Crítica
Una docuserie de cuatro capítulos sobre el homicidio de una mujer en 2002 en un country bonaerense se ha vuelto en lo más visto de la plataforma y en un fenómeno en las redes
El público siempre se renueva, es cierto, pero sigue buscando las mismas cosas. Eso explica el suceso de Carmel. ¿Quién mató a María Marta?, la miniserie de Netflix que desde su estreno el viernes 5 es lo más visto de la plataforma en Uruguay y un montón de mercados, incluso angloparlantes. Se ha vuelto, además, tendencia —con memes, hilos, debates y otras ocurrencias— en las redes sociales, la más importante certificación de popularidad.
“Somos como Dinastía”, dice en un momento Horacio García Belsunce (hijo), hermano de María Marta, la mujer asesinada el 27 de octubre de 2002 en un barrio cerrado bonaerense, Carmel. Ese caso y esa familia están en el centro de esta miniserie “true crime”, un género de moda en el que también se ubican otros éxitos recientes de Netflix y argentinos como Nisman: El fiscal, la presidenta y el espía.
Y como Dinastía, aquella serie que mezclaba romances, secretos y crímenes entre unos millonarios texanos, en Carmel están todos esos ingredientes. Un homicidio en un barrio rico que una familia pituca habría intentado torpe e ilícitamente que pasara como un accidente, vecinos sospechosos, fiscales meticulosos (y fanáticos de El Zorro), marido acusado, cotilleo de amigas y un aire de sospecha general.
Después de cuatro horas de seguir testimonios, documentos oficiales, argumentos de la defensa y de la fiscalía, experiencias de periodistas y cobertura mediática, la pregunta que acompaña el título de la docuserie -ese “¿Quién mató a María Marta?”- sigue sin tener respuesta. Es como una novela de Agatha Christie de esas en la que todos son sospechosos, a la que le robaron la última página.
Eso no es culpa de los responsables (el director es Alejandro Harmann y la showrunner, Vanessa Ragone; gente con experiencia) de la miniserie que consiguen un muy buen ejemplo del género. Es que, casi 20 años después de ocurrido el crimen, no está cerrado. Estuvo preso, sí, el viudo, Carlos Carrascosa (en la foto con la víctima), que acá aporta su versión a la larga lista de testimonios. El relato está salpicado por entrevistas a varios miembros de la familia, peritos, periodistas, testigos más o menos involucrados y hasta escritores -Claudia Piñeiro, por ejemplo- que intentan explicar el fenómeno.
Con ecuanimidad, la investigación a cargo de Sofía Mora sigue las tres hipótesis principales de la muerte de García Belsunce: una pelea con su marido, el ataque de un sicario o un homicidio en medio de un intento de robo.
Alrededor de ese trío de posibilidades anda Carrascosa, un presunto vínculo con el narcotráfico o con la trata de personas, un vecino con dudoso prontuario y que ahora está preso por liderar una banda de ladrones de countries (¡y que le habría secuestrado el perro de María Martha y le pidió rescate!) y hasta un elemento incriminador conocido popularmente como “pituto”.
Resultó ser, casi nada, un casquillo de los cinco disparos en la cabeza que terminaron con la vida de esta socióloga y activista argentina. Al comienzo, la causa oficial de la muerte había sido accidente, aunque incluso en eso hay datos contradictorios. Mientras esperaba al médico, la familia limpió la escena del crimen, entre otras actitudes, digamos, sospechosas.
La miniserie maneja, además, los muchos disparates que rodearon el caso. Allí están un presunto romance homosexual de la víctima: “Ahora apareció un elemento adicional, el tema del lesbianismo”, dice el periodista Chiche Gelblung en uno de los muchos documentos de época que se incluyen. Además anduvo una medium en la vuelta y hasta hay teorías sobre un vínculo incestuoso entre la víctima y su esposo.
Eran disparates alimentados por el morbo del público hacia el mundo de los millonarios y los secretos que esconderían los barrios cerrados. La fantasía de una élite corrupta, promiscua y hasta asesina es lo que sostiene el éxito de teleteatros y las coberturas de casos como el de García Belsunce. Y un poco el éxito de Carmel, la miniserie.
Como para aprovechar esa demanda popular y alimentar la fantasía, el despliegue mediático y periodístico fue irresponsable e inescrupuloso. Esa es toda una línea que Carmel explora exhaustivamente y que le da, además, ese entorno tan “porteño” (según el estereotipo uruguayo de los vecinos) que tuvo el caso.
Los protagonistas estuvieron en los programas de Susana Giménez y Mirtha Legrand y pasearon por Tribunales en medio de movileros ansiosos montando guardia, todo por una primicia milagrosa. El tema fue tapa de los principales diarios argentinos durante meses. La curiosidad no ha menguado.
Documentada pero manejando el suspenso y la narrativa con recursos de la ficción, Carmel funciona también como un juego interactivo: nos volvemos el jurado de un caso que sigue teniendo fallo dividido.