RESEÑA
La nueva serie de Alex Pina, el creador de “La casa de papel”, se estrenó ayer en la plataforma y mezcla comedia, thriller, drama y más
Otra serie española en pleno auge de la ficción de esa nacionalidad, en Netflix y firmada por el creador de uno de los mayores éxitos del streaming de los últimos años, La casa de papel: vaya combinación la que se estrenó ayer en la plataforma y promete colarse entre lo más visto en la región y, con un poco más de entusiasmo, a nivel global. Es solo esperar.
La casa de papel ya fue, con todo su españolismo, un fenómeno internacional que trascendió la barrera idiomática, así que la mesa está servida para White Lines, flamante creación de Alex Pina que tiene una ambición mundial. La acción se sitúa en Ibiza pero se cruza con Inglaterra, se desarrolla entre el inglés y el español y tiene una producción bien Hollywood, como para conquistar a cualquier televidente.
Pina atiende como creador, guionista y productor ejecutivo en este que es el primero de varios proyectos originales que hará para Netflix; también cuenta con los productores de The Crown. Y tiene en común con La casa de papel una pretensión de ser lo suficientemente grande como para abarcarlo todo: en White Lines hay tantos elementos de distintos géneros, que el espectador tendrá que decidir si la toma como comedia, policial, thriller de acción, drama o como un mix que no siempre funciona bien.
Todo empieza con una lluvia insólita en un desierto de Almería, que revela la existencia de un cadáver enterrado hace tiempo. Hasta allí llega Zoe Walker (Laura Haddock, de Guardianes de la Galaxia y la serie Da Vinci’s Demons) para confirmar que el cuerpo es el de su hermano Alex, DJ inglés que conquistó Ibiza y desapareció hace 20 años. Se suponía que se había ido a la India en viaje espiritual, pero nunca más se lo vio.
Zoe era apenas adolescente cuando Alex se fue de casa para triunfar como DJ en la popular isla española. Su desaparición la desestabilizó, nunca superó el hecho de sentirse abandonada y desde entonces su familia se ha encargado de mantenerla alejada de cualquier preocupación. “‘Ella es muy sensible. No le digan la verdad, no lo soporta’. Toda mi vida me dijeron eso; mi padre, mi esposo. Tu. Todos piensan que voy a enloquecer, que perderé la razón”, dice Zoe en el piloto. “Quizás así soy yo. Quizás deba dejarlo salir”.
Y para Zoe, Alex acaba de morir. Así que ahí deja salir su instinto, manda de vuelta al marido a Manchester para que cuide de su hija, y se sube a un camión desconocido para llegar a Ibiza a rastrear las escasas pistas de un pasado lejano. En esa búsqueda se encuentra con los amigos con los que su hermano se fue a Manchester: Marcus, un DJ narcotraficante con tendencia a lo depresivo; su ex Anna, organizadora de unas fiestas sexuales muy glamorosas (porque “orgía” le parece un término vulgar) y David, ahora un líder espiritual. Todos sabían que algo raro había pasado con Alex, todos fueron interrogados y todos aseguran no tener que ver con la muerte.
Y se encuentra con los Calafat que sí tienen toda la pinta de sospechosos. Alex fue amigo de Oriol Calafat (Juan Diego Botto) y novio de su hermana Kika (Marta Milans), una relación que no caía demasiado en gracia en el seno familiar. Kika acaba de llegar a Ibiza por pedido de su padre (Pedro Casablanc), que tras la aparición del cadáver está desconfiando de su esposa y su hijo que, encima, tienen un vínculo que sugiere algo de incesto.
Para completar el cuadro Boxer (Nuno Lopes), el fiel empleado de Andreu Calafat, se convierte en el compañero de aventura de Zoe, seguramente con otras intenciones. Así que ahí está todo: un crimen sin resolver, narcotráfico y violencia, negocios turbios, fiestas electrónicas, sexo y desnudez, incesto, problemas de salud mental, vínculos disfuncionales, persecuciones, buenas canciones, paisajes de postal... No falta nada, y falta mucho.
White Lines no sabe qué hacer con toda esa información y cae en una cantidad de lugares comunes que, a diferencia de los de La casa de papel, no funcionan. La serie tiene dos ritmos distintos que nunca se encuentran: cuando la atención se centra en Zoe, funciona como una aceptable comedia de acción; y cuando recae en los Calafat, es la telenovela más previsible de todas, con villanos y manipulaciones de manual. Eso sí, en los dos carriles tiene buenas actuaciones y un personaje central que es el que cautiva y mantiene cierto interés: Ibiza, una isla del pecado donde cualquier atrocidad puede disimularse a ritmo de electrónica.
Ese es su mayor encanto, y un presupuesto que se hace notar pero que no parece ser suficiente para generar una fiebre a lo Casa de papel.
Un fichaje para el futuro del streaming
A mediados de 2018, cuando la explosión de La casa de papel ya se había concretado, Netflix fichó a su creador, Alex Pina, para seguir haciendo contenidos juntos. “Tenemos la certeza de que Álex continuará traspasando fronteras con su visión única para contar historias llegando a un público global”, habían anunciado desde Netflix por entonces, sin revelar la cifra del contrato.
White Lines es el primer proyecto surgido bajo ese acuerdo, y aunque todavía no se confirmó una segunda temporada, todo indica que la habrá. De momento, tampoco se conocen los detalles de los próximos trabajos de Pina para Netflix. Sí se sabe que La casa de papel, que no es original de la plataforma, tendrá temporada 5.