"La casa de papel: Corea": ¿vale la pena ver la nueva versión de la exitosa serie de Netflix?

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"La casa de papel: Corea". Foto: Netflix
JUNG JAEGU/NETFLIX/JUNG JAEGU/NETFLIX

RESEÑA

Se estrenó la remake surcoreana de la popular serie española. Qué personajes hay, de quién es la máscara, qué ocurre y más detalles, en esta nota.

Hay, para el caso, una palabra que sintetiza todo. Desde fines de la década de 1990, todo lo relacionado a la expansiva popularidad de la cultura contemporánea surcoreana cabe en “hallyu”. La traducción, más o menos literal y poética, no es más que “ola coreana” y tiene que ver directamente con estos tiempos en los que vivimos.

Sin embargo, el fervor por la producción pop del país asiático, en el audiovisual pero también en la música, no es cuestión de BTS y la ganadora del Oscar Parásitos y El juego del calamar. Hay, tras esas últimas puntas de lanza, un historial de pocas décadas con unas bases puestas en la crisis, la política y la necesidad de generar.

La casa de papel: Corea, que Netflix estrena hoy como una de sus principales apuestas de 2022, quiere ser el último grito del “hallyu”. No hay disimulo en su pretensión, y las referencias inmediatas a la banda de K-pop más popular y taquillera de la historia se lo avisan rápido al espectador.

Con una primera temporada de 12 capítulos, es una fiel versión de la serie española creada por Alex Pina.

La casa de papel fue, se sabe, un fenómeno inesperado que debutó en la televisión europea, y que tras llegar a la plataforma se desplegó como un suceso sin precedentes para el mundo on demand. Se convirtió en la ficción de habla no inglesa más vista de Netflix, un puesto que defendió con honor hasta que la desbancó, justo, un título surcoreano.

Para cuando estrenó su temporada final, en 2021 y luego de algunos altibajos en cuanto a la crítica y la audiencia, la plataforma ya había anunciado que le iba a dar luz verde a una adaptación asiática.

El anuncio llegó en 2020, mucho antes de que El juego del calamar arrasara con el público global. Esa ficción compartió, con La casa de papel, un universo de uniformes rojos, la capacidad de resignificar elementos de la cultura popular (“Bella Ciao” en el caso de la española, el juego infantil “Luz roja, luz verde” en el caso de la surcoreana) y una iconografía que caló.

Y probablemente dejó la vara muy alta. Con una mirada singular a las diferencias sociales, una propuesta de impacto y una premisa radical —la de un juego donde el único que sobrevive es el ganador—, El juego del calamar fue la confirmación definitiva de que el entretenimiento masivo made in Corea del Sur podía estar a la altura de cualquier competidor.

De alguna manera, La casa de papel: Corea también intenta involucrarse con una cuestión social, a través del recurso de un futuro imaginario y cercano en el que la reunificación de Corea es una realidad. Comienza con el anuncio, por televisión, de una comunidad económica con moneda unificada que hace que Tokio (Jeon Jong-seo) abandone de inmediato Pionyang para instalarse en Seúl, con la ilusión de la vida que soñó.

Pero “el olor de la esperanza” que la protagonista percibe mientras viaja en tren de un lado a otro, durará poco. La transformación impondrá el sistema capitalista, el capitalismo facilitará la aparición repentina de una camada de millonarios, y los millonarios estafarán a los más vulnerables. Tokio se convertirá en una suerte de justiciera que se ensuciará las manos para robarle a los usureros, y estará contra las cuerdas justo cuando El Profesor (Yoo Ji-tae) logre dar con ella.

Porque aunque aporta este nuevo contexto como una excusa ideal para hablar de otros asuntos complejos y coyunturales, La casa de papel: Corea es una remake y eso es lo que se impone. No hay profundidad ni demasiadas ideas frescas —si hasta se inventan una Casa de la Moneda para situar el atraco—, aunque la careta de Dalí le da paso a la de Yang Bang, una de las 12 máscaras tradicionales de Corea.

"La casa de papel: Corea". Foto: Netflix
"La casa de papel: Corea". Foto: Netflix

Tampoco hay ciudades ni estéticas nuevas: los personajes tienen los mismos alias que los de la española, y el casting no perdió de vista ni la referencia de los actores originales.

Eso está en los modismos y la risa de Denver (Kim Ji-hoon), en la sonrisa ancha de Río (Lee Hyun-woo), en la corpulencia de Helsinki y Oslo (Kim Ji-hun, Lee Kyu-ho), y hasta en la forma en la que se acomoda los lentes El Profesor. Pero en nadie se refleja tanto como en Moscú: Lee Won-jong parece interpretar a Paco Tous haciendo del personaje, más que al personaje en sí.

Y por ahí pasa uno de los mayores problemas de La casa de papel: Corea. Que para Tokio, Nairobi, Río, Denver, Helsinki, Oslo, Moscu, Berlín (sobre todo Berlín) y El Profesor, ya hubo una camada original y fue buena. Muy.

La serie española puede haber abusado de recursos, referencias y ambiciones, pero nadie puede discutir el carisma de su plantilla. Esa característica, acá, está muy empañada por el precedente.

Así, La casa de papel: Corea funciona como un reencuentro con una historia ya conocida, y como un impulso más para seguir alimentando la ola que tiene estética, ritmo e impronta propia. Hay chispazos de esa identidad en lo nuevo de Netflix, pero el peso del éxito original aplasta lo que parecía un intento prometedor.

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