EN QUÉ ANDA
Una de las grandes divas del cine británico con una carrera en Hollywood y recordada como Alexis, la villana de “Dinastía”, a los 88 años participa en un documental de su vida

"No soy una chica mala", dice Joan Collins, sentada en un sofá blanco. "Yo era una niña muy inocente. Pero tenía el pelo oscuro y los ojos verdes, y supongo que pensaron que era sexy".
Collins, una actriz cuya carrera ha oscilado entre lo sublime (Tierra de faraones), lo ridículo (Imperio de las hormigas) y lo sublimemente ridículo (Dinastía), viste para la ocasión pantalones blancos, una blusa color aguamarina y zapatillas blancas. Un diamante rosa del tamaño de una fresa pesa en un dedo; su cabello se eleva hasta el cielo.
Collins, de 88 años, me invitó a su casa, ofreciéndome café, agua y una variedad de galletitas de alta gama, para hablar sobre This Is Joan Collins, un documental biográfico.
¿Qué significó mirar hacia atrás en su vida para el proyecto? “No soy muy analítica”, dice lánguidamente. “Solo hago una cosa: sigo adelante”.
Para la película, Collins dio a los productores acceso a sus archivos y películas caseras. De lo contrario, limita su contribución. “Dije: ‘No pongas demasiadas partes desnudas'”, dice. Pero ella narra la película. “Aquí estoy”, ronronea en los momentos iniciales, “después de siete décadas en el negocio, para contarles un par de cosas sobre cómo sobrevivir a los peligros de la profesión y cómo se siente realmente conseguir lo que se quiere”.
Collins nació en 1933 y cuando niña, vivió en la Londres de los bombardeos, las evacuaciones, las dislocaciones que la impacientaban con lo que ella recuerda como lloriqueos.

“Tengo que decir que cada vez que leo sobre un actor hoy, todos han sido abusados ?o han tenido una infancia terrible”, dijo. “Yo tuve una gran infancia, aparte de lo de la guerra”.
A los 17, firmó con un estudio de cine. No creía que fuera glamorosa. No entonces. Pero la prensa no estuvo de acuerdo, y recuerda algunos de los apodos que le dieron: la chica mala de Gran Bretaña, la zorra de la cafetería. Así fue encasillada.
Al principio, le molestó, dijo, “luego me encogí de hombros y seguí adelante”.
Cuando tenía 21 años, Fox la contrató y se fue a California. Estaba separada de su primer marido, Maxwell Reed, un actor que la había violado en su primera cita, dice. Como escribió en sus primeras memorias, Pasado imperfecto, y reitera en el documental, la mayoría de los hombres en la industria eran depredadores.
En estos primeros años, desarrolló una reputación de promiscuidad, que no era del todo merecida, incluso cuando se convirtió en parte de su fama. (Una subasta de sus pertenencias en 2015 incluyó no solo cartas de amor, sino también la cabecera de su cama). “Tuve muchos novios, pero uno después del otro”, dice. “Y me acostaría con algunos de ellos. No al mismo tiempo. Me adelanté a mi tiempo: las mujeres no hacían eso”.

A los 30, se casó con el actor y compositor Anthony Newley y tuvo dos hijos. Después se casó con el ejecutivo musical Ron Kass y tuvo una hija. Más tarde, hubo un cuarto matrimonio, con el cantante sueco Peter Holm (“un error total”). Ahora vive con su quinto esposo, el productor teatral Percy Gibson. Él fue quien trajo el agua y se llevó las galletas.
Rara vez pudo escapar del encasillamiento, pero también se encoge de hombros al contar una conversación que tuvo con el actor John Gielgud, en la que él le dijo que, dado que nunca podría escapar de su físico, nunca podría interpretar a una mujer fea. “Eso fue cierto durante una cierta cantidad de años”, dijo.
Sí cree que la buena apariencia puede ser un factor disuasorio para papeles de calidad. “Por eso la mayoría de la actrices hoy tratan de verse lo más ordinarias posible”.
A fines de la década de 1970, hizo una reaparición con dos películas de porno soft, Discoteca Club Privado y La perra, adaptadas de novelas de su hermana, Jackie Collins. Esa exposición la llevó a su papel más famoso, Alexis en Dinastía.
A pesar de las luchas bien publicitadas en el set y la mezquina reacción de los productores a sus demandas de igualdad salarial, sigue orgullosa de Dinastía. Gran parte de los recuerdos colgados en su apartamento datan de esa época.

“Fue glamoroso”, dijo. “Se trataba de gente muy, muy rica, la mayoría de ellos guapos”. Lo compara con el éxito actual, Succession, aunque, aclara, en Succession usan ropa más gastada.
Dinastía terminó hace más de tres décadas. Collins no ha tenido un gran papel desde entonces. Ella cree saber por qué. “Los directores de reparto dicen: ‘Oh, no, no podemos usar a Joan Collins en este papel de zorra porque es demasiado obvio’. Y ‘Oh, no, no podemos tenerla en este otro papel. Ella solo puede hacer de femme fatale’”.
Aún así, ha continuado, describiendo su vida glamorosa en las columnas del semanario británico The Spectator, donde Boris Johnson supo ser su jefe.
Collins no ha cambiado mucho. (Incluso su aspecto ha cambiado muy poco, aunque afirma haber probado el bótox solo una vez: “Grité y salí de la cirugía”.) Pero no está segura de si la industria del entretenimiento lo ha hecho. “No permitiré que los hombres se me insinúen, así que no lo sé”, dijo. “Pero creo que probablemente”. Aún así, a raíz del movimiento #MeToo, parece preocupada principalmente por los hombres.
“Lamentablemente, creo que ahora los hombres jóvenes sufren por ser etiquetados como tóxicamente masculinos”, dice, “debido a este aumento de la antimasculinidad”.
Y, sin embargo, se identifica como feminista. “Creo que las mujeres son iguales a los hombres en todos los sentidos”, dice. “Excepto la fuerza física. La gente dice que no quemé el corpiño y que uso lápiz labial. ¿Y? Estoy muy orgullosa de ser mujer”.