Redacción El País
El asalto a una casa de subastas que funcionó como prolongación de un éxito mayúsculo. El triángulo amoroso adolescente de chica en pleno duelo. Un intrincado misterio con el sello de un autor best seller. Una docuserie sobre una seguidilla de secuestros imposibles en barrio coqueto de Estados Unidos en 2015. La biografía de una reina del narcotráfico y, por estas horas, el thriller de un amnésico rodeado de muertes. Algunas cosas en común: el respeto por las reglas de cada género, melodrama o suspenso, una huella superficial condenada a ser borrada en el momento en que se dé play a otra serie, y otra, y otra. Y el éxito: Berlín, Mi vida con los chicos Walter, Pesadilla de un secuestro en California, Griselda o El turista se han convertido, cada una a su tiempo, en la serie más vista de Netflix.
Siempre el mismo día, que llega hoy a la plataforma en busca de ese privilegio, va por otros carriles.
Nació en 2009 como la novela de David Nicholls que, en Inglaterra, rompió corazones. Los lectores y la crítica le celebraron su honestidad, su sensibilidad y la capacidad de poder contar una historia de amor desde un lugar cotidiano y mínimo sin perder la frescura, el impacto, la emoción. En 2011 se convirtió en película, con Anne Hathaway y Jim Sturgges como Em y Dex y con una traicionera apariencia de comedia romántica. Un giro en la trama dejó decepcionados a aquellos espectadores que aún hoy no le perdonan las lágrimas ni el trauma.
Ahora, Siempre el mismo día vuelve por revancha en el que quizás sea su formato audiovisual ideal: una serie limitada o miniserie, sí, pero de 14 capítulos presentados como dosis moderadas, breves, que en 20 o 30 minutos aportan una cuota justa de ternura, nostalgia, corazón. Su desarrollo es ágil, pero su impacto no. A una buena historia no se la olvida tan fácil.
Siempre el mismo día es el encuentro de Emma y Dexter, opuestos casi shakespereanos. Ella es una muchacha de clase obrera, con sueños de escritora y trabajos mal pagos; él, un niño bien, de familia acaudalada y un rostro que pronto lo convertirá en estrella de televisión.
Se conocen, tras haberse cruzado varias veces, un 15 de julio de 1988 en Edimburgo, en su fiesta de graduación; él quiere ser, quizás, famoso, y ella “cambiar las cosas, hacer algo que marque la diferencia”. Su antagonismo es así de esencial.
Tras una noche juntos en la que la intimidad es absoluta y escasamente física, Em y Dex construyen una amistad que, a lo largo de la serie, va a abarcar 20 años atravesados por un mismo día, el 15 de julio que les cambió las vidas. Sobre ese eje girará todo: el coming-of-age, el descubrimiento, la angustia, la melancolía, la concreción de los sueños, el fracaso, la soledad, el amor.
Fresca y firme como pocas series románticas lo han sido en el último tiempo, Siempre el mismo día tiene varios atributos en los que apoyar una proyección hacia las mejores series de 2024. Su pareja protagónica, quizás el más importante.
Ambika Mod es reveladoramente encantadora como Em, en su primer papel protagónico. Británica, millennial y formada como actriz y guionista de comedia, su mayor destaque lo había conseguido en This Is Going to Hurt, miniserie médica que fue aclamada por la crítica y, una mala, no está disponible en streaming para Uruguay.
Se complementa a la perfección con Leo Woodall, a quien seriéfilos sí podrán reconocer de The White Lotus, donde tuvo un papel secundario como el “sobrino” de uno de los excéntricos gays que parecen adoptar al personaje de Jennifer Coolidge en Sicilia. Su Dexter es irresistible y la química con Mod, un acierto que se hace evidente desde el primer cruce de miradas. La serie les reparte el protagónico de forma equilibrada: hay capítulos centrados en cada uno y otros en eso que son juntos, aún cuando algo los separa.
Hay algo atenuado en sus personalidades, tan lejos de la exageración, que es clave para que Siempre el mismo día se sienta como envuelta en un manto de verdad. Hecha de pequeños hallazgos que pueden tener forma de una tarde al aire libre con “After Hours” de Velvet Underground como banda sonora, la serie se sustenta en el poema de Philip Larkin que la abre: “¿Para qué son los días? Los días son donde vivimos. Vienen, nos despiertan Una y otra vez Son para que estemos felices en ellos. ¿Dónde podríamos vivir sino en los días?”.
En ese transcurrir del tiempo, en esa redefinición constante del vínculo que es, a la vez, una redefinición de cada uno y de nosotros mismos, Siempre el mismo día tiene todo para conquistar al público. No con atracos ni con espectacularidad, no con misterio ni con enredos, sino con una búsqueda más sencilla, más pequeña, más genuina. Con una buena historia, que es lo que termina ganándole a todo.