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nicolás lauber

Abróchense los cinturones porque la peor azafata del mundo está de regreso. Pasó un año de los hechos narrados en la temporada anterior de The Flight Attendant, y los primeros dos episodios de la segunda temporada -serán ocho en total- que llegaron el jueves a HBO Max muestran a una Cassie (Kaley Cuoco) muy distinta.

Atrás quedaron los tiempos donde llenaba el vacío existencial, e intentaba olvidar algunos hechos de su infancia, con vodka y relaciones sin futuro. Seguro que despertar con un muerto en la cama del hotel ayudó a iniciar la desintoxicación.

Esta nueva Cassie no toma, incluso recibe la ficha de su primer año sobria de Alcohólicos Anónimos, mientras come donas y habla con su madrina, Brenda (la magnética Shohreh Aghdashloo). También disfruta de una relación estable con Marco (Santiago Cabrera, el Isaac Mendez de Heroes) un tipo que parece perfecto, y es también un alcohólico en recuperación.

Parece llevar una vida más organizada y tranquila. Se mudó a Los Ángeles, bien lejos del lugar que vio su peor cara. Vive en un búngalo que parece una casa de verdad con plantas vivas, “y vegetales en la heladera”, le dice a su amiga Ani (interpretada por Zosia Mamet). En definitiva, proyecta la imagen de una vida sin problemas.

Claro que las apariencias engañan, y la chica en realidad lleva una doble vida: también es una agente civil de la CIA. Tal vez la peor empleada de la agencia: desafía las órdenes todo el tiempo y eso será lo que otra vez la mete en problemas. Terminará en medio de una conspiración que se hace más extraña a medida que transcurren los episodios.

Todo comienza cuando le asignan vigilar dentro del hotel pero no interactuar -como si fuera a hacerle caso a los agentes de la CIA- con un hombre que viaja a Berlín. Lo seguirá por la ciudad, se meterá en habitaciones de hoteles para verlo desde lejos y cuando menos espera, lo verá morir en una explosión. Está segura que es producto de una bomba, aunque para la CIA fue un desafortunado accidente producto de una fuga de gas.

Más preocupante es la mujer que parece estar detrás del atentado. Se parece demasiado a Cassie, incluso tiene una polilla tatuada en su espalda y el pelo rubio. De nada ayuda tener lagunas mentales, o despertar sin recordar cómo llegó allí. Como era de esperar, esa muerte hará que Cassie se esfuerce por tratar de resolver ella sola el caso antes de que la incriminen (o le pase algo peor), lo que amenaza desajustar el equilibrio mental que tiene con su vida libre de alcohol. Una vez más estará al borde de un ataque de nervios.

Y a medida que las cosas vuelven a salirse de control, Cassie tiene conversaciones en su cabeza con sus alter ego. Aparecen tres personalidades hasta el segundo episodio: una que está lista para volver a su vieja vida de excesos, otra que parece tener resaca permanente y una versión adolescente de sí misma. Todas ellas conversarán en la mente (parece un hotel de lujo) de Cassie.

Nuevamente las conversaciones con ella misma, como antes pasaba con Alex (Michiel Huisman), son parte del atractivo de esta adictiva serie que se mueve muy bien entre la comedia negra y el drama policial.

Además de ese misterio, la azafata Megan (Rosie Perez) parece estar metida en nuevos problemas y se suma una pareja que parece robar identidades. También hay unos agentes de la CIA que parecen trabajar para el enemigo, sea quien sea.

La serie se sustenta en la gran actuación de Kaley Cuoco, quien también produce la serie. Gracias a este personaje se logró desprender de la Penny de The Big Bang Theory. Además recibió su primera nominación al Emmy como actriz de comedia.

Si bien es una historia nueva, hay elementos que se mantienen. La ingeniosa presentación al estilo Saul Baas, la edición con cortes abruptos y pantallas divididas que se van armando la imagen como si un puzzle, los flashbacks fragmentados que parecen no tener sentido y esos viajes a la mente de Cassie están de vuelta.

Como si fuera un Cubo de Rubik a medio armar, la historia parece entreverada y sin sentido. Como ya pasó en la primera temporada, solo hay que darle tiempo para que las piezas sueltas terminen en su lugar.