Alejandro Cruz, La nación/GDA
La agenda de Griselda Siciliani viene encendida. Se está por estrenar la película que coprotagoniza con Joaquín Furriel, Descansar en paz, que escribió y dirige de Sebastián Borenzstein, tendrá su debut en el Festival de Málaga y luego pasará por cines hasta llegar a Netflix.
En mayo volverá al teatro y hará, junto a su expareja Adrián Suar, la obra Felicidades, una comedia de enredos. El tríptico laboral se completa con el lanzamiento de la segunda temporada de Terapia alternativa.
Hace dos años, la serie tuvo como figuras centrales a Benjamín Vicuña y Eugenia Suárez, quienes iban a parar al consultorio de Selva, Carla Peterson, una psicoanalista de personalidad cínica. En los nuevos capítulos que llegan mañana, Selva busca dar vuelta la página y así se enfrenta a Darío (Daniel Rovira) y Serena (Siciliani), que están a punto de ser dejados por quien completa su “trieja”, Amadeo, a quien encarna el actor uruguayo Alfonso Tort.
En la previa al estreno y en pleno rodaje de un nuevo proyecto (la serie de Netflix Envidiosa), esta entrevista.
—Entre las vueltas de tuerca que tiene la trama de Terapia alternativa, cuando aparece tu personaje en el consultorio de Selva el conflicto no es el poliamor, el vínculo de a tres con el personaje del marido y el amante.
—No. El punto es el abandono. El dolor de amor, que fue lo que más me interesaba actuar, cuando uno de ellos se aparta del trío. No importa si son dos, tres o cuatro; importa que los que son dejados no pueden comprender qué pasó con ese que ya no te quiere más. Y ese abandono compartido está contado con profundidad y una especie de aroma de humor que trabaja tan bien Ana Katz.
—Hablando de tríos, estás en una situación de ese tipo, en lo artístico...
—¡En general estoy en situaciones de trío! (Se ríe) No sé cómo, pero siempre aparezco en un trío.
—Hablamos de la serie de Star+, la película con Joaquín Furriel y la obra de teatro con Adrián Suar, que saldrían todas a la luz en estos tres meses.
—Y sumo la serie de Netflix (Envidiosa) y la serie Menem, en la que hago de Zulema Yoma. Sí, es raro. Todo lo que estuve haciendo estos años viene todo junto ahora. Es todo disfrute, estoy contenta.
—En esto de la vida y sus vueltas vas a actuar con Adrián Suar, tu expareja.
—Es que con Adrián ya somos como primas. Las Primas, como el conjunto musical. Pensá que llevamos como ocho años separados...
—¿Entre ustedes se llaman “primas”?
—No, se me ocurrió ahora, pero podría ser. Tenemos un clima muy familiar, muy fraternal. Por suerte... De mucho compañerismo en criar a nuestra hija y de poco rollo. Para la gente es muy recordada nuestra pareja, pero para el que lo vive, por lo menos para mí, ya pasó una vida.
—No pasaste por terapia para decidir si aceptabas un proyecto con él...
—¡No! Sí he hablado en terapia del momento de elegir un trabajo sabiendo perfectamente que vivo una situación de gran privilegio. Porque a veces son muchas cosas buenas que me ofrecen y coordinar los tiempos es complicado. Pero con lo de Adrián no, me parecía un planazo hacer una obra con él. Además, nunca trabajé con él, salvo cuando nos conocimos en Sin código. Pero nunca siendo pareja o después.
—Hablabas de los privilegios. Vos, como otros artistas, pusiste el cuerpo cuando fue la discusión sobre el aborto legal, y ahora hiciste pública tu oposición a la Ley Ómnibus en lo que refiere a la cultura. ¿Qué pensás de las derivas que está teniendo esta tensión entre Javier Milei y el sector?
—Me resulta complejo definir la situación en una frase porque ni siquiera yo entiendo tanto el funcionamiento de la política. Desde mi lugar siento que todo puede ser una maniobra de distracción. Terminan nuestras caritas en los medios mientras se llevan a cabo planes siniestros que afectan a toda la gente, no solamente al sector cultural. ¿Estaremos siendo utilizados? También siento que hay mucha desinformación, mucho desconocimiento sobre temas culturales, mucha data falsa que circula adrede. El invento de esa dicotomía de que lo que se invierte en cultura es comida que no llega a los niños que tienen hambre, es tan falaz como cruel. Y aunque uno lo explique y vuelva a explicar, que hay cuestiones que se sostienen solas, que no hay plata del Estado en algunas ayudas de fomento a la cultura, la mentira ya se instaló. Eso es muy preocupante y verdaderamente no sé qué se hace con eso.
—Planteás un escenario complejo...
—Es que es así. Se dice que se invierte en películas mientras hay chicos que pasan hambre. Y no es así. Si querés que no sea así, no vayas al cine, porque son las entradas de cine lo que sostienen la ayuda estatal a la industria cinematográfica. Si no querés que se hagan películas argentinas porque sos una persona demente, no vayas al cine. Es la manera de protestar. Hay algo de esa cosa macabra de desinformación que me preocupa mucho, pero también entiendo que es muy difícil de analizar. A veces tengo miedo de ser yo misma un elemento de distracción, pero no nos queda otra. Me persigo mucho con esa idea.
—Terminar siendo funcional a esa maniobra...
—Totalmente... Pero no nos queda otra, tenemos que defender los derechos que nos pertenecen. Y volviendo a los privilegios, si yo no soy capaz de poner la cara por los que trabajan en mi área y que no tienen los beneficios que yo tengo, me parecería muy mezquino de mi parte quedarme en silencio.