Travesía
Se lo conoce como "Machete" y se lo ha visto en más de 400 películas en general como un recio de rostro atemorizante e inolvidable; acaba de publicar sus memorias
Al recordar sus años tras las rejas, el actor Danny Trejo a veces resopla o se frota la cara con las dos manos, como si se preparara para enfrentar los traumas de hace medio siglo.
Ya contó algunas de esas historias; muchas han servido de base para su prolífica obra; y las más importantes están reunidas en un nuevo libro de memorias: Trejo: My Life of Crime, Redemption, and Hollywood (“Trejo: Mi vida de crimen, redención y Hollywood”).
“Cuando interpreto a una persona loca y desquiciada, lo hago porque fui así, lo vi”, comentó Trejo. “No me gusta recurrir a eso. Es un lugar que puede resultar demasiado real”.
Trejo, un legendario actor hollywoodense de género que es muy querido tanto por sus papeles como por sus actos solidarios fuera de la pantalla, tuvo la oportunidad de incursionar en el cine después de visitar un rodaje para ayudar a alguien en el plató que estaba esforzándose por recuperarse de una adicción. Él ya lo había conseguido. Décadas antes, en lo más profundo del agujero de una prisión , Trejo le había prometido a Dios que ayudaría a su prójimo todos los días si podía “morir con dignidad”. Y se volvió sobrio.
Un asistente de dirección lo detuvo ese día en el set. “Tienes buen aspecto”, le dijo. “¿Puedes interpretar a un convicto?”.
Qué gracioso. A los 10 años entró por primera vez a una comisaría, escribe. A partir de ahí, pasó años como criminal en el Valle de San Fernando, y en todo California, pasando por prisiones juveniles y estatales y sin esperar nunca salir vivo. ¿Que si podía interpretar a un convicto?
Como extra en Escape en tren, Trejo destacó tanto que le escribieron una escena en la que muestra las habilidades de boxeo que perfeccionó en la cárcel. Al poco tiempo, comenzó a aparecer en muchos programas y películas como personaje secundario arquetípico: “prisionero”, “2° recluso” y “prisionero rudo nº 1”.
“No sabía que me estaban encasillando”, dijo Trejo. “Solo me importaba que estaba trabajando. Y creo que el hecho de haber sido estereotipado durante tanto tiempo hizo que mucha gente consiguiera trabajo, así que solo abrimos la puerta”.
El rostro de Trejo, famoso por las marcas que dejaron en él sus experiencias, ofrece una paleta expresiva ideal para el actor en el que se convirtió; puede transmitir rabia y humor como pocos villanos.
En 1995, Trejo compartió una fascinante escena de muerte con Robert De Niro en Fuego contra fuego de Michael Mann, una de las muchas que muestran la asombrosa habilidad de Trejo para interpretar a alguien al borde de la muerte. “Tengo el récord de muertes en pantalla”, dijo. “Eso significa que trabajo mucho”.
Robert Rodríguez le dio entonces un papel emblemático en Desperado. Y en 2001, Rodríguez creó específicamente para Trejo el papel de Machete en Miniespías, que luego se repitió en Machete, y así se creó el que tal vez es el único personaje en la historia que pasó del género de aventuras para niños al terror “grindhouse”.
Aunque el arco general de la historia de Trejo es bien conocido, muchos otros detalles formativos y encuentros salvajes se revelan por primera vez en el libro, coescrito con el actor Donal Logue, un viejo amigo. El resultado es un relato personal, a menudo sorprendente.
El lector se sumerge en la cultura de barrio tal y como se vivía en el Valle en las décadas de 1950 y 1960. Desde una edad temprana, comprendió la verdadera distancia entre el brillo del cercano Hollywood y su mundo de narcotráfico y violencia.
Sin embargo, a lo largo de la vida de Trejo, esos mundos también chocan de forma asombrosa.
Uno de los episodios más importantes se produjo cuando Trejo sopesaba las ofertas para aparecer en dos películas que se estaban preparando a principios de la década de 1990. Una era American Me, dirigida por Edward James Olmos; la otra era Blood In, Blood Out, de Taylor Hackford. Ambas pretendían contar la historia de la fundación de la mafia mexicana.
Era un tema delicado. Trejo, con su imponente físico y sus años de cárcel, habría encajado muy bien en cualquiera de las dos películas. Sin embargo, había un problema. La Mafia Mexicana, o “Eme”, es muy secreta y notoria por sus despiadadas ejecuciones, según los casos federales. En el sistema penitenciario ya se había corrido la voz de que el guion de American Me se tomaba libertades narrativas ofensivas -relacionadas con la violación en la cárcel y los códigos fraternales de la Eme-, las cuales estaban disgustando a los líderes de la banda en el mundo real. Además, la película propuesta utilizaría explícitamente el término “Eme”, otro elemento prohibido.
Trejo, por eso aceptó un pequeño papel en Blood In, Blood Out, loque le permitió volver a San Quintín por primera vez desde que estuvo preso allí, esta vez como actor.
Los mundos volvieron a chocar. Durante el rodaje, escribe, Trejo pudo deambular casi libremente por el interior de una instalación que para él era el lugar de tantos horrores. Los primeros pasajes del libro describen los peligros mortales que acechan en cada esquina de San Quintín, e incluso rodó algunas escenas en el interior de la C550, su antigua celda en el bloque sur de la prisión.
Sus reflexiones en esos momentos clave están muy bien plasmadas.
“Hay que recordar que en 1968 hice un trato con Dios. Dije: ‘Si me dejas morir con dignidad, oraré en tu nombre todos los días y haré todo lo que pueda por mis compañeros de prisión’, y dije ‘compañeros’ porque nunca pensé que saldría de la cárcel”, narró.
Un año después salió para siempre. A pesar de muchos baches en el camino, Trejo se transformó en un devoto consejero de rehabilitación.
La rehabilitación, en definitiva, es el motor del libro de memorias. Trejo, ahora de 77 años, cuenta con más de 400 créditos, según IMDb, un logro notable para alguien que difícilmente podría haber imaginado una carrera cinematográfica mientras rezaba en Soledad en 1968.
“Actuar no era algo nuevo para mí”, escribe Trejo. “Había actuado para sobrevivir a mi infancia. Había actuado como si no tuviera miedo cuando estaba aterrorizado. En Folsom, actué para mantener mi cordura. Tenía que moverme; tenía que hablar en voz alta; tenía que escuchar mi propia voz”.
Hoy en día, reconoce lo lejos que tiene que llegar Hollywood para ampliar las oportunidades, y papeles más allá de “Prisionero rudo nº 1”. Sobre el tema de la representación de los latinos, Trejo dice que acoge con satisfacción la creciente defensa de los derechos. Sin embargo, lo que se necesita más claramente para cambiar el sentido de la situación, argumenta, es una inversión más directa por parte de los productores de alto nivel de ascendencia latinoamericana.
“La gente de arriba, los latinoamericanos, no quieren producir películas”, dijo. “Alguien llamado Smith no va a decir: ‘Quiero a un mexicano en el papel principal’. ¡Dejen de lloriquear y empiecen a invertir dinero!”.
Puede sonar a amor duro pero, después de leer el libro y hablar con Trejo, uno se queda con la sensación de que la rudeza indomable de Trejo está al servicio de una filosofía más sensible.
Trejo lo resume en Trejo, en una máxima que la historia de su vida confirma. “Todo lo bueno que me ha pasado en la vida ha sido el resultado directo de ayudar a otra persona y no esperar nada a cambio”, escribe.