Redacción El País
Tres capítulos, una historia real y un montaje documental sencillo la convirtieron en el último hito de Netflix. Pero lejos de ser una aventura romántica, una de atracos espectaculares o el abordaje a algún estafador de trucos imposibles, Pesadilla de un secuestro en California va por el costado más crudo y retorcido del true crime.
Estrenada el 17 de enero como American Nightmare en el original en inglés, la miniserie se ha convertido en un fenómeno que tanto consigue la curiosidad de la audiencia como despierta enojos en las redes sociales. Tiene con qué.
Es el retrato individual de un problema universal, tan debatido en los últimos años: ¿qué pasa cuando una mujer denuncia una agresión y un abuso sexual? ¿Cómo se encuentra justicia si la primera reacción del sistema es dar la espalda?
Pesadilla de un secuestro en California sigue el caso de Denise Huskins, quien en marzo de 2015 fue secuestrada a mitad de la noche en su casa de una coqueta zona en Vallejo. El rapto ocurrió mientras dormía junto a su novio, Aaron Quinn: a él lo maniataron, lo apuntaron con unas luces láser, le pidieron recompensa; a ella se la llevaron sin mayores forcejeos. Fue liberada, dos días después, a más de 600 kilómetros, cerca de la casa de su padre; la habían violado dos veces.
Sin embargo, nadie le creyó. Ni a Denise, a quien la policía acusó públicamente de mentir e infundir miedo en la población del lugar, ni a Aaron, a quien inicialmente tildaron no solo de sospechoso, sino de femicida. Acababa de estrenarse Perdida, la película de David Fincher sobre mujer que finge su muerte para vengarse de su marido, y en los medios hablaban sin tapujos de este caso como una fiel reproducción de aquella ficción.
De Felicity Morris y Bernadette Higgins, las mismas realizadoras de "El estafador de Tinder (también en Netflix), la miniserie desglosa con archivo, grabaciones de los interrogatorios y entrevistas actuales a los protagonistas, el devenir de un caso que, donde había víctimas, vio carne de cañón. Está en el Top 10 de Netflix en casi 70 países, y primera en una amplia mayoría.
Igual que El estafador de Tinder, va por una edición clásica, con una apuesta más al contenido que a la inventiva. La docuserie se estructura en tres partes: una primera con el foco en Aaron y la forma en la que su denuncia fue tomada; un segundo capítulo centrado en Denise y la banalización de su relato, entre amenazas de muerte por su supuesto engaño y una revictimización constante; y un tercero que introduce nuevas víctimas y termina de dar resolución a un caso lleno de giros cinematográficos. Aparece, en el medio, una detective comprometida que cumple un rol casi heróico y habilita el desenlace.
La historia se cerró con un condenado y una demanda millonaria a la ciudad, pero dejó unas cuantas heridas que el documental se encarga de subrayar (el testimonio final de Huskins es desgarrador), para mantener abiertas las discusiones sobre sesgos, prejuicios, procedimientos y cómo opera la justicia en función de quién es el denunciante y qué es lo que se está denunciando.