Perfil
Sus películas y su esquiva figura pública lo convierten en la estrella de cine más grande desde hace más de 30 años; el éxito de "Top Gun: Maverick" confirman su permanencia
Tom Cruise es sin lugar a dudas la mayor estrella del cine moderno: el último exponente verdadero de un sistema de estudios que tiene un siglo de antigüedad y que viene siendo erosionado por las fuerzas emergentes de las franquicias cinematográficas y del streaming. Su poderoso carisma y temerario trabajo de acrobacias se han combinado, una vez más, en su último éxito, Top Gun: Maverick, superando la marca de los mil millones de dólares.
El ingreso a Netflix, el próximo lunes de todas sus Misión Imposible, su saga más duradera y de la Top Gun original, permite verlo en todo su esplendor y en perspectiva. En Netflix también están , entre otras, dos películas de Jack Reacher, su héroe proletario; Colateral de Michael Mann, la inquietante Vanilla Sky y Al filo del mañana, una de ciencia ficción que está buenísima.
Misión: Imposible, la primera de la franquicia estrenada en 1996, era una hábil película de espionaje, dirigida por Brian De Palma, basada en una serie de televisión de la década de 1960. ¿Cómo es posible que produjera cinco secuelas, y cómo es que las secuelas siguen mejorando, culminando en Misión imposible: Repercusión (2018), que es prácticamente una obra maestra. (Las dos entregas finales, Dead Reckoning Part One y Dead Reckoning Part Two, se estrenarán en 2023 y 2024).
Nuevamente, todos los méritos van principalmente para Cruise, quien, para que nosotros estemos entretenidos, escalará tranquilamente el edificio más alto del mundo, aguantará la respiración por seis minutos y medio o saltará de un avión con el camarógrafo.
Fuera de la pantalla, Cruise es esquivo. Es el vocero recurrente de una religión críptica y controvertida que se hace más difícil de entender cuanto más habla de ella. Es intensamente reservado sobre los detalles de su vida privada. Incluso cuando hace el esfuerzo ocasional de parecer un tipo común y corriente, termina sonando raro. Cuando la revista Moviebill le pidió que describiera su experiencia en un cine más memorable, Cruise no pudo nombrar una. (”Me encantan las películas”, dijo con mucha normalidad). Cuando se le preguntó a qué equipo apoyaba en un juego de los Giants contra los Dodgers, respondió: “Soy fanático del béisbol”.
Gran parte de su éxito temprano como actor, durante las década de 1980 u 1990, se basó en un cierto encanto realista. El joven Cruise, excitado y problemático de Negocios riesgosos; el cándido y entrañablemente ingenuo Cruise de Cocktail; y el cruzado tenaz y de principios morales de Jerry Maguire cada uno apoyado en su capacidad para encarnar de manera convincente al estadounidense medio, el galán comprensivo que la audiencia podría desear o apoyar.
Alrededor del cambio de siglo, complicó esa imagen al aparecer en películas más desafiantes y menos accesibles, como Ojos bien cerrados y Magnolia. Autores como Stanley Kubrick y Paul Thomas Anderson ayudaron a mostrar a Cruise como un actor serio, capaz de ofrecer interpretaciones sutiles y llenas de matices.
Se ha mantenido alejado del romance, el drama y del cine de arte independiente. Durante la última década, se ha arraigado más firmemente en el género de acción y aventuras, perfeccionando el molde. Sus actuaciones tienden a enfatizar su carisma fácil y su atletismo poderoso, pero Cruise aún aporta a estos papeles un toque del mismo encanto delicado y el matiz actoral de su veta dramática. Eso está en la química naturalista y despreocupada que comparte con Jennifer Connelly en Top Gun Maverick y en la intensidad hastiada del mundo que ha llevado a través de las últimas dos secuelas de Misión: Imposible.
Pero eso es solo parte de la historia. Una de las características definitorias de la última década de su carrera es un nivel de control de calidad del que él mismo es el principal responsable. No es que sea incapaz de hacer una mala película: La momia (2017) lo dejó claro. Pero las películas recientes de Cruise tienen en común un grado de ambición y entusiasmo que hoy es raro y cuando funciona, ese esfuerzo vale la pena enormemente.
Cruise tiene todas las cualidades que se busca en una estrella de cine y ninguna de las cualidades que esperas de un ser humano. Como presencia en la pantalla, es singular; como persona, es inescrutable. Pero es su inescrutabilidad lo que le ha permitido lograr una especie de superestrellato claro e inmaculado, uno que existe casi por completo en las películas, no contaminado por preocupaciones mundanas.
Cruise, la estrella, brilla tan intensamente como cualquiera de sus contemporáneos, y mucho más intensamente que cualquiera de los que han surgido desde entonces, en parte porque continúa entregando más y más de sí mismo a su trabajo y renunciando cada vez menos a sí mismo en todo lo demás. ¿Quién es él? Tienes que mirar las películas para averiguarlo. Ahora están en Netflix.