MINISERIE
Anya Taylor-Joy protagoniza esta miniserie que cuenta la historia de Elizabeth "Beth" Harmon, una ajedrecista prodigio y conflictiva
Esta nota contiene datos sobre la trama de "Gambito de Dama".
En un tuit donde se la califica de adictiva. En la gran mayoría de los medios internacionales. Y sobre todo en Netflix, apenas se abre sesión: desde que se estrenó, la miniserie Gambito de Dama (o Gambito de Reina) está entre lo más visto por los uruguayos, una tendencia que refleja lo que pasa en el mundo con esta ficción que es una de las grandes sorpresas de 2020. Gambito de Dama está en todos lados, y eso está muy bien.
A priori, el nombre no le dice nada salvo a aquellas personas muy entendidas en el ajedrez (refiere a una apertura del juego), que es coprotagonista de esta historia basada en la novela homónima que Walter Tevis publicó en 1983 y que le valió buenas críticas. Pero el espectador no debería dejarse llevar ni por eso ni por la idea de que una serie sobre el ajedrez, considerado el juego más difícil del mundo, será aburrida.
Gambito de Dama es una delicia que vale cada minuto, incluso en un final que puede resultar muy de cuento de hadas en relación al desarrollo general de la trama pero que, para cuando llega, es tan necesario que se agradece y se celebra.
Protagonizada por Anya Taylor-Joy, que había tenido un recorrido interesantísimo sobre todo en la rama del terror —está en La bruja, de Robert Eggers—, la miniserie sigue los pasos de Elizabeth Harmon desde una dura infancia en la que se revela como prodigio del ajedrez, hasta que se convierte en la jugadora más importante del mundo, siempre rodeada de sombras y oscuridades.
Todo se concentra en siete capítulos ambientados en la década de 1960, creados por Scott Frank y Allan Scott y dirigidos por el propio Frank, dos veces nominado al Oscar por el guion adaptado de Un romance peligroso (Steven Soderbergh, 1998) y Logan (James Mangold, 2017). Antes de Gambito de dama había hecho para Netflix la miniserie Godless, western de 2018 que pasó desapercibido.
La miniserie comienza con un breve vistazo al presente de Beth (Taylor-Joy) y de inmediato viaja a su infancia, para comenzar con el desarrollo en profundidad del personaje. La serie se toma su tiempo para elaborar el arco dramático de la figura central y ahí está uno de sus principales méritos; se la puede ver, aunque dura más de siete horas, como una película.
El relato inicia con los ocho años de Beth, la muerte de su madre y su llegada a un orfanato que le será fundamental. Allí conocerá a Jolene; conocerá la adicción a las drogas, los modales que se esperan de las niñas en una sociedad conservadora, la autoridad y finalmente a una nueva familia, o algo parecido a eso.
Sobre todo, en ese orfanato Beth conocerá el ajedrez, de la mano de un ermitaño conserje (Bill Camp) que es como una versión más hosca y distante del Alfredo de Cinema Paradiso. Y de ahí en más, el ajedrez será su vida a pesar de que intenten convencerla de lo contrario.
El camino de Beth, una vez que comienza a competir contra rivales hombres y a demostrar que lo suyo es especial, es de empoderamiento y de autodestrucción. Su nihilismo le permite avanzar en terrenos sexistas y hostiles con elegancia y una sensualidad de la que parece no ser consciente, y su dependencia a los psicofármacos y luego al alcohol para ser letal en cada partida solo se agudiza.
Esas cuestiones quedan bien resumidas temprano en su historia, en la entrevista que atiende cuando, de adolescente, gana el Abierto de Cincinatti y tiene al país hablando de ella. “Es todo un mundo de 64 casillas”, dice Beth cuando habla del tablero. “Me siento segura ahí adentro. Puedo controlarlo, puedo dominarlo, y es predecible. Si me lastimo, solo yo tengo la culpa”.
Cuando la entrevista se publica, su único reparo es que casi no citaron sus declaraciones. “Solo hablan de que soy una chica. Eso no debería ser importante”, suelta.
El feminismo cruza Gambito de Dama con la naturalidad de quien simplemente no entiende por qué tiene que vivir bajo reglas diferentes a las de los hombres, y eso permite que el mensaje llegue con claridad.
Pero Gambito de Dama no es solo una serie feminista o de época o un drama. Tiene la tensión del thriller que se acentúa con la música de Carlos Rafael Rivera, el tic tac del reloj y el golpeteo de las piezas en el tablero; y de a ratos parece estar a punto de dar el salto al terror. Para eso ayudan la fascinante actuación de Taylor-Joy, la paleta de colores, y ciertos recursos como la aparición casi fantasmal de gigantes piezas de ajedrez en los techos de su infancia. También hay toques de comedia y pasajes descomprimidos, con buenos montajes y canciones de los Monkees, Quincy Jones o B-52’s.
Y sobre todo eso queda un aire de erotismo implícito en el vínculo de Beth con el ajedrez. Los planos cenitales cuando es preadolescente y espera que esas piezas se le dibujen en el techo, las miradas y los movimientos de manos que hace en cada partida e incluso el goce que le produce algun triunfo o derrota contribuyen a esa suerte de amor pasional. “El ajedrez puede ser hermoso”, dice Beth y hay placer en esa conciencia de la belleza.
Los estilismos, los planos y las composiciones aportan a un excelente nivel visual, el marco para una historia contundente y de buenos secundarios. Beth, en la infancia interpretada por Isla Johnston, es prácticamente omnipresente, pero está muy bien respaldada por las interpretaciones de Moses Ingram como Jolene, Marielle Heller como su madre adoptiva y Thomas Brodie-Sangster como su rival devenido en aliado Benny Watts. Son solo algunos de los que aparecen.
Gambito de Dama lidia todo el tiempo con las sombras y los demonios de su personaje principal, que solo quiere ser la mejor en lo suyo y no puede medir lo que implica semejante ambición en su tiempo y circunstancias. La caminata final, con Beth vestida de impecable blanco y filmada cámara en mano, rompen con la sensación de opresión que se impone durante los siete capítulos. Es una libertad sobre la que se pueden hacer muchas lecturas y que es un buen cierre para una gran miniserie.