Victoria Rodríguezse mueve por Canal 12 como en su casa, buscando un lugar tranquilo para charlar con El País. No es para menos: lleva 30 años recorriendo esos pasillos y trabajando en esos estudios. En estos días, además, cumple 15 años en la conducción deEsta boca es mía, el talk show vespertino que se coló en la agenda política.
Rodríguez iba para traductora pública cuando se le cruzó la televisión. Hizo un casting y quedó para Oxígeno, un programa que aportó juventud en la pantalla nacional (“la televisión era un armatoste, entonces”, dice ahora) y que marcó su ingreso a lo que era Teledoce Televisora Color y hoy sigue siendo su casa pero se la conoce por La Tele.
Desde allí, Rodríguez —quien por entonces era una incipiente veinteañera— construyó una carrera sostenida: condujo formatos clásicos del canal como Verano del... y Los viajes del 12, además de proyectos casi siempre exitosos como Acuarela, Bien despiertos, El Uruguay es oro, Décadas y Referentes; estuvo, además, debajo del disfraz de Catrina en ¿Quién es la máscara?.
Y hace 15 años conduce y modera el panel de Esta boca es mía. Ahí ha tenido que lidiar con temas serios, panelistas díscolos y entrevistados atrevidos. Lo ha hecho con un temple al que quizás aporta ser actriz. ¿Qué puede espantar de un debate mediático a Rodríguez, si se atrevió, entre otras, a ser la Nora de Casa de muñecas o la Blanche Du Bois de Un tranvía llamado deseo, por las que recibió elogios?
Es, además, artista plástica, música aficionada y tiene una presencia en las redes sociales. Y es madre de dos: hablar de ser madre, la emociona.
Sobre casi todo de eso, Rodríguez charló con El País.
-Era un chiquilina cuando entró en Canal 12. ¿Cómo se recuerda?
-Llena de sueños y con un espíritu superaventurero, con todo el futuro por delante, ninguna responsabilidad y nada que perder. Cuando apareció la chance de un casting, mis amigas me dijeron “es lo tuyo”, algo que yo intuía pero la televisión no era una opción para una familia conservadora como la mía. Pero el destino es testarudo y viene a buscarte.
-Y desde Oxígeno no ha parado por ya 30 años...
-Construir una carrera supone más elementos que solo tener la oportunidad pero soy una convencida que para todo en la vida hay que tener un poco de suerte. Y eso corrió a mi favor siempre. Si algún mérito tuve es haber estado preparada cuando intervino la suerte.
-¿Qué es estar preparada?
-Hay mucho de disciplina y profesionalismo, claro, pero construir una carrera necesita de muchas habilidades blandas para sostenerte en el camino. Y más en rubros tan permeados por el ego y la vanidad.
-¿Cuánto le llevó percatarse que esto sí era para usted?
-Cuando empecé con las entrevistas en el programa de Verano me di cuenta que tenía esa curiosidad necesaria para llegar a las personas y al entrevistado. Y después con Los viajes del 12, una maravillosísima oportunidad que me dio la vida. Ahí entendí que había cierta forma de mi narrativa y mi espontaneidad en cámara que caía bien.
-¿Cómo evalúa estos años?
-Un montón de aciertos, de desaciertos...
-Perdón, ¿cuáles serían esos desaciertos?
-Han habido muchos, aunque convendría repensar el concepto de desacierto en los medios. Es ingrato el tema: hay programas que funcionan más allá del mérito de la producción o su contenido y hay productos totalmente elogiables que no terminan anclando en el público.
-¿Con qué proyecto le pasó eso?
-Referentes, por ejemplo. Fue un ciclo corto de hace un par de años propuesto por mi y el productor, Guillermo Amoroso. Eran entrevistas intentando ir a fondo en ciertos temas. Era pandemia y pensé que había temas que convenía profundizar en salud, ciencia, filosofía o pensamiento político con referentes de las áreas. La receptividad fue muy buena pero los canales apuestan a programas menos segmentados y lo entiendo. Son realidades que tenés que masticar. Igual, cada tanto insisto con hacer algo distinto porque, por suerte, aún tengo sed de apostar a la comunicación.
-¿Cómo maneja el ego?
-Más de una vez estuve por renunciar ya sea por golpes del afuera o por fuego amigo. Pero siempre algo me frenó y me ayudó a volver al eje y a entender que uno es parte de un engranaje y no es más que nadie. Hay que agradecer lo que se tiene. Además, siempre se puede negociar, hasta cierto punto, con uno mismo. Hay que ser vivo y eso supone no dejar que el ego domine tus razonamientos.
-¿Sintió prejuicio hacia usted?
-Sí, y me dolía mucho hasta que entendí que es parte del diálogo con el público. Sé que donde vaya a entrar van a haber muchos prejuicios pero también sé que los voy a romper: es la historia de mi vida. El teatro terminó abrazándome con muchísima calidez, por ejemplo. Cuando hice el gran cambio a cosas más periodísticas como A conciencia, muchos dudaban de mi capacidad. Y nunca me ofendí porque entendí que tenía que pagar un derecho de piso. Y eso me obligó a dejar de culpar a los prejuicios. No me parece justo pero lo entiendo. ¿Habré pasado momentos jorobados? Sí. ¿Los sigo pasando? Capaz que sí. Pero sigo eligiendo este camino de ser lo que quiero ser y honrar la vida, las oportunidades y jamás hacer una zancadilla. Jamás.
-Esa cosa zen que transmite parece contradecir cierta crispación que a veces gana Esta boca es mía. ¿Cómo vive esa contradicción?
-Tengo tres hernias cervicales, no sé si eso te dice algo (se ríe). No creas que esa cosa zen es lo que me nace. No me da tregua y todos los días tengo que recalcular y volver a ponerme en el eje de recordar para qué estoy, cuál es el objetivo y ser agradecida. Y Esta boca es mía es una ventana que abro aunque a veces las cosas me intoxican un poco y tiene que aparecer otro rol. Y no puedo estar zen porque a veces debo hacer de abogada del diablo.
-¿Cómo ha ido cambiando su relación con el programa?
-Cuando arrancó era más talk show que otra cosa y los temas que trataban eran vinculados a la familia, lo social. Después se fue politizando. Al principio, ese viraje me costó muchísimo porque venía de un mundo en donde había mucha cultura general, sí, pero no estaba empapada de la historia política de mi país. Y eso me implicó muchísimo estudio y lectura. La sufrí pero supe dónde, cómo y con quién ampliar conocimientos y desde todas las fuentes -la izquierda, la derecha, el centro- para entender cómo funcionábamos los uruguayos. Hasta que un día me sentí cómoda y preparada para todos los temas que se tocaban. No sé qué día fue. Hoy, si bien me siento muy cómoda, también tengo mucho para aprender.
-¿Qué queda de aquella chiquilina que fue a un casting de Canal 12?
-Esa chiquilina está demasiado presente. Tenía una chispa que aún siento y abrazo. Lo que se perdió es, justamente, aquel no hay nada que perder.
-Es mamá y eso siempre cambia la perspectiva...
-Entre mis mayores desafíos estuvo siempre presente el poder sostenerme emocionalmente como jefa de familia. Lo logré y lo estoy logrando. Estuve los años en que es fundamental el pilar adulto y haciendo todo lo que hacemos las mujeres. A eso se suman las cargas emocionales propias de este trabajo. A todo ese combo le tenía mucho miedo y sin embargo lo fui logrando. Eso me enorgullece mucho. Y me emociona.