquel entonces le sorprendió y hasta lo asustó el régimen rígido, pero de a poco la disciplina le sedujo e hizo del salón de clases, su casa. “Era la antítesis de mi vida. Yo venía de una infancia muy caótica, de jugar en la calle, las rodillas raspadas, pelear con mis hermanos. Entonces al principio me chocó un poco pero después me encantó, vi que en ese orden había belleza. Me sedujo aquella paz”, dice en charla con El País.
Una paz que también sirvió de refugio en un contexto de descubrimiento de su orientación sexual y de sufrir bullying en el liceo. Hacer ballet era un reforzador de violencias, pero también un mundo aparte que le permitía ser libre. “Estereotípicamente que además yo hiciera ballet no contribuía para mi imagen, lo mantenía casi en secreto. Pero después iba a la escuela de danza y ahí era mi oasis de paz”, cuenta. “Ahí todos éramos distintos y eso estaba bien, tenía compañeros más grandes que yo que eran abiertamente gays y no era ningún secreto, y eso me cambió la perspectiva. Sentí que si en algún momento quería expresarme de otra manera lo iba a poder hacer”, recuerda.
Además, López viene de un hogar amoroso donde ser quien es nunca fue una cuestión. “Mis padres supieron mucho antes que yo. Varias veces ya habían dado señales. Me acuerdo que éramos muy chiquitos y mi padre nos estaba rezongando y dijo ‘cuando sean más grandes y tengan sus casas, sus novias o novios, van a poder hacer lo que quieran’. Y yo nunca me olvido de que me quedé pensando ‘pero si somos tres varones porque dice novia o novio?’. Mucho tiempo después me di cuenta que él ya estaba abriendo el camino para que yo me sintiera confortable, y dentro de su bruteza tuvo esa delicadeza de allanar el terreno”, cuenta.
Fue con esa contención y la certeza de que el cuerpo sería su herramienta de trabajo que a los 18 egresó de la Escuela Nacional de Danza del Sodre y luego ingresó al Ballet Nacional. Allí bailó por un año, y también incursionó en el diseño de escenografía y vestuario para la compañía de danza Telón Arriba, residente del Teatro Solís. En 2010 fue invitado al Ballet Concierto de Iñaki Urlezaga, en La Plata, donde bailó por un año, y luego regresó al Sodre para trillar un camino que lo llevaría lejos.
“Empezó a pasar todo lo que pasó con Julio Boca, cada vez que venía a Uruguay el ballet era mejor y la producción de los espectáculos eran increíble y me pregunté qué estaba haciendo afuera cuando eso estaba pasando acá. Entonces audicioné, completamente inconsciente de la magnitud de aquella audición donde vino gente de varios países, y entré. De 120, entramos 9”.
En el BSN se formó, creció, hizo amigos y lazos que hoy lo acompañan aunque esté del otro lado del Atlántico. “Amo el Sodre, siempre me sentí muy en casa. Soy admirador del equipo técnico, hay un compromiso y amor con el trabajo que es increíble, hablo y me emociono”, dice con los ojos llorosos.
Es por eso que en febrero, cuando vino de visita a Uruguay, brindó una masterclass a estudiantes avanzados de la Escuela Nacional del Sodre, dio charlas e hizo colecta de zapatillas para los que ingresen este 2024. Los pocos días en que estuvo aprovechando el verano del sur antes de volver al riguroso invierno de Alemania, fue de visitar ex compañeros y estudiantes que ven en él un ejemplo a seguir. “Es devolver un poco todo lo que Uruguay me ha dado”, dice emocionado. “Como uruguayo uno tiende a achicarse, y me parecía importante inspirarlos y desmitificar. Porque sí, es verdad que somos muy poquitos los que bailamos en el exterior, pero es posible hacer una carrera afuera”.
Tras una década de formación en el Ballet Nacional, decidió que era el momento de alzar vuelo y explorar otras ramas y lenguajes de la danza. “Estaba muy bien acá, bailando solista, a veces bailaba principalmente, pero sentía que había cosas que podía explorar”.
Así, en 2020 es invitado a ser solista en la compañía alemana Deutsche Oper Am Rhein bajo la dirección del coreógrafo Demis Volpi, con quien había trabajado en el pasado. La despedida del Ballet Nacional, sin embargo, no fue como lo esperado.
“En ese momento estábamos bailando Un tranvía llamado deseo. Yo me estaba aprontando en el camarín un poco antes de la función y escucho por los parlantes que por orden presidencial se suspendían todos los espectáculos con orden inmediato. De la misma forma que salimos nosotros por la puerta de atrás sin entender nada, salía el público, y estaba lleno. O sea, mi última función en el Auditorio había sido la anterior y completamente sin saber que sería la última. Me dolió mucho irme sin esa despedida, sin tener la oportunidad de compartir ese momento con mis compañeros”, comenta.
Fue así que el joven uruguayo, de hoy 33 años, desembarcó en Düsseldorf, en plena pandemia, con incertidumbres, pero con muchas ganas de abrazar su nuevo desafío. “Son muy distintos. El trato, la sociedad y el idioma son muy diferentes. Pero la experimentación de explorar mi cuerpo en otros lenguajes y en un ballet más contemporáneo, eso es muy rico”, cuanta sobre las diferencias culturales que encontró.
“En la compañía todos tenemos contratos de solista y eso le da la libertad al coreógrafo que viene de elegir el bailarín que quiere para principal. Es bueno por un lado, porque todos tenemos las mismas oportunidades, pero pone mucha presión por otro, porque sentís que están constantemente audicionando. Además hay una diversidad corporal que en ballets más clásicos, como acá, no hay”.
Nelson López es hoy uno de los seis uruguayos que bailan en grandes academias en el exterior. Un camino que estuvo y está lleno de dificultades y desafíos, pero que él está orgulloso de estar trillando. Es, a fin de cuentas, dedicarse a su vocación, pero también a una profesión que tiene mucho de esfuerzo físico, de trabajo mental, de persistencia y, por supuesto, de talento. Calidades que a él no le faltan.
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