Con información de The New York Times
Alguien definió la primera temporada de El Oso como una de guerra que sucede en una cocina”. Allí, en un restaurante de Chicago era un caótico Día D de gritos, confusión y llamas.
En la temporada dos, que llega este miércoles a Star+, algunas cosas siguen siendo las mismas: el idioma de la cocina (“¡Esquina!”, “¡Manos!”, “¡Sí, chef!”), las deliciosas tomas de los platos, la banda sonora de indie rock adulto (“Strange Currencies de R.E.M.”, por ejemplo). Pero El oso ya no es una historia de guerra en una cocina. Ahora es una historia deportiva en una cocina.
Si la primera temporada se centró en Carmy Berzatto (Jeremy Allen White), un chef de élite que lucha por salvar y rehacer un negocio familiar después del suicidio de su hermano, Michael (Jon Bernthal), la temporada dos es, para bien, sobre un equipo.
Como una vieja película deportiva, sigue a un escuadrón desvalido a través de una reconstrucción. Es literal: convertir el Beef -un local de sándwiches de barrio- en el Bear, un destino de alto nivel con ambiciones de estrella Michelin, requiere una renovación total. Una serie angustiosa sobre cocina se volvió una serie angustiosa sobre construcción.
La serie creada por Christopher Storer no solo tuvo 13 nominaciones a los Emmy y le dio un Globo de Oro a Allen White, sino que además se convirtió en una sensación: era lo que había que ver en 2022.
Eso mismo le pasó a esta segunda temporada desde su lanzamiento en junio.
Parte de la precisión de aquella primera temporada proviene de haber sido filmada en una cocina real. Uno de los mejores amigos de Storer desde la infancia, Christopher Zucchero, pertenece a la realeza italiana de la carne vacuna; su padre y su tío abrieron Mr. Beef en North Orleans Street de Chicago en 1978, y ahora él es el dueño. La mayoría de las escenas en la ficticia Original Beef of Chicagoland se rodaron en su cocina: un laberinto típico de habitaciones pequeñas, funcionales pero sucias y llenas de peligros: esquinas estrechas, cuchillos afilados, estantes altos, sartenes calientes.
La segunda temporada amplia ese escenario y envía a sus jugadores clave en viajes de desarrollo de habilidades y crecimiento personal. Hay luchas, dudas y montajes de entrenamiento, todo hacia una meta. Storer, le da a su elenco espacio para crecer y a la historia espacio para respirar.
En muchos sentidos, la temporada dos es ahora la historia de la colaboradora de Carmy, Sydney (Ayo Edebiri), preocupada por convertirse en un fracaso aun antes de que empiece su carrera. También teme el juicio de su padre (Robert Townsend), quien, bromea Carmy, tiene dificultades para apoyarla porque “él no entiende que este trabajo no paga mucho, no vale nada y no tiene mucho sentido”.
Así, El Oso trata sobre la maldición y la bendición de tener una vocación. Uno de los nuevos episodios sigue a Sydney en una gira de investigación por la ciudad, ordenando platos, escuchando historias de guerra sobre cómo sobrevivir en un negocio así. El episodio utiliza cortes de edición e imágenes lujosas no solo como pornografía gastronómica, sino para visualizar la comida como una forma de pensar, de acercarse al mundo.
Otro episodio lleva al pastelero Marcus (Lionel Boyce) a Copenhague como aprendiz en un templo de cocina de precisión. Otro más sigue al entrañablemente complicado Richie (Ebon Moss-Bachrach) a un campo de entrenamiento de una semana puliendo tenedores y trabajando en el comedor de un restaurante tres estrellas.
Ambos episodios tienen una especie de filosofía de crecer a través de la repetición. Marcus aprende que la grandeza en la cocina no se trata solo de habilidad, sino de estar abierto a la experiencia. Richie se entera de que lo que parece una meticulosidad absurda es respeto por los comensales y por uno mismo.
En cierto modo, para usar la metáfora deportiva una vez más, El Oso con su énfasis en el trabajo en equipo, está haciendo una versión de lo que es Ted Lasso para las series deportivas, aunque con menos jarabe y más ácido. Una buena receta.