Es una de las actrices uruguayas que más ha trabajado en cine y plataformas de streaming, pero resulta increíble pensar que durante 50 años, la vida de Mirella Pascual fue muy distinta a este presente entre sets de filmación y estrenos con alfombra roja.
“No soy una actriz que de chiquita quería ser actriz, para nada. Había intentado hacer teatro, pero desde los 18 a los 35 estuve teniendo hijos y tuve que postergar un montón de cosas”, dice ahora a El País. Fueron casi dos décadas de trabajos convencionales, de una existencia completamente distinta a esta a que tiene hoy.
Pero en 2004 se estrenó Whisky, y todo cambió. Ahora, a 20 años del estreno del clásico de Juan Pablo Rebella y Pablo Stoll, Pascual, quien interpretó a Marta en una historia sobre el reencuentro de dos hermanos con cara de Andrés Pazos y Jorge Bolani, la Intendencia la declaró Ciudadana Ilustre de Montevideo.
“Cuando me llamó María Inés (Obaldía, directora de Cultura de la IMM) no entendía mucho. Uno se pone a pensar: ¿merezco semejante cosa? Pero bueno, agradecida”, dice Pascual, madre de Tabatha, Rodrigo, Valentina y Alejandra, y además abuela de cuatro nietos.
“Todo lo que me fue pasando a través de estos 20 años, que me siguen pasando cosas y he hecho un montón de películas más por suerte, es el reconocimiento por Whisky”, comenta. "Esa película es fundamental".
Antes de que la dirigieran Rebella y Stoll, Mirella Pascual habia trabajado en la caja de una farmacia y en una empresa de créditos, como secretaria. Mientras, comenzaba a colaborar con estudiantes de la ECU (la Escuela de Cine del Uruguay) para los trabajos de fin de año, y estudiaba actuación ante cámara con Marisa Barboza.
“Una cosa llevó a la otra, de casualidad hice el casting para un comercial de la UTE, y el que estaba haciendo la prueba era Juan Pablo Rebella. Yo creo totalmente en el destino, y ahí me dijo que iban a hacer un casting muy grande para una película. Me preguntó si quería que me llamaran, no me estaban prometiendo nada, y fui como cualquier otro”, dice.
El proceso de selección se extendió por varios meses hasta que la confirmaron. “En ese entonces no imaginamos que íbamos a viajar ni lo que pasó después, porque la aventura era hacer una película y pasarla bárbaro, como la pasamos en el rodaje”, comenta. Whisky acabó convirtiéndose en la gran película del cine uruguayo.
Un día, en maquillaje en el set de Whisky, empezó a cantar el Himno al revés. Todavía no recuerda cómo le surgió hacer eso, pero el dato llegó a oídos de los directores.
"Cuando fuimos a filmar a Piriápolis íbamos a hacer una escena en las sillitas, pero no funcionaron y de golpe los chiquilines me dijeron: 'bueno, ahora tenés que hacer esta escena hablando al revés'. Al principio no me creía que era verdad que me estaban pidiendo eso. Así, una cosa totalmente inútil en mi vida, porque nunca lo hice para algo más que para divertirme, tuvo su utilidad”, dice.
—¿Cuál fue tu primera escena en Whisky?
—Estaba muerta del frío porque es la escena del inicio, al frente de la fábrica, cuando Andrés (Pazos, quien interpreta a Jacobo Koller) levanta la persiana. Y había que estar esperando, hacía mucho frío y son muchas tomas. Pero eran muy profesionales. Eso lo veo ahora, con otros años y rodajes donde también son profesionales, pero en Whisky no podías ni tocarte el micrófono. Y ahora, a veces estás en un rodaje y te estás cambiando, y te das cuenta que tenés el micrófono, y te lo sacás y se lo das vos al técnico.
—¿Cómo fue seguir después de Whisky, hubo muchos llamados y propuestas?
—No, esos primeros años fueron muy tranquilos, pero después fueron apareciendo.
—¿Ahora tenés algún proyecto?
—Tengo algo, pero no está confirmado porque es en Argentina, que está muy complicada en este momento. Sería para febrero, pero estamos viendo. Siempre hay algo en la vuelta, y a pesar de todo tengo bastante continuidad de trabajos, para ser uruguaya y vivir en este país. Pero no es que cada dos meses hay una película. Eso no ocurre.
—Decías que no pensabas en ser actriz de niña, ¿cuándo surgió eso?
—Fue todo de casualidad. No tuve tiempo de pensar qué quería ser porque a los 17 años quedé embarazada de mi primera hija, y a los 19 ya tenía dos hijos. Siempre fue todo así, no había tiempo, tenía que trabajar. Había hecho, a los veintipoco, un taller de teatro, pero lo tuve que dejar porque no podía. Y después nació mi última hija y me inspiró a escribir una especie de poesía infantil. Se ve que algo del teatro me había quedado. Escribí mucho, llamé a Ruben Olivera que es amigo de hace mil años y me dijo: “Traémelas y vemos”. Me dijo de hacer un taller de letras con Mauricio Ubal, y un día apareció alguien con una obra de teatro buscando quién escribiera letras de canciones para niños, y era la única. Ahí me contacté con esa gente, iba a ver los ensayos, y cuando hubo que reemplazar a una actriz, y como había hecho teatro, fui el reemplazo. Estuve seis años en el teatro para niños con distintas obras.
—Hace poco trabajaste para Netflix en El amor después del amor, la serie sobre Fito Páez. ¿Cómo fue ese proyecto?
—Fue divino hacer de la abuela de Fito. Era la única uruguaya en el elenco, y estuve cuatro meses en Argentina grabando esa serie. Pasa que cuando trabajás en otro país, el resto del elenco tuvo meses para ensayar porque eran locales, y a veces una llega lo más cerca de la fecha de grabación, por los gastos. Entonces no tuve el tiempo que me hubiera gustado, porque de repente llegué, hicimos un ensayo técnico y al otro día estaba sentada en una mesa con una peluca, vestido y una familia nueva. Me acuerdo que el director dice, “Bueno, vamos a ver”, y le digo: “No, dame unos segundos para ver quién es esta mujer porque no entiendo nada, déjame familiarizarme”. Pero la pasamos muy bien, y siempre me toca trabajar con actores y actrices que he admirado toda la vida, y son buena gente.
—Has trabajado en la comedia pop como Miss Tacuarembó, en una costumbrista como Alelí, y en el drama La noche de 12 años. ¿De qué título te sentís más orgullosa?
—Además de Whisky, hace años hice una película muy preciosa que se llama El último verano de La Boyita (2009 de Julia Solomonoff). Fue un placer hacer esa película en Entre Ríos. He recorrido muchas provincias argentinas, más que Uruguay. Y hace dos años hicimos Norma con Mercedes Morán. Me doy el lujo de trabajar con esa gente. Con Leo Sbaraglia trabajamos dos veces, y es gente que mirabas por televisión y jamás pensabas que ibas a estar trabajando con ellos. También terminé trabajando con Rossy de Palma, con Natalia Oreiro que es lo más divino que hay, y con el Chino Darín.
—¿Qué se aprende de trabajar con gente como Sbaraglia o De Palma? ¿Cómo son las charlas entre toma y toma?
— Bueno, Rossy de Palma nunca se aprende la letra, y es muy graciosa. Y se olvidaba en serio de la letra. Pero es gente muy profesional que se pone a la par, y esa humanidad la mantienen pese a ser quien es. Con Leo, por ejemplo, cuando hicimos El hipnotizador, le preguntaba algo y me daba una devolución, y en otra toma me decía: "¿Cómo me viste?". Un divino. Igual, no todo es de película, pero sí hice un montón de amigos a través de los años, porque nos vamos cruzando.
—¿Y hoy te sentís más plantada?
—Hoy lo que tengo es oficio. Y sí, me siento así. Antes creía o sentía que yo funcionaba de una manera, técnicamente, cuando encaraba un guion, cuando actuaba. Y después me fui dando cuenta, a través de los años, que cada proyecto lo puedo encarar de una manera según el proyecto. No estoy tan encasillada como antes, que tenía los pasos a seguir, lo que yo creía que me funcionaba. Me fui liberando de las recetas que tenía. Después te das cuenta de que tenés que ser libre y afrontar cada cosa como la sientas.
—¿Y sos muy crítica contigo?
—A veces sí. No es que sea crítica. Lo que no me gusta digo: “Qué lástima", porque podía haber sido de otra manera, pero ya pasó y el público que no sabe lo que siento adentro, así que lo acepto.
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