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Se estrenó en Netflix esta serie que mezcla violencia, juegos infantiles y crítica social; y ya está entre lo más visto del servicio de streaming
Un juego violento, crudo, sangriento, y de vida o muerte. Eso es lo que propone El juego del calamar, la serie surcoreana que llegó a Netflix y rápidamente se ubicó como lo más consumido en el mundo. En Uruguay ayer estaba al tope de lo más visto dentro del servicio de streaming.
Los nueve episodios se centran en Gi-hun, un hombre en una mala racha. Es un jugador compulsivo, malo para los negocios, divorciado y con una hija a punto de irse a radicar a Estados Unidos. Además, vive con su madre, a quien le roba su poco dinero para apostar. Y no parece encontrar la forma de salir de ese espiral. No es un hombre bueno, honrado, ni con suerte.
Un día, cuando parecía que nada podía salir peor, conoce a un hombre bien vestido, quien le da la oportunidad de ganar mucho dinero. Solo tiene que llamar al número de teléfono en una tarjeta.
La idea es demasiado buena para ser real. Igual llama, se sube a una camioneta donde queda inconsciente, y así comienza el juego.
Gi-hun despierta en un dormitorio imponente donde hay mucha gente (455 personas además a él) con el mismo uniforme verde, apenas distinguidos por un número; el suyo, justo, es el 456.
Nadie sabe cómo llegaron allí, dónde se encuentran, ni cómo pueden salir, aunque la voz del altoparlante les da una buena noticia. Están allí para jugar un juego que los podrá hacer acreedores a 45.600 millones de won, unos 40 millones de dólares. Y para llevarse el premio, solo tienen que ganar en una serie de juegos infantiles. ¿Demasiado bueno para ser real? Sí.
Rápidamente los participantes que irá conociendo, descubrirán que perder no es una opción, si quieren seguir con vida.
Entre esos participantes que lo acompañan hay inmigrantes indocumentados, una desertora de Corea del Norte que quiere el dinero para traer a su familia, un mafioso que le debe dinero a otros mafiosos, un antiguo vecino que estafó a sus clientes y tiene problemas con la justicia, y entre medio hay un policía que busca a su hermano desaparecido; se presume que participó del juego, pero no logró salir vivo.
Pese al riesgo, los participantes están desesperados, tanto como para participar de este juego. Muchos no podrán superar la primera prueba: luz verde, luz roja (título del episodio inicial) que consiste en correr hasta la meta mientras un enorme robot (el de la foto) con forma de niña está de espaldas; y tienen que quedarse quietos cuando está de frente a ellos.
Esa será la primera misión, y hay muchas más; todas con la misma consigna, perder es morir.
La serie, creada, escrita y dirigida por Hwang Dong-hyuk (su único estreno en Uruguay es Señorita abuela, en 2014) tiene muchas vueltas de tuerca y revelaciones que se mantienen hasta los últimos segundos, haciendo más atrapante esta historia.
Para contar esta trama hay un notable diseño de producción, una inquietante banda sonora (a cargo de Jaeil Jung, el mismo de la ganadora del Oscar, Parásitos) y un vestuario sencillo pero efectivo que recuerdan a los mamelucos de La casa de papel.
“Quería contar una historia que fuera una alegoría o una fábula sobre la sociedad capitalista moderna, algo que mostrara una competencia extrema, como la competencia de la vida. Pero quería hacerlo a través de personajes reconocibles para todos”, dijo el director a la revista Variety.
Por esto, la serie tiene elementos en común con la saga Los juegos del hambre (está en Amazon Prime Video), la serie japonesa Alice in Borderland y la brasileña 3% (ambas en Netflix), la película Battle Royale y hasta El juego del miedo (Amazon).
Aunque El juego del calamar no es una serie de matanzas sin sentido. Hay una explicación que demora en llegar, pero que se explicita. Y los creadores de este macabro mecanismo de diversión para una elite social son conscientes de lo retorcido del planteo, como también los participantes, ávidos por saldar sus deudas, o encontrar ese futuro mejor que promete el dinero.
¿Por qué no usar el dinero para ayudar a los necesitados? ¿Por qué hacerlos participar del juego? Estas interrogantes surgirán a medida que se desarrolla la serie, y su explicación, seguramente, no conformará a todos.
Igualmente El juego del calamar no da tregua. Tiene buenas actuaciones, están completos los rubros técnicos y cuenta con una historia que mantiene la tensión y hace que sea irresistible conocer cómo sigue esta trama que por ahora no tendrá una segunda temporada. Aunque con el éxito que ha tenido, y el final presentado, es probable que haya más noticias de este truculento juego.