María Porcel/El País de Madrid
Críticas contra Wall Street y alabanzas a la Revolución Francesa no son lo que uno espera escuchar en el corazón de Hollywood. Tampoco en el elegante y sobrio edificio que acoge al sindicato de actores de Estados Unidos, uno de los ejes sobre los que pivota la industria del cine, que genera más de 190.000 millones de dólares anuales en salarios con 2,4 millones de trabajadores. Pero quien lanzó esas proclamas anticapitalistas que dejaron con la boca abierta a millones de estadounidenses fue una de sus actrices más icónicas, Fran Drescher.
Actual presidenta de ese sindicato y cabeza de las negociaciones con los estudios, quiere más dinero para los suyos y al pedirlo no le tiembla el pulso. Y si le tiembla es por enojo, como lo dejó ver el jueves, cuando anunció la huelga de intérpretes —más de 160.000— que paralizaba su sector y no tiene miras de acabar.
Fran Drescher no es una estrella al uso. Lleva 40 años sin serlo. Ni ella, ni su forma de actuar y crear, ni su vida lo han sido. Nacida de antepasados polacos y rumanos en una familia judía en Queens, ni siquiera tuvo claro desde el primer día que quisiera actuar. Cuando en la década de 1970 decidió apuntarse a interpretación, en su primer año como universitaria, las clases estaban llenas. Así que lo dejó y estudió un curso de estética. Una experiencia personal y profesional que, lejos de alejarla del éxito, se lo dio.
Porque el nombre de Drescher estará siempre unido al de La niñera, la serie que ella misma creó, produjo, escribió y protagonizó. A su alter ego en pantalla, Fran Fine, le regaló hasta su nombre de pila, pero ella a cambio le devolvió fama y una fortuna calculada por algunos medios en más de 30 millones de dólares. Sus 146 capítulos de 20 minutos durante seis temporadas, entre 1993 y 1999, fueron vistos en Estados Unidos durante su emisión por una media de 10 millones de espectadores; de hecho, por la última temporada Drescher llegó a embolsarse, por cada uno de ellos, 1,5 millones de dólares del momento. Pero fueron sus ventas internacionales (a más de 80 países) y sus adaptaciones locales en países como Turquía, Italia, Indonesia, Argentina o Rusia las que hicieron que su rostro y su voz, nasal y fuerte, sean conocidas en todo el mundo. Hoy se la ve en HBO Max.
No todo empezó con la niñera Fine, una esteticista que acababa cuidando a los tres hijos de un rico viudo. El planteamiento inicial, con un éxito relativo en la primera temporada, se volvió un hit gracias al carisma, el humor, la actuación y el llamativo vestuario de la protagonista (de grandes diseñadores como Versace y Thierry Mugler). Pero antes, con apenas 20 años, debutó en 1977, nada menos que en Fiebre del sábado a la noche y soltándole a Travolta: “¿Eres tan bueno en la cama como en la pista de baile?”.
Para cuando la niñera llegó a su vida, Drescher ya había pasado por algún capítulo de las series La corte loca, Alf y Fama, y había sido dirigida por Wes Craven (Las dos caras de Julia), Rob Reiner (Esto es Spinal Tap), Francis Ford Coppola (Jack, ya en 1996). A sus 36 años llevaba casada más de 15 con su novio liceal, Peter Marc Jacobson. Él fue quien le ayudó a modelar el personaje de la deslenguada e histriónica niñera, a quien también dirigió en una veintena de capítulos. La serie fue aplaudida por el público y la crítica, y ella logró dos nominaciones al Emmy y otras al Globo de Oro.
Para cuando la niñera se fue de sus vidas, Drescher y Jacobson se habían divorciado. Al separarse, él le contó a ella que era gay. “La gente siempre me dice: ‘¿Pero cómo no lo sabías?’”, contó en una entrega de premios en 2015 en Nueva York. “Le encanta la decoración, la moda, la ropa, pero la verdad es que teníamos una gran vida sexual”.
Afincados en Los Ángeles desde hace años, Drescher y Jacobson vivían juntos en Malibú. No vivían aun allí cuando sufrieron un incidente que les cambió la vida: en 1985, dos asaltantes -un hombre en libertad condicional y su hermano- entraron en su casa, les robaron y a punta de pistola violaron a Drescher y a una amiga que entonces estaba con ellos, mientras Jacobson estaba maniatado y era obligado a presenciar la escena. Lo ocultaron a sus familias y ella no lo hizo público hasta que editó su biografía, en 1996. Entonces se mudaron a casa de sus amigos y actores Dan Aykroyd y Donna Dixon. El trauma les duró años. Drescher logró identificar al asaltante y así logró que fuera condenado a 150 años de cárcel.
Otro de sus episodios más complejos fue el cáncer de útero que le detectaron con apenas 42 años. Para entonces, la actriz ya llevaba dos de peregrinaciones médicas y con un diagnóstico equivocado cuyo tratamiento era justo lo contrario de lo indicado. En junio de 2000 se sometió a una histerectomía urgente, y siete años después, tras escribir un exitoso libro de su proceso personal y médico, creó una fundación, Cancer Schmancer, por la que busca concientizar sobre la importancia de la prevención y la detección temprana de la enfermedad. Con ella da charlas inspiracionales y recauda dinero para ayudar a pacientes. “Toda mi vida ha ido sobre convertir lo negativo en positivo. Tuve fama, tuve cáncer y ahora vivo para hablar de ello. A veces los mejores regalos vienen en los envoltorios más feos”, afirma en el sitio web del emprendimiento.
El camino no ha sido fácil, pero a Drescher nunca le ha faltado el humor, unido a que no tiene ni un pelo en la lengua. Lo ha demostrado durante las negociaciones de los actores, en las ruedas de prensa, en los piquetes frente a los estudios. Pero también ha dejado claros sus conocimientos sobre la industria (ella es, afirma la prensa especializada, quien ha propuesto y defendido que haya una fórmula clara por la que los actores reciban un porcentaje por las series y películas más vistas en las plataformas de streaming) y la fuerza de su discurso.
Presidenta de SAG-AFTRA desde junio de 2021, en las reñidas elecciones de hace dos años -le quedan al menos otros dos en el puesto- se pusieron en duda sus capacidades para gestionar un poderoso sindicato como este, su supuesta falta de conocimiento sobre ese mundo, sus ideas sobre la salud, las vacunas, la medicina, su imposibilidad de unir a un sindicato dividido... El tiempo ha demostrado que sí podía: su popularidad está en alza y logró que el 98% de los actores dieran su aprobación para ir a la huelga.
Sus críticas al capitalismo salvaje han sido constantes estos días, contra los estudios y contra su modelo de negocio. “Están en el lado equivocado de la historia”, “Nos han deshonrado”, “Vergüenza para ustedes”, “irrespetuosos”, “ofensivos”, y otras tantas perlas.
Pero no son las primeras. En una entrevista con la revista Vulture hace cinco años, se declaraba abiertamente anticapitalista. “El capitalismo es frenético, caníbal”, aseguraba entonces en la charla, donde también se decía consciente de ser un icono queer, algo que, afirmaba, le encantaba porque le daba oportunidad de ser escuchada. “Veo lo que pasa en el mundo con las élites y los grandes empresarios que nos gobiernan, son unos sociópatas obsesionados con el dinero, tanto que están perdiendo la visión sobre todo lo hermoso. Siempre le digo a la gente: ‘Si la avaricia es el único idioma que entienden, para de comprar”.
Sus ideas políticas también pasan por la izquierda. Demócrata de pro, ha apoyado Joe Biden y a Barack Obama, a Bill Clinton y también a Hillary; de hecho pensó en presentarse para ser senadora por Nueva York, pero lo descartó rápidamente.
Al ser criticada por dejarse fotografiar, a principios de la semana, en el desfile de Alta Moda de Dolce&Gabbana en Italia (a 10.000 kilómetros de donde tenían lugar las negociaciones de la huelga), ella argumentaba que era una cuestión laboral. “Me pasé tres horas en maquillaje y peluquería, con tacos por el empedrado, haciendo cosas que son trabajo, no diversión. Imagino que Kim (Kardashian, también presente) prefería estar en su casa de Malibú con sus niños, pero eso hacemos, trabajar”, aseguraba ante el atril, con el rostro cansado, sin maquillaje y en ropa deportiva. La niñera Fran tiene ya muchas tablas para que nadie pueda criticarla por su modo de vestir y para salir, más que airosa, del paso.