Con la muerte de Paul Auster, la literatura estadounidense contemporánea pierde a una de sus figuras clave. El autor, que falleció el martes a los 77 años a causa de un cáncer de pulmón, fue dueño de una de las obras más sólidas y de mayor exposición de su país. Solo en su trabajo novelístico destacan títulos como La trilogía de Nueva York, El País de las últimas cosas, El Palacio de la Luna, Música del azar y El libro de las ilusiones; cinco libros a los que siempre es recomendable volver.
Muchos de los que conocimos su rostro serio pero amigable gracias a las solapas amarillas de la colección “Panorama de narrativas” de la editorial Anagrama, estábamos atentos a cada novedad sobre su salud desde que su esposa, la también escritora Siri Hustvedt, revelara que Auster padecía cáncer. “Algunas personas lo sobreviven y otras mueren. Esto es algo que sabe todo el mundo, y aun así vivir cerca de esa verdad cambia la realidad de cada día”, escribió en marzo de 2023 en un desgarrador posteo de Instagram.
En este tiempo, el hermetismo en torno a su enfermedad fue estricto. En las pocas veces que Hustvedt volvió a referirse al asunto, hubo un anuncio que trajo bastante esperanza a sus seguidores. Se trataba de Baumgartner, “un pequeño libro tierno y milagroso” que Auster escribió durante su paso por lo que su esposa definió como “Cancerlandia”. La novela llegó a Uruguay en marzo a través de Seix Barral, y ofrecía una entrañable reflexión sobre la vejez, las despedidas y el duelo. Era un adiós por adelantado.
Baumgartner, a su vez, traía un poco de calma ante noticias cada vez más desalentadoras. “Hemos estado viviendo en estado de emergencia día tras día durante meses”, reveló Hustvedt en enero. “Los efectos brutales del tratamiento y las hospitalizaciones para reparar el daño que Paul sufrió no son experimentados por todos los pacientes, solo por algunos”, escribió. Al mes siguiente, cuando cumplió 69 años, comentó que continuaba en “Cancerlandia” pero que su salud era estable.
Sin embargo, Auster murió el martes por la noche en su casa del barrio neoyorquino de Brookyn, rodeado por sus seres queridos. El final de su vida, si se le quiere buscar el lado poético a la pérdida, coincidió con el inicio de Brooklyn Follies, su novela de 2005: “Estaba buscando un sitio tranquilo para morir. Alguien me recomendó Brooklyn (...) así que fui a conocer el terreno”.
Ayer, las redes sociales se llenaron de despedidas con anécdotas, fotos y citas de sus libros o entrevistas. Esa dinámica me llevó a repasar Dossier Paul Auster, de Gérard de Cortanze, que incluye una entrevista de 1995 sumamente ilustrativa. “Gran parte de mi trabajo estriba en el hecho de afrontar la muerte”, reveló. “Y no se trata ya de que yo acepte la realidad de la muerte, sino de que la experimente, de que permita que impregne los gestos más nimios de la vida”.
Luego brindó una de las definiciones más certeras de eso que alimentaba a sus personajes y a ensayos como Un país bañado en sangre (2023): “La sensación de la fragilidad de la vida me persigue sin descanso. Me contagia una gran alegría, la de estar vivo, y al mismo tiempo un miedo atroz: por el hecho de poder perder con tanta facilidad a la gente que queremos”.
En ese sentido, El libro de las ilusiones, de 2002, es una novela central para entender el universo literario de Auster. La muerte de la familia del profesor David Zimmer en un accidente aéreo es el puntapié perfecto para que el autor se sumerja en una de sus grandes obsesiones: la pérdida como una forma de reencauzar la vida. Es algo que casi siempre se presenta de manera accidental. En El Palacio de la Luna, la historia inicia tras la muerte del tío de M.S. Fogg; en Ciudad de cristal, Daniel Quinn, que perdió a su mujer y a su hijo, atiende una llamada telefónica que le cambiaría el destino; y en Tombuctú la muerte del dueño del perro Mr. Bones obliga al animal a salir del acotado universo que le impusieron.
En El libro de las ilusiones, entonces, Zimmer abandona su vida entre paréntesis luego de descubrir que aún mantiene la capacidad de la risa. Todo ocurre una noche frente a la televisión, cuando se topa con un olvidado actor de cine mudo que desapareció en 1929. Ese instante azaroso lo lleva a meterse en una rigurosa investigación que le da un nuevo sentido a su camino.
Esa novela además, captura la genialidad con la que Auster solía tender puentes entre sus proyectos. Zimmer conectaba con la obra pasada del autor porque ya había aparecido en El palacio de la luna (1989), como el amigo de Fogg, pero también con su futuro: en el libro se adelanta el título de Viajes por el scriptorium, que recién saldría en 2006, y hasta se revela parte de guion de La vida interior de Marin Frost, la película que dirigiría en 2007. Y ejemplos como ese le sobran: también hay un guiño a la época en que trabajó como traductor.
A su vez, El libro de las ilusiones se alimentaba de otro de los intereses de Auster: la escritura y la literatura como forma de salvación. Sin darse cuenta, Zimmer empieza a sanar sus heridas cuando escribe su libro sobre el actor desaparecido. Anna Blume encuentra un poco de esperanza al narrar en una carta todo lo que vive en El país de las últimas cosas y Fogg encuentra en El palacio de la Luna una forma de salir adelante gracias a la lectura de los libros que le dejó su tío. Es un efecto similar al que Auster encontró al escribir La invención de la soledad, donde desentrañaba la distante relación con su padre.
Ahora, con la muerte de Auster, todos los libros que escribió durante su carrera pasan a conservar un legado que se volvió indeleble. Y esa ya es otra forma de salvación.
Un repaso a la carrera de Paul Auster
EFE
Tras graduarse de literatura inglesa en la Universidad de Columbia, publicó —bajo el seudónimo de Paul Benjamín— su primera novela policíaca Squeeze Play (1982) y luego La invención de la soledad (1990), —de corte autobiográfico— supuso su primera gran creación.
Su definitivo despegue como escritor le llegó en 1985 con la novela La ciudad de cristal, primera de La trilogía de Nueva York junto con Fantasmas (1986) y La habitación cerrada (1986), un fenómeno literario con gran difusión internacional traducido en decenas de idiomas.
En 1990 salió al mercado Pista de despegue-Poemas y ensayos y La música del azar. Con éste último, fue nominado al premio Faulkner de obras de ficción y también llegó al cine en 1993 bajo un guion del propio Auster —que también actuó— en una película dirigida por Philip Haas.
El cuaderno rojo (1993) o Mr. Vértigo (1994), Tombuctu (1999), Creí que mi padre era Dios (2001), El libro de las ilusiones (2002), Brooklyn Follies (2005), Diario de invierno (2012) —una autobiografía en la que se observa a si mismo desde fuera— y 4 3 2 1 (2017), entre otros títulos, siguieron avalando década tras década a un autor que también sentía gran atracción por el mundo audiovisual.
Escribió el guión para la película Smoke (1995, Wayne Wang), también dirigió junto a Wang la cinta Blue in the face (1995) y guionizó y dirigió -ya en solitario- el filme Lulu on the bridge (1998).
Entre sus últimos ensayos están La llama inmortal de Stephen Crane (2021) y Un país bañado en sangre (2023), donde mezcla biografía, anécdotas históricas y un análisis desde el origen de EE.UU. hasta los conflictos armados de la actualidad por entonces.
Tras hacerse publicó que padecía cáncer de pulmón, Auster publicó Baumgartner (2023), una historia sobre el amor, el deseo, la pérdida y la memoria.
El también doctor "honoris causa" de la Universidad Nacional de General San Martín (Argentina) y de la Universidad Autónoma de Madrid, ostenta igualmente el premio Príncipe de Asturias de las Letras desde 2006 y el título de Comandante de la Orden de las Artes y las Letras entregado por Francia en 1992.